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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Que te vaya bien en la vida

Los reencuentros los carga el diablo. Pueden ser afectuosos, liberadores e, incluso, sanadores. Pero también pueden convertirse en una pesadilla de aburrimiento, desidia o ajusticiamiento con efecto retroactivo. Nunca sabes

Dos personas se abrazan en la Estación María Zambrano de Sevilla, en la Navidad de 2022.
Dos personas se abrazan en la Estación María Zambrano de Sevilla, en la Navidad de 2022.Álex Zea (Europa Press)
Jessica Mouzo

Por lo que sea, está siendo este un año de reencuentros. De holas a viejos conocidos; un qué tal o qué es de tu vida a los más ausentes; un te quiero al que siempre hace por estar; o un te he echado de menos al que se fue, pero nunca quiso irse. Con todos hablas de cómo pasa el tiempo, de quién es hoy y quién eres tú, recordáis lo que un día fue y, en el mejor de los casos, os despedís prometiendo que no pasen tantos años la próxima vez. En el peor, mentís y dejáis a la vida que haga su magia (si quiere): “A ver si nos vemos”. Y ya. Pero hace unos meses me atravesó, sin anestesia ni previsión, la despedida más honesta (y ¿cruel?) que uno puede hacer a alguien que le da igual: al fin de una de esas reuniones de nostalgia cuasi adolescente, alguien me agarró por los hombros, me abrazó y, con toda crudeza y sinceridad, simplemente me dijo: “Que te vaya bien en la vida”. Vivimos en la misma ciudad.

Los reencuentros los carga el diablo. Pueden ser afectuosos, liberadores e, incluso, sanadores, catárticos. Pero también pueden convertirse en una pesadilla de aburrimiento, desidia o ajusticiamiento con efecto retroactivo. Nunca sabes. A fin de cuentas, conoces a la persona, pero no sabes si es la que fue. Ni siquiera tú, seguramente, eres quien eras.

Mi amiga Mariesa, que es de esas personas con las que te separa un Atlántico, pero parece que durmiese cada día en la habitación de al lado, llegó hace unos días de Venezuela tras ocho años de ausencia física. Y pese al vínculo y la confianza mantenida en la distancia, incluso ella se sorprendió, por ejemplo, cuando la invité a cruzar media ciudad andando —”¡Pero si tú odiabas caminar!”— o cuando cedí mi asiento a una señora en la parada del autobús: “Pero bueno, ¡cómo has cambiado! Tu yo de hace 10 años no se hubiese levantado jamás y diría eso de: ‘es que yo también estoy cansada”, reía abrumada por la novedad. Serán los años, que me habrán hecho mejor persona, le dije. O menos imbécil, al menos.

Ocurre también que, a menudo, las expectativas fraguan el encuentro antes que las personas. Y uno barrunta durante semanas sobre lo que se topará, cómo será ahora —las redes sociales han aniquilado un poco la magia del misterio— y cómo le habrá ido la vida. Si este o la otra estarán guapos o feos. Casados, con hijos, un trabajo estable, quizás. Entre la curiosidad y la competencia, se gestan las ganas del encuentro y, sin quererlo, quizás también se condiciona el resultado. La suerte ya está echada antes de verse.

Pero qué alegría si sale todo bien, tus expectativas se cumplen y, además, resulta que esa gente con la que te has vuelto a ver es hoy tan estupenda como ayer. Entonces, os llenáis la panza orgullosos de haber vencido un ratito al tiempo y decís aquello de que “es como si no hubiesen pasado los años”. Y os quedáis un rato mirando atrás, compartiendo carcajadas de entonces y algún lagrimón de nostalgia que se escapa inevitable. Esa maravillosa sensación de volver la vista atrás y reír recordando. Hasta que te llega un mensaje de que el niño se ha despertado, una llamada urgente del jefe o la alerta de la banca móvil avisándote de que te han pasado la factura de la luz y descubres que el tiempo se empecina en seguir corriendo y tu vida ya no es aquella. Y la de los demás, tampoco.

Tengo un amigo que dice que hay dos tipos de reencuentros: “los purificadores o los juzgadores, donde cada uno tiene que ir a rendir cuentas de lo que eres hoy”. Él, precisamente, está siendo parte de una de esas reuniones con el pasado, que se encarna en sus compañeros de secundaria del colegio: un puñado de ellos se volvieron a ver tras 25 años y montaron un grupo de Whatsapp donde comparten fotos y hasta una lista de Spotify con las canciones de entonces. Suena, parece ser, La Isla del Sol. Todo purificador, sin duda.

En esas reuniones rodeadas de lugares comunes, hay hueco, a veces, también, para las segundas oportunidades. O para intentarlo, tal vez. Vuelves a toparte, por ejemplo, con gente que, en su momento, pensabas que era insultantemente estúpida, pero le das ahora el beneficio de la duda, a ver si han cambiado, si la vida les ha enseñado algo, si se le han bajado los humos, si el tiempo los ha puesto en su lugar. Y, salvo contadas y honorables excepciones, acostumbras a descubrir, afortunada tú, que tu instinto no te falla y tu criterio tampoco: siguen siendo estúpidos. Y quizás tú también.

Los reencuentros que más duelen, sin embargo, son con los que tienes cuitas pendientes. Sobre todo, si no hay kilómetros de por medio, pero hace tiempo que se fueron. Cuando no tienes a mano la excusa de la distancia, todo es más difícil de justificar. Y si un día os volvéis a ver de verdad, y os paráis a miraros más allá de un saludo veloz, la voz acostumbra a quebrarse, los ojos se entornan y las palabras, por más que busques, no salen. Si os queréis, puede romper el hielo, y el tiempo, ese abrazo fuerte que esperaba impaciente o compartir unas lágrimas sinceras, que suelen pedir perdón y dar gracias mejor que las palabras. Si hace mucho, en cambio, que dejasteis de sentir algo, sea lo que sea, lo suyo es hacer lo que cada uno pueda y salir de ahí lo antes posible. El cementerio está lleno de valientes.

En realidad, “que te vaya bien en la vida” es lo mejor que le puedes desear a alguien que te importa un comino. Es un adiós para siempre, sí, pero con el deseo sincero de que, de aquí a que te mueras, todo te vaya bonito. Y, con los tiempos que corren, ni tan mal.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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