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“Los de Barcelona jamás salen de la ciudad para ir a conciertos”: las salas de extrarradio, el patito feo de la industria del directo

Mientras la capital catalana acumula grandes acontecimientos musicales, los locales de las afueras han sufrido una caída drástica de afluencia en la pospandemia

Concierto de Delafé y Las Flores Azules el pasado 3 de marzo en la sala Cotton Club de Lleida en una imagen cedida por  Cotton Club.
Concierto de Delafé y Las Flores Azules el pasado 3 de marzo en la sala Cotton Club de Lleida en una imagen cedida por Cotton Club.RAFA ARIÑO

La apabullante programación musical de este verano en Barcelona, con la agenda cargada como nunca antes, ha sacado del foco a las salas de conciertos. Más en concreto, a las situadas fuera de Barcelona, que en una temporada de grandes acontecimientos musicales, no se han visto beneficiadas como las de la capital por las actuaciones que, previstas en recintos de más aforo, y no vendiendo las entradas imaginadas, han ido ‘cayendo’ hasta las salas que las han acogido finalmente. Pero esta situación afecta solo a Barcelona y muy residualmente a salas como Salamandra, de Hospitalet de Llobregat, cuyo responsable, David Lafuente, afirma con el aval de años de experiencia: “El público del área metropolitana va a Barcelona, pero los de Barcelona jamás salen de su ciudad”.

Al margen de este hecho, las salas de Cataluña han ido recuperando programación, pero por el camino de superación de la pandemia han perdido público. Compiten cada vez peor con festivales y fiestas mayores y tienen un público cada vez mayor que parece no acaba de renovarse. Nadie quiere adelantarse al futuro, pero la idea de cambio de paradigma revolotea sobre el sector. ”Programamos un 20% menos que antes de la pandemia”, asegura LaFuente, “antes hacíamos varios concierto semanales y ahora nos quedamos en uno o dos, y eso que en cierto modo nos beneficiamos del ecosistema de Barcelona”, añade, justo antes de ir al tuétano del asunto: “Los grupos han cambiado de funcionamiento, antes hacían algunas grandes ciudades en salas y luego festivales. Ahora sólo festivales. Managers que son amigos me dicen que nadie quiere arriesgar. Como festivales y fiestas locales, más en este año electoral, pagan mucho más que las salas, pues ya no podemos hacer grupos como Vetusta Morla, M Clan o Viva Suecia, bandas que antes sí venían a Salamandra”, lamenta.

Los más conspicuos podrán aventurar que las músicas urbanas son la salvación de las salas con la consecuente capacidad de regeneración de público, pero la cosa no es tan fácil. Lo asegura Ángel Lopera, uno de los socios de la sala Zero de Tarragona. “Lil Dami o 31 Fam, han pasado de cero a cien en poco tiempo. Primera visita 70 personas; segunda, lleno; y ahora ya no vienen porque tienen mucha capacidad de convocatoria. No sé si es un tema generacional o que las propuestas para este público tienen otra dinámica y las que crecen lo hacen a más velocidad. Rooju, por ejemplo, vino hace medio año y ahora es inalcanzable. Las salas somos más de paso que nunca”, añade.

Desde las salas aseguran que los jóvenes no consumen en barra, una de las fuentes de recuperación de inversión de las salas. Descontados gastos de producción, apenas ganan dinero con la venta de entradas propiamente dicha. Lopera ofrece datos concluyentes: “No es que las barras funcionen mal, es que con los jóvenes no funcionan. Hay veces que, de acuerdo con el promotor, hemos hecho experimentos, como poner un par de euros más cara la entrada y ofrecer una consumición gratis, pues ni así. No sé si es que el público ni mira la entrada o es que la barra ya no está en su marco mental”.

Ese marco mental al que alude el socio de la sala Zero se extiende al uso que hacen los más jóvenes, tal y como señala Lafuente: “Los jóvenes ya no encuentran atractivo ir a salas a menos que sean muy fans del grupo, se ha ido perdiendo la curiosidad y, de paso, nos hemos dejado por el camino a un par de generaciones de consumidores de música en directo”, apunta. “Cuando comenzamos con la sala existía un público curioso que venía para ver lo que programábamos, ahora ese perfil no existe”, concluye.

