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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cataluña sin conflicto

No es aquí, sino en Ucrania, donde nos jugamos la existencia, tal como dijo literalmente Ponsatí. Como europeos y como catalanes

Clara Ponsati
La eurodiputada y exconsejera de la Generalitat Clara Ponsatí durante una rueda de prensa el pasado 24 de febrero en Bruselas.Delmi Álvarez
Lluís Bassets

El caso catalán está ya enterrado