Un Rauw Alejandro melancólico enterneció y enloqueció en Barcelona
La presencia emocional de Rosalía marcó un concierto en el que sonaron ‘Beso’ y ‘Hayami Hana’, cara y cruz de su finiquitada relación
Si el reggaetón y las músicas urbanas nos tienen acostumbrados al macho dominante, seguro de sí mismo, de sus habilidades en el tálamo y poco dado a mostrar debilidades más allá de aspirar a los favores de la dama, en su paso por Barcelona Rauw Alejandro se mostró como una persona que aún siente el escozor de sus heridas emocionales. Estar en la tierra de su ex pareja lo removió por dentro y lo emocionó, puso en vuelo recuerdos que la evocaban y no dudó en mostrar la fragilidad de quien aún se lame heridas porque “es difícil olvidar a alguien con quien imaginabas estar el resto de su vida”, dijo.
Por ello, en un concierto en el que saludó en catalán y lo siguió chapurreando en un par de presentaciones con el ánimo de quien homenajea un entorno de recuerdos, de nuevo Rosalía en la memoria, el astro de Puerto Rico buscó encaje a esos momentos en los que el más duro siente mellada su coraza y no quiere esconderlo. En un largo concierto de más de dos horas, sin contar media hora de calentamiento a base de hits regetoneros enlatados en los que por cierto también sonó ella con La combi Versace, Rauw apeló más que nunca al poder curativo de la música, a las propiedades terapéuticas del baile y a la necesidad de pasar página para no anclarse en una de las múltiples viñetas de la vida. Y arrasó, desarmado y desarmando.
“Yo creo que lo dice de verdad, que Rosalía es una mujer complicada y que él lo ha pasado mal”, aseguraba una seguidora tras pasarse grabando con su móvil, enternecida, Hayami Hana, la pieza que Rauw, sentado en un taburete, interpretó en el extremo de la pasarela que se adentraba en la pista. Una pieza que publicó para despedir un amor. Se había sincerado al presentarla diciendo “nunca pensé que iba a cantar esta canción en vivo, pero la voy a tocar solamente en Barcelona y por única vez en mi vida”, y al interpretarla mostró una emoción de la que siguió siendo prisionero cuando interpretó Beso, la canción que cantó con Rosalía en el momento álgido de su romance, esa misma que aparecía en las cinco pantallas del escenario por si aún quedaba duda de quién era la causante de tanta melancolía y escozor. En tiempos de arrogancia en los que reconocer errores es una muesca en el historial, Rauw optó por no ocultar su desazón. Imposible conocer la opinión de ellas, mayoría entre el público que llenó el Sant Jordi, pero no es arriesgado suponer esta muestra de fragilidad le fortaleció.
Todo ello ocurrió en el tramo central de un concierto que presentó a Rauw con ropajes retrofuturistas –las gafas parecían un homenaje al personaje de cómic ciberpunk Rank Xerox- , un escenario vacío tamaño helipuerto, láseres a cascoporro en la parte final del show, un cuerpo de baile del que Rauw formó parte en más de una ocasión y una treintena larga de piezas para indicar que lo de Rauw hace es algo más que reggaetón, término que limita su amplitud de miras. No me sueltes, una de las primeras piezas del concierto, es un ejemplo, una canción bailable que no mira tanto a los ochenta como Verde menta, con esos teclados de época que evocan el synth pop de OMD o Ron Cola, otro guiño a la memoria musical. Hay intención pop, baladas, dembow, por supuesto reggaetón como el de La Old skul, electrónica y, lo más importante, un ramillete de éxitos capaces de mantener electrizada a una multitud. Era tanta la emoción y tantas las ganas de fijarla en recuerdo, que la pista del Sant Jordi, oscura, veía decenas de isletas de luz creadas por los teléfonos bajo cuyo amparo el público se grababa bailando.
Por supuesto que la carnalidad implícita en el reggaetón estuvo más que presente en una noche de diversión sin tasa. De hecho, ya en la parte final del concierto, con el sudor lustrando el tatuado torso del cantante, ya expuesto a las miradas del público, en 2 catorce Rauw evocó bailando tendido en el suelo un acto sexual en el que el mismo suelo del escenario era objeto de su amor físico –enorme griterío de celebración por parte del público, parte del cual hubiese querido entonces ser entarimado-. Rauw también voló, y en Lejos del cielo, un reggaetón lento que funciona como balada, se suspendió sobre el suelo haciendo patente la distancia existente entre él y ese cielo al que aspira el que espera un plácet de su amor. También invitó a perrear al escenario a unas cuantas parejas, pero la verdad es que tardó más tiempo en seleccionarlas que en dejarlas bailar, un visto y no visto que eso sí permitió unos selfies con la estrella, más cercana que nunca. Y siempre él como foco, como sujeto de miradas, como bailarín, como cantante y, quizás excepcionalmente, como hombre dolido por un amor que marchó y que probablemente despidió por última vez en la Barcelona que lo acunó.
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