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elecciones generales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando los “oprimidos” por el gobierno de España deciden el gobierno de España

La negociación será complicada para Pedro Sánchez, máxime si Sumar logra que Jaume Asens, el amigo íntimo de Puigdemont, forme parte de esa negociación

Carmen Domingo
Carles Puigdemont, en un acto de campaña de Junts per Catalunya.
Carles Puigdemont, en un acto de campaña de Junts per Catalunya.Quique García (Efe)

Desde siempre en unas generales, los distintos gobiernos centrales han buscado, y casi siempre han conseguido, la complicidad de los políticos catalanes para alcanzar la investidura, incluso si tenían que hablar catalán en la intimidad para conseguirla.

Así pues, cuando la noche del 23-J vi que el PSC subía (y mucho), eso me hizo pensar —no negaré que con cierta alegría— en que el resultado final ya estaba decidido. Era fácil la complicidad. Aunque la alegría mayor en mi caso llegó justo en el momento en el que vi que los partidos independentistas —ERC, JxCat y la CUP, esta última ya ni existe en el arco parlamentario estatal— caían en picado. Por fin nos habíamos librado de la turra independentista, quedaba claro que la mayoría de los catalanes queremos trabajar unidos con el resto de los españoles y se demostraba que aceptamos el marco constitucional.

Sí, aunque el ganador había sido Alberto Núñez Feijóo —ya no sé si acentuarlo o no—, nuestro sistema constituyente, que no es presidencialista, sino parlamentarista, me hacía pensar que Pedro Sánchez sería el próximo jefe del gobierno a fuerza de sumar partidos. O, al menos, el que tenía más números para serlo, aunque para ello necesitara de JxCat.

Y ese detalle fue el que hizo decaer mi alegría casi de inmediato al escuchar a Míriam Nogueras, número uno de la lista de JxCat en el Congreso, asegurando: “El señor Sánchez decía que Puigdemont era una anécdota y me temo que, estos días, esta anécdota no le dejará dormir”. Junts no lo investirá “a cambio de nada”.

Al final, no deja de ser curioso que el poder que los independentistas han perdido en Cataluña lo hayan ganado en España, que el partido que puede dar la victoria a la izquierda sea el mismo que dividiría el país, hasta tal punto de que tiene en sus manos la llave de la gobernabilidad los próximos cuatro años. Curiosa democracia esta, donde los políticos “oprimidos por el centralismo de la metrópolis” son los que van a decidir el gobierno de la “metrópolis centralista”.

Casi una semana después del 23-J y conociendo como conozco la capacidad de defender el “cuanto peor mejor” de los líderes independentistas de mi comunidad autónoma, muy especialmente los de JxCat, no he dejado de pensar en la dificultad de pactar con ellos. Especialmente si estaban dirigidos desde una confortable residencia de Waterloo por el prófugo voluntario Carles Puigdemont, feliz de perjudicar al Gobierno de cualquier manera, evidenciando que no busca una solución al conflicto, sino el enquistamiento del mismo en beneficio propio (ya lo hizo al huir dejando abandonados a sus compañeros de Govern).

Todo hace pensar que la negociación será complicada para Pedro Sánchez, máxime si (esperemos que no sea cierto), Sumar consigue que Jaume Asens, el amigo íntimo de Puigdemont, forme parte de esa negociación, lo que no está claro si ayuda o dificulta.

Y al final, volvemos al principio. Desde Cataluña se acaba decidiendo el destino de España. Igual que hizo Jordi Pujol poniendo de presidente a Felipe González y a José María Aznar, no sería de extrañar que Puigdemont acabara poniendo a Pedro Sánchez.

Amigos, ojalá me equivoque, pero aprovechad las vacaciones veraniegas, porque antes de las de Navidad tendremos que reflexionar e ir de nuevo a las urnas.

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