Un nuevo sentido común es hoy irreversible
Superilla Barcelona es una estrategia pensada, dialogada y diseñada para hacer frente a una emergencia climática que pone en riesgo el futuro de la ciudad
El verano más caluroso de nuestra vida va a ser el más fresco de lo que nos queda de ella. Esta paradoja nos puede dejar picuetos, pero estoy convencida de que a nadie que no se sitúe en el triste bando negacionista le dejará indiferente. Habrá a quien le suscite un debate con amigos o familiares, a quien le provoque una súbita ecoansiedad o incluso (en el mejor de los casos) a quien active políticamente para no quedarse con los brazos cruzados. Y es que esta certeza científica tiene una correlación directa con lo que ha sucedido urbanísticamente en la calle Consell de Cent y en conjunto del plan Superilla Barcelona. Y lo que ha sucedido no ha sido más que una estrategia pensada, dialogada y diseñada para hacer frente a una emergencia climática que pone en riesgo el futuro de la ciudades y del conjunto del planeta.
Vivimos una crisis climática cuyos efectos apenas empiezan a asomar, con una presencia especial en el conjunto de la zona mediterránea. De Alcanar a Magnesia (Grecia), el incremento significativo de las temperaturas máximas viene acompañado de torrenciales destrozos que muestran de facto el desarrollo de esta crisis planetaria. Frente a ello cualquier administración pública responsable (excluyo las lideradas por ese triste bando negacionista) debe replantear el conjunto de sus iniciativas en clave ecologista de manera inaplazable. Decía que Barcelona acaba de sufrir el verano más caluroso de su historia, con decenas de noches tórridas y varias olas de calor que aun hoy, iniciando septiembre, tenemos muy presentes. Vivimos en una de las ciudades con más vehículos circulando por habitante de Europa y con una mortalidad estimada de más de 1.000 personas al año por problemas de salud derivados de la contaminación. La ausencia de espacio público de calidad para todos se suma al calor extremo y la contaminación para configurar una tríada frente a la que el gobierno de Barcelona, con Ada Colau a la cabeza, nos conjuramos para conseguir una ciudad en la que poder y desear vivir.
La política de pacificaciones, patios protegidos o ejes verdes da respuesta a todas estas problemáticas. Y los resultados de esta conjura también empiezan a asomar con fehaciente fuerza: este verano se ha demostrado que la temperatura bajaba hasta 8 grados más en Consell de Cent que en otras calles similares, un dato íntimamente relacionado con una notable reducción del tráfico tanto en esta calle como globalmente en todo el barrio (son datos, no opiniones).
Y en este contexto se ha hecho pública una sentencia fruto de una triste denuncia. Una denuncia impulsada por el bando de los lobbies del comercio turístico que pretenden anteponer su interés particular al interés general de la ciudadanía de Barcelona. La consecuencia ha sido una sentencia ideológica producto de un constante lawfare (o uso de procesos legales para inmovilizar políticamente procesos de cambio) que pretende frenar en los tribunales las respuestas democráticas a las emergencias que nos atraviesan. Unas respuestas que, como no puede ser de otra manera, cuentan con todos los informes técnicos y jurídicos pertinentes y avalados por profesionales independientes de diferentes administraciones públicas.
Así, esta sentencia se presenta como una opa hostil contra el futuro sin atender a que el futuro es inexorable y lo atravesamos en cada acto presente mientras nos muestra su curso. Y cada acto que hoy realizamos también ayuda a configurar (y condicionar) otros futuros posibles. Y, créanme, los jueces de ese futuro no vestirán de toga ni viajarán en coches de lujo. Porque un nuevo sentido común es hoy irreversible.
Janet Sanz es concejal del Ayuntamiento de Barcelona por Barcelona en Comú.
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