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Cambios de hábitos generacionales

Entre las causas que aluden, un descenso del poder adquisitivo de una juventud con trabajos precarios que en absoluto ayuda a mantener ciertos hábitos de consumo en un contexto de aumento de precios. También hay más elementos en este cambio de hábitos, que incluso pueden apuntar causas estructurales. Las apunta Toni Revés, un veterano programador de salas de Lleida, veinte años en el Café del Teatre y ahora en el Cotton Club y La Boite, al indicar que “las prioridades de la sociedad cambian, como, por ejemplo, la compra en tiendas de proximidad. Los jóvenes de hoy en día prefieren hacer un viaje o concentrar el dinero del que disponen en grandes actos”, sugiere sin intención alguna de criticar las formas de consumo juveniles. Sus programaciones también han caído en relación con la prepandemia y es consciente de que, pese a ser un optimista compulsivo, como se define, las salas van a menos.

En esta línea se manifiesta Xavi Fortuny, responsable de La Mirona, de Salt: “Los jóvenes van a los festivales y grandes conciertos como grandes eventos donde socializar en un nivel similar a lo que hacen en las discotecas. Por ejemplo, desde la pandemia nuestras sesiones de baile están más concurridas que nunca, el público tiene ganas de diversión y de olvidar el confinamiento, pero los conciertos cuestan. Por el contrario, los más mayores van a conciertos en los que la sociabilización no tiene un papel tan destacado”, opina, antes de significar un elemento común en todos los rectores de salas de conciertos: “Seguiremos programando actuaciones, aunque solo vengan 40 personas. Es una cuestión de principios. Parece que no tiene sentido meter 1.500 personas en una sesión disco y menos de 100 en concierto, pero la actividad como sala de conciertos es lo que queremos mantener filosóficamente”.

Gerardo Sanz es uno de los managers que continúa teniendo las salas en su radar y defiende su papel. “Venimos de una tradición de contacto con público y de comunicación horizontal. Eso se nota. Y creemos que hay que ir a buscar al público allí donde se encuentre, en una suerte de tradición juglaresca”, sostiene. De hecho, bandas como Mishima o Manel y solistas como Quimi Portet o Joan Garriga nunca han olvidado sus giras por salas de Cataluña, sin menoscabo de puntuales apariciones también en festivales o en fiestas mayores. “El problema de las salas”, desliza Sanz, “es que no pagan caché, ya que no están en condiciones de asegurarlo y hay que buscar otras soluciones que convengan a sala y artista, como porcentajes, un fijo más porcentaje o acuerdos más imaginativos. Lo cierto”, resume, “es que festivales y fiestas mayores se están llevando la palma desde hace unas temporadas. No me atrevo a predecir si esto durará o no, si es fruto solo de la pandemia o si la pandemia solo lo ha acelerado, pero la realidad es hoy incontestable”, concluye.

Lo más paradójico de todo lo enfatiza Reves: “Tenemos más músicos que nunca, más preparados que nunca, con más propuestas interesantes que nunca, pero las salas programan cada vez menos. Nunca había visto tanta efervescencia, vivimos en Cataluña un momento muy dulce creativamente, y ya vemos lo que está pasando. Pese a todo, no pierdo la esperanza”, afirma esperanzado. Sea como fuere, los canales para la exposición de tanto talento se están estrechando. Algunos buscan solución en un cambio de política cultural asemejándose a la francesa, donde las salas están subvencionadas al no ser consideradas como meras expendedoras de alcohol sino como centros culturales. Otros apuntan recuperar un equilibrio ahora roto entre la masificación de propuestas en verano y el desierto del resto del año. Y están los que aguardan con cierto recelo y sin perder la esperanza que ofrece el futuro de un presente en plena transformación tras una pandemia.

La sociología y los festivales

José Mansilla es antropólogo, profesor universitario y ensayista, y al margen del atractivo de la oferta concentrada que estimula nuestro sistema económico, sostiene que los festivales y grandes conciertos cuentan con un elemento imbatible, la efervescencia colectiva. “Fue Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología, quien creó el término, que describe cómo en las grandes reuniones de personas, ya sea para ver un partido o ir a un concierto, se produce una predisposición biológica que nos hace sentir parte del grupo y proyectar la individualidad de otra manera. En una multitud somos algo más que un individuo”, asegura.

Por supuesto, mayor será la sensación de efervescencia cuantas más personas se concentren. “En los grandes conciertos”, concluye Mansilla “formas parte de un grupo de gente con la que compartes una afición, un gusto, una idea y una experiencia que amplifica las sensaciones y hace que disfrutes de algo más que la música. Pasa como en la Semana Santa sevillana, una ópera total en la que no sólo cuentan las procesiones sino todo el contexto ambiental que las envuelve”.

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