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El cuarteto Attacca reveló en el Palau de la Música toda la sensualidad de un grupo de cuerda sin fronteras

La formación interpretó en Barcelona obras de Glass, Haydn, Shaw y Ravel

El Attacca Quartet en una foto promocional.
El Attacca Quartet en una foto promocional.

El ciclo Palau Fronteres, en el Palau de la Música de Barcelona, sigue presentando conciertos de interés indiscutible que en otro contexto serían difíciles de ubicar. Por ejemplo, en una programación de música clásica al uso todavía no cabrían autores como Philip Glass o Caroline Shaw y, al revés, en un ciclo tildado con una de esas etiquetas que sirven más para espantar que para atraer como música contemporánea sería impensable revisar obras de Haydn o Ravel. En cambio con esto de las fronteras (que si existen o no existen ya es cosa de cada uno) un grupo de gran altura como el Attacca Quartet neoyorquino pudo ofrecer un concierto apasionante precisamente con ese aparentemente incompatible repertorio.

Los Attacca no son un grupo de recién llegados, llevan ya bastantes años trabajando juntos y tampoco son un cuarteto de música contemporánea ya que en su historial figuran todos los cuartetos de Haydn y Beethoven, palabras mayores. Simplemente un cuarteto de cuerda sin más etiquetas, ss decir sin fronteras, que llegaba a Barcelona con el trampolín de sus dos Grammy ganados, el último hace pocas semanas, y no solo no decepcionaron a clásicos o a contemporáneos, o a ambos, sino que ofrecieron un concierto intenso y de gran belleza. Integrador, explosivo por momentos, de un intimismo exacerbado en otros.

Comenzó la velada con una revisión de parte de la música que el abuelo Philip Glass (así lo presentaron ellos) escribiera para la película Mishima. A diferencia de otros cuartetos actuales que afrontan estas partituras utilizando amplificación (por ejemplo el Kronos que estrenara la partitura) los Attacca realizaron una versión totalmente acústica que reforzaba los matices proponiendo una sensualidad que indudablemente se pierde con la electrónica. Una sensualidad, por momentos desbordante, que acompañó todas las interpretaciones del cuarteto y que se mostró como una de las bazas más comunicativas, en especial en sus casi insolentes y danzantes pizzicatos, de los neoyorquinos tanto en repertorio del siglo XVIII como del XXI.

Tras Glass entrar en el mundo de Haydn fue sorprendentemente sencillo. Los Attacca desmenuzaron su cuarteto número 2 en una versión nada complaciente que jugó mucho más con las contraposiciones y los diversos colores de los instrumentos.

La gran sorpresa de la velada surgió al inicio de la segunda mitad cuando interpretaron el Entracte de Caroline Shaw, una compositora que, a pesar de estar en residencia en el Palau y haber colaborado en el último trabajo de Rosalía, no es todavía suficientemente conocida y mucho menos programada por aquí. Y realmente esa de las que se lo merecen. Tanto en esta pieza como en el bis del concierto, su Valencia, las sugerencias sonoras se entrecruzaban y se separaban en una montaña rusa que lejos de marear te sumergía en una sensación eufórica. Aquí los cuatro instrumentistas brillaron muy alto, en especial su violonchelista utilizando una técnica más barroca que contemporánea. No es raro que los dos Grammys ganados por los Attacca contengan precisamente música de Caroline Shaw, nombre a perseguir una y otra vez sin descanso.

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Después de Shaw, Ravel sonó como un mar de placidez. Una vez más el cuarteto jugó a diseccionar la obra separando claramente los planos sonoros que al acoplarse provocaban una sensación de placidez, incluso en el vivo y agitado (y discutido en su momento) pasaje final. Un Ravel cercano que redondeó un programa perfectamente estructurado.

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