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Jorge de Pallejá, retratado en su casa en Barcelona.
Jorge de Pallejá, retratado en su casa en Barcelona. CRISTÓBAL CASTRO

Fallece en Barcelona a los 99 años Jorge de Pallejá, autor de ‘Simba’ y cofundador de Adena con Félix Rodríguez de la Fuente

Ex cazador reconvertido en conservacionista y escritor, hombre de enorme carisma, deja textos clásicos sobre la naturaleza, el viaje y la aventura, y un recuerdo irreemplazable

Jacinto Antón

Ha fallecido Jorge de Pallejá y la noticia de su desaparición, además de provocar una inmensa pena a los que lo conocíamos, evoca la imagen de un viejo y majestuoso elefante llegando por fin a ese legendario cementerio que describían las antiguas novelas y películas de aventuras africanas que tanto le gustaban. Es fácil imaginar al ex cazador —arrepentido y convertido en activo conservacionista— doblando la patricia cerviz, vencido por la edad pero nunca derrotado por la vida, para descansar entre los poderosos huesos, trompas y colmillos, hermanado con los que una vez fueron sus presas y luego amados y admirados iconos de la fauna salvaje.

Jorge de Pallejá, que antaño recorrió los grandes espacios de la selva y la sabana fiado a su brazo, su rifle y su valor (luego lo hizo empuñando una cámara y en defensa de los animales), se ha adentrado en el territorio del que no se regresa encabezando un último safari. Hasta el final mantuvo esa figura estilizada de apuesto hombre de acción y de mundo, de gentleman y aventurero, que le hacía parecer un white hunter de película y que pedía sahariana y sombrero con tira de piel de leopardo, como si fuera un Selous, un John Hunter, un Finch Hatton, un Allan Quatermain o un Stewart Granger: como te reirías —con esa risa tuya de gavilán—, con la comparación, Jorge.

Pallejá, al que le preocupaba (sobre todo por no perder la dignidad) y le intrigaba el tránsito postrero, ha muerto plácidamente el viernes en Barcelona a los 99 años (el 23 de enero hubiera cumplido los cien) con el don de haber tenido una vida buena, muy buena, sana, acomodada y larga, y la desgracia de haber visto partir antes a algunos de sus seres más queridos (su esposa Vanessa y su hija mayor Rocío) y a buena parte de sus amigos. Deja un recuerdo irremplazable en los que le sobrevivimos y en varias generaciones de lectores que aprendieron en sus libros devenidos auténticos clásicos como Simba (1960), Al sur del lago Chad (1957), y Los búfalos del Okavango (1966, todos ellos en Juventud) a amar África, la aventura y la vida salvaje.

Fue un gran cazador y un cazador entusiasta en una época en que abatir un elefante o matar un león (cuando había que ir a pie y te jugabas la vida) no estaba mal visto sino al contrario. Y supo cambiar de opinión y refundarse como defensor de los animales. Como San Pablo (con el que probablemente no le unían nada más que eso y la condición de viajero) se cayó muchas veces del caballo (era un apasionado jinete, su última caída fue ya nonagenario). Pero cuando abrió los ojos al arrepentimiento de una vida de cazador fue una vez al fijarlos en los preciosos de un leopardo al que acaba de matar. Descubrió con dolor, decía, que los animales eran mucho más interesantes y bellos vivos.

Jorge de Pallejá
Jorge de Pallejá revisa unas notas en uno de sus libros en su casa.
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Él hubiera querido que lo recordáramos mucho menos como el hombre de relatos de cacerías (y no digamos de trofeos cinegéticos, que los tenía, e impresionantes), que como el conservacionista. Y sobre todo hubiera deseado que lo recordáramos como escritor de buena literatura, la máxima obsesión de su vida. Deseaba que se le valorara como autor de novelas, género que frecuentó una y otra vez, desde El despertar, con la que llegó a la final del Premio Nadal en 1969 hasta los thrillers de corte policiaco Martina (2020, con sorprendentes pasiones y toques eróticos para un maduro de 96 años) y Carola (2021). A punto de cumplir cien años, seguía empeñado en escribir su gran novela.

