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Artistas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Núria Feliu y Amèlia Riera, dos voces

Dos ejemplos de las trayectorias femeninas en el arte que han conducido con maestría sin temor a los límites entre cultura minoritaria y cultura popular y a la misoginia imperante

Abre la capilla ardiente de la cantante Núria Feliu en la sala de plenos del distrito de Sants-Monjuic.
Abre la capilla ardiente de la cantante Núria Feliu en la sala de plenos del distrito de Sants-Monjuic.Alejandro Garcia (EFE)
Mercè Ibarz

En pocas horas, las dos. La inclasificable y poderosa artista Amèlia Riera (1928-2019) renacía el jueves pasado en una expo que la sitúa en el centro de lo que deberá ser la consagración que merece y no obtuvo en vida. A la mañana siguiente fallecía la gran dama de la canción Núria Feliu (1941-2022), que un día habrá de tener una expo que muestre su alta condición de intérprete y sus transformaciones escénicas a partir de su fabulosa inmersión en los estándares del jazz vocal y la cultura popular. La cantante ha sido tan conocida como sus méritos fueron rebajados, mientras que la pintora y escultora ha sido reducida a un culto cada vez menor, rayano en el olvido. De entrada no parecen tener mucho en común más allá de su presencia en titulares estos días, pero hay más. Las dos son ejemplo de la cara y la cruz de las trayectorias femeninas en arte, que han conducido con maestría sin temor a límites entre cultura minoritaria y cultura popular y a la misoginia imperante. En un contexto pacato, y no solo por la dictadura, Riera altera con lúcida provocación sádica los estereotipos femeninos. En un contexto olvidadizo y pedante, Feliu se construye con alegría brava como antidiva siempre cercana.

Estos días he leído de todo sobre la Feliu. Nuestra Sara Vaughan, nuestra Beyoncé, nuestra Cher, según la edad y la experiencia vivida. Más de uno y de dos la considera una tieta de la derecha catalana, y su condición activa de vecina del barrio de Sants queda en una rebaja de un sólido catalanismo iniciado en los sesenta. Son inmarchitables sus versiones, sabiamente vertidas al catalán por Jaume Picas en particular, de las canciones del jazz norteamericano cuando lo que se valoraba por aquí eran los cantautores al son de la canción francesa. Lo son para siempre, for ever. Larga vida, pues, aguarda a Núria Feliu.

En la Virreina, Amèlia Riera, teatral y luchadora. Sus objetos e instalaciones más atrevidos, en muy mal estado, han sido felizmente restauradas por el taller de Samuel Mestre, por el empeño del a su vez artista Pere Pedrals, a quien se debe la recuperación de otro inclasificable, Ocaña y su Beata. Cuenta Pedrals que ha llamado a muchas puertas hasta que se le abrieron dos, de lo más dispar. Aún en vida, muy frágil, Riera y su curador lograron el sí del Museu de Montserrat pero lo impidió la pandemia. Una puerta tras otra a partir de entonces desde la montaña sagrada, se abrió la de la Virreina y su programa de artistas mal conocidos u olvidados que replantean los clichés de género. Y aquí tenemos a la feroz Riera, dando la vuelta una y otra vez a las relaciones heterosexuales y sus insidiosas afrentas a la mujer.

La exposición se titula Mrs. Death, pero extrañamente no apela al poemario de Espriu del mismo título. El poeta fue uno de sus cómplices, igual de negro en las evocaciones de la muerte, que los dos parecen conocer bien, de ida y de vuelta como solo pueden poetas y artistas. Amèlia Riera practicaba con amigos en su piso de la plaza de Cataluña, entre esoterismos paródicos y misas negras modernas.

No debe postergarse la retrospectiva Riera que incluya su pintura y sus negros matices. Ni la del arte de Núria Feliu y su arrebatado poder escénico.

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