Barcelona, la ciudad de los festivales diferentes
En un país donde todo es festival, los de la capital catalana son diferentes, con principios distintos y estéticas propias
De tanto usarlo, el término festival ya no significa nada o, a lo peor, se equipara a masificación, colas, vacuidad y vestuarios pintones. Su indiscriminado uso unifica a todos, incluidos los que ofrecen varios escenarios en un corto periodo de tiempo. Es más, los festivales macro han sido blanco de críticas por ser fruto del turbocapitalismo, generar nuevos hábitos de consumo entre el público, alterar las agendas de los músicos con sus cachés y dejar las salas en un estado de catatonia. Por eso era importante comprobar cómo funcionaban esta temporada los tres grandes festivales de Barcelona que, sin menospreciar al resto, no olvidemos que ésta es una ciudad de festivales, serían por orden de celebración Primavera Sound, Sónar y Cruïlla. Y han ido bien.
De entrada porque los festivales no son como la economía, que dicen que ha de crecer anualmente. Ninguno de los tres lo ha hecho este año, y si lo ha hecho ha sido en cantidades anecdóticas. En el caso del Primavera ha habido quienes apuntaron que no logró las cifras del año pasado, olvidando lo irrepetible de una edición doble tras dos años de cierre. El caso es que los tres certámenes aseguran haber encontrado su velocidad de crucero y que ahí están cómodos, pues comodidad han ofrecido con cifras manejables, a su escala, los tres. Es cierto que el Primavera ha patinado en Madrid dada su ubicación, rematada por la lluvia torrencial, pero hoy ser grande significa ofrecer varias fechas a los grandes artistas, véase Kendrick Lamar, para que dejen la comodidad de su gran mercado y vengan a Europa. Y el Primavera ha optado por multiplicarse ante la imposibilidad de saturar Barcelona con su presencia. Busca centralidad europea desde el sur.
Pero lo mejor es que en un país donde todo es festival, los de Barcelona son festivales diferentes que pese a poder intercambiarse algunos artistas, en especial Primavera y Sónar, tienen principios distintos y estéticas propias. Mientras el primero mantiene un halo indie que se ha ido abriendo a artistas comerciales con enjundia, el segundo es un festival más conceptualmente tecnológico, orientado a la exploración del futuro, muy articulado en su discurso. El Cruïlla es un dispar festival de ciudad, si se quiere preolímpico, de cuando los barceloneses nos encontrábamos en todo porque no había turistas (que, por cierto, van de momento a la baja en Primavera y Sónar). En época de festivales hipersubvencionados, nacidos como reclamo turístico y con carteles miméticos, Barcelona cuenta con al menos tres diferentes, nacidos de la afición a la música de sus creadores, dos de los cuales, los de Primavera y Cruïlla, se foguearon en salas. Aquí no hay pelotazos, hay trabajo y pasión. No estaría mal que las autoridades tomasen nota. Esta Barcelona musical no es un proyecto, es una realidad nacida tras la inicial incomprensión. ¿Se menospreciará por problemas que requieren más soluciones que rechazo?
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