Entre su producción, además de sus libros clásicos mencionados, el libro de cuentos, relatos y recuerdos Los hijos de Cam (Sirpus, 2012), la novela de ambiente africano Tres amigos y el azar (Universo de Letras, 2013) y sus numerosos relatos y artículos en Trofeo y otras revistas (sin olvidar unos deliciosos libros para niños protagonizados por Tim y Tom), figura de manera señera el ensayo memorialístico No matar, la opción de un cazador, en el que junto a un esbozo biográfico narra su conversión al conservacionismo y su profunda amistad con Félix Rodríguez de la Fuente, con el que fundó Adena, la rama española del WWF, y al que acompañó en el viaje a los Llanos venezolanos para rodar los famosos capítulos de El hombre y la tierra.

Amaba a los perros con el amor de los que han compartido con ellos largos paseos por el campo y tenía unas tortugas en el amplio jardín de su casa en Pedralbes, en la zona alta barcelonesa. Le encantaban las motos y las disfrutaba: hasta ya mayor hacía expediciones por el desierto del Sahara con sus hijos y los amigos de estos, demostrando una resistencia asombrosa. Ávido lector (veneraba a Thesiger y a Jim Corbett y fue a la India a seguir los pasos de este), los libros eran otra de sus pasiones y reunió una importante biblioteca con valiosos volúmenes de historias de cacerías (algunos de los cuales prestaba generosamente sabiendo que no se los devolveríamos: ¡ojalá pudiera devolverte, Jorge, el Rowland Ward’s Records of Big Game!, en el que sales dos veces).

27-2-2019.Barcelona.Jorge Palleja,escritor y aventurero . © Foto: Cristobal Castro
27-2-2019.Barcelona.Jorge Palleja,escritor y aventurero . © Foto: Cristobal CastroCristobal Castro

Hombre de orden (pese a un lado hedonista y definitivamente gamberro, y un enorme sentido del humor, “me he divertido mucho”, aseguraba), podía ser algo quisquilloso y poseía el sentido natural de la autoridad de los nacidos en la púrpura social y económica. Miembro de la gran burguesía y aristocracia catalanas (el padre jugaba a polo con Alfonso XIII), abogado, empresario y terrateniente, la memoria de Pallejá guardaba recuerdos como la huida de la familia de Cataluña durante la Guerra Civil, amenazados por los milicianos, el servicio diplomático del padre para el cuartel general de Burgos o el del hermano mayor en el tercio de requetés primero y luego como piloto de caza en la escuadrilla de Joaquín García-Morato. El tío de Pallejá, José María de Pallejá Ferrer Vidal ya había sido cazador de caza mayor y publicado en 1932 un libro clásico Sobre la pista de los animales salvajes, en el que contaba sus experiencias en África Oriental y que influyó mucho a Jorge.

Tenía un lado de profunda conciencia social: fue presidente de Aspace y desarrolló los centros para personas con parálisis cerebral (como su hija) y una de sus más hermosas aventuras fue llevar personalmente una ambulancia de Bombay a Bangalore para la fundación Vicente Ferrer. “Lo realmente importante en la vida es lo que haces por los demás”, decía.

Jorge de Pallejá, en el zoo, junto a un jaguar.
Jorge de Pallejá, en el zoo, junto a un jaguar.JOAN SÁNCHEZ

Sentarse a hablar con Jorge de Pallejá era una delicia. Contaba las anécdotas más extraordinarias. Historias de elefantes, búfalos, tigres y serpientes, de parajes salvajes y trances peligrosos. Mitómano irredento, recordaba haber conocido a grandes guías de safari, y a William Holden en 1959 en el Norfolk de Nairobi. También haberse sentado encima de una víbora y haber trabado amistad con un encantador de serpientes marroquí, Omar. A mí lo que más me gustaba es cuando explicaba la ocasión en que se perdieron el y su guía local en el Chad cazando elefantes y el hombre le soltó: “Monsieur, on va morir”, o sea aquí palmamos, jefe. Dudo que la Dinesen contara las cosas mejor. La última vez, en su casa, ya muy cascado, bebimos el oporto que le llevé y comimos unos chocolates mientras hablábamos de libros. En un momento de la conversación miró entre apenado y fastidiado hacia el jardín, donde había caído la noche, y dijo como para sí mismo: “Me habrá quedado por ver el tigre del Amur y la pantera de las nieves”. Y lanzó un suspiro que, de encontrarnos junto a una fogata en el Serengueti, hubieran contestado a coro los leones.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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