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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La lengua rusa, víctima de la guerra

Una de las repercusiones de la guerra en Ucrania puede ser una errónea instrumentalización del idioma de Chejov y Pushkin

Lluís Bassets
Guerra en Ucrania
Un proyectil incrustado en un edificio en el barrio Saltivka, en Járkov (Ucrania).Orlando Barría (EFE)

El propósito es destruir Ucrania, pero la destrucción también alcanza a Rusia. Conocemos y de cerca los perversos resultados de las grandes estrategias: las de Bush con su democratización de Oriente Próximo por la fuerza o las de Artur Mas para dotar a Cataluña de un Estado independiente por el milagroso efecto del deseo democrático.

Nuestra época es fértil en liderazgos delirantes, con dificultades para comprender la realidad y todavía más para transformarla razonablemente. Bush abrió las puertas al desorden mundial y debilitó a Estados Unidos al igual que Mas las abrió a la destrucción del catalanismo y a la irrelevancia del autogobierno catalán. Estamos horrorizados ahora por el delirio de la estrategia de Putin. Tanto por la atrocidad de sus inmediatas consecuencias y el incendio de una guerra mundial con el que nos amenaza, como por la perversidad de sus consecuencias inesperadas, que van más allá del error de cálculo en la evaluación de las fortalezas propias y ajenas.

Putin ha liquidado cualquier atisbo de prestigio que pudiera mantener la actual Federación Rusa. Situada ahora en la pendiente, hacia el modelo aislacionista de Corea del Norte, gracias a las sanciones y el boicot de las empresas occidentales ha retrocedido medio siglo. Su giro autoritario ha derivado hasta el asentamiento de un Estado totalitario controlado por los servicios secretos, con el crimen organizado y el asesinato como herramientas de gobierno.

El balance de muerte y de destrucción es devastador, a la altura de los peores tiranos y genocidas de la historia. Alcanza al prestigio y a la imagen de Rusia, su cultura, su lengua y su literatura, gracias sobre todo a su identificación con la dominación violenta e imperial que contiene el concepto putinista de Mundo Ruso. Identificar la lengua rusa con una nación étnica e imperial que tiene derecho a intervenir militarmente para proteger a sus hablantes allí donde se encuentren es una idea suicida. Según Ivan Krastev, “el papel de la lengua rusa en la vida cultural europea puede convertirse en otra víctima de la invasión de Putin” (Financial Times, 16 de junio).

Los nombres de Anton Chejov o de Alexander Pushkin están siendo borrados del callejero de las ciudades ucranias. Y no tiene que ver exactamente con la rusofobia, como afirma el Kremlin, sino con la reacción a la patrimonialización imperial y al uso bélico de la lengua, la cultura y la identidad rusas. Una reacción similar suscitó la apropiación de la lengua alemana por el nacionalsocialismo, pero después de 1945 todo fue regresando a sus cauces, como cabe esperar que suceda también con Rusia, una nación tan europea como Ucrania. Quienes convierten las lenguas en instrumentos de combates políticos, unos y otros, como sucede también aquí, debieran tomar buena nota de los perversos efectos lingüísticos y culturales del putinismo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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