Hegemonía cainita en el Ayuntamiento de Barcelona
Los problemas para construir un gobierno progresista en la capital catalana esconden la pugna por hacerse con el dominio de la izquierda
Corría el mes de noviembre de 2017 cuando un despechado Jaume Collboni acusaba a la alcaldesa Ada Colau de enviarlo a las tinieblas exteriores de la oposición para echarse en brazos de Xavier Trias, vinculado familiarmente al offshoring por los Papeles de Pandora, recordaba el jefe de filas del PSC en Barcelona. El apoyo del PSOE a la aplicación del artículo 155 motivó un referéndum entre la militancia de los comunes, en el que los dirigentes de la formación hicieron justo lo que no se debe hacer en política: no mojarse.
La violenta represión policial contra la consulta del 1 de octubre en Cataluña propició que la víscera triunfara sobre el cerebro en casa de los comunes. Los de Colau se ejercitaron en pasar la maroma de dos mociones de confianza para aprobar los presupuestos. El PSC, que entonces contaba con cuatro concejales, juró actuar como oposición dura. Cuando en 2019 los socialistas se recuperaron de la travesía del desierto regresaron al Gobierno de Colau, que vivió cuatro apacibles años en los que incluso ERC –espoleada por las necesidades políticas de la Generalitat– acabó aportando su granito de arena a la mayoría reconstruida.
Ahora que no hay ni 155, ni líneas rojas que impidan a los independentistas pactar con los otrora “traidores del PSC”, es el partido de Salvador Illa el que quiere prescindir de los comunes para el Gobierno de Barcelona. Y lo hace por dos motivos: consideran que el partido de Colau es una anomalía histórica que les impide recuperar la hegemonía del voto progresista y juzgan que esa izquierda es un estorbo para atraerse a sectores de orden. Total son 300 votos y un concejal los que separan a ambas formaciones. Pero el PSC no está acostumbrado a lidiar con una izquierda que en lugar de ser muleta aspira a ser alternativa. Aunque los comunes le dieran en junio pasado sus votos para evitar que Trias fuera alcalde, a Collboni le molesta notar el aliento de una competidora en la parte izquierda de su cogote. De hecho, hasta fin del año pasado, el PSC estuvo cortejando a Xavier Trias. Pero resultó complicado. El electorado del PSC no hubiese entendido el pacto con Junts: ni por ser de derechas (pide bonificar al 99% el impuesto de sucesiones) ni por su pertinaz independentismo tan unilateral como retórico. Los comunes, por su parte, pecaron de inacción, quizás confiando en que la única solución pasaba por un gobierno con ellos dentro.
Y desde junio del año pasado, cada nuevo capítulo del folletín no deja de asombrar. El electorado de izquierdas sigue con pasmo la forja imposible de una mayoría progresista. El pasado martes, los comunes descolocaron a Collboni al dar luz verde a la inicial tramitación del presupuesto. Los socialistas no lo esperaban. Su guion era gobernar en minoría con Esquerra, con quien ya tienen cerrado un pacto y suman 15 concejales, seis menos de la mayoría absoluta. La alianza de los tres partidos sumaría 24 regidores. Pero el PSC parece que prefiere apelar sentimentalmente al corazón progresista de los de Ada Colau –fuera del gobierno– para que no cortocircuiten su mandato.
Los comunes han planteado un plazo de 30 días para que el PSC diga sí o no. Para la jefa de filas de Esquerra, Elisenda Alamany, el gobierno en minoría ya es bueno. Ella busca un espacio que no tiene asegurado como futura cabeza de lista de Esquerra y echa a las tinieblas exteriores a los de Colau, sus viejos camaradas: no hay peor astilla que la del mismo palo.
Collboni asegura en privado y en público que está a favor de un gobierno de izquierdas. Los socialistas juran que la presencia de Colau no es un impedimento para el acuerdo. Pero es evidente que la lucha por la hegemonía está por encima de todo. En eso el cainismo de la izquierda se parece mucho al del independentismo.
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