Artur Mas, de delfín a liquidador de partidos
El partido sucesor de la vieja Convergència ha durado siete años cargados de citas en los juzgados. Mas dilapidó la ‘deixa’ política de Jordi Pujol (CDC) y fracasó con el PDeCAT
El 28 de octubre de 2023, en vigilia de Halloween, Convergència, en su última mutación como PDeCAT, entró en el panteón funerario del centroderecha nacionalista. El partido sucesor de la vieja Convergència ha durado siete años cargados de citas en los juzgados: caso Palau, caso 3%, sedes embargadas… El pecado original de la corrupción y los malos cálculos políticos han arrastrado al prometedor delfín Artur Mas a ser fatalmente liquidador de partidos: dilapidó la deixa política de Jordi Pujol (CDC) y fracasó en su intento de articular un proyecto con sello propio para aglutinar al nacionalismo conservador (PDeCAT).
Mas tuvo una triunfal llegada a la presidencia de la Generalitat en 2010: puso fin a dos legislaturas de gobiernos de izquierdas y se quedó a seis diputados de la mayoría absoluta. Recuperaba la herencia de Pujol y se sentía con fuerzas suficientes para lanzar un órdago al Gobierno central por el concierto económico. Lo planteó en 2012 y topó con el frontón de Rajoy. Espoleado por las manifestaciones tras la sentencia del Estatut, el delfín de Pujol creyó que podría domeñar la gran ola. Los carteles electorales de CiU, con él de protagonista, evocaban la imagen de Moisés guiando a su pueblo a la tierra prometida. Fue un cálculo precipitado, pues el líder convergente perdió en esa aventura al Parlament. Las aguas del Mar Rojo engulleron a una docena de diputados. Eso le obligó a depender de las otras dos fuerzas independentistas pujantes: ERC y la CUP. Ya no podía controlarlo todo. El caso Palau de la Música había arrancado tres años antes y los aromas de corrupción se asociaban de forma creciente a la formación fundada por Jordi Pujol, quien, por añadidura, confesó en 2014 que había mantenido una cuenta oculta en Andorra. El procés, que pretendía edificar un país sin mácula, no podía permitirse un socio mayoritario marcado por la corrupción. Así que Mas trató de camuflar las estigmatizadas siglas convergentes en una coalición con Esquerra Republicana: Junts pel Sí. Otro fracaso. Las comisiones ilegales y CUP le enviaron en enero de 2016 a la papelera de la historia. Mas designó sucesor a Carles Puigdemont. El dimitido delfín de Pujol no se daba por vencido. Así que, si el 8 de julio de 2016 desaparecía Convergència, el 10 nacía un nuevo partido: el PDeCAT. Siguiendo esquemas peneuvistas –pensaba Mas– Carles Puigdemont debía encargarse del Govern y él del partido.
Sin embargo, ni Mas era Arzalluz ni Puigdemont estaba dispuesto a representar el papel de dócil lehendakari. Así que el castillo de naipes cayó. La Divina Providencia quiso que Mas dimitiera de su cargo en el PDeCAT el 9 de enero de 2018, seis días antes de conocerse públicamente la sentencia del caso Palau, en la que CDC fue condenada como partícipe a título lucrativo. El tribunal consideró probado Convergència había cobrado en comisiones al menos 6,6 millones de euros.
A pesar de las alarmas, el divorcio entre la ortodoxia puigdemontista y el PDeCAT no se consumó hasta 2020. El president Quim Torra, brazo ejecutor de Puigdemont, los echó del Gobierno. Con más pena que gloria, el PDeCAT siguió su errática andadura. Y Mas –con el carnet del PDeCAT todavía en el bolsillo– hizo en julio pasado campaña por Junts per Catalunya. Cansado de tomar tanta falsa ruta, tal vez pensó que era mejor confiar en un producto ajeno que dejarse arrastrar por la fatalidad de uno propio.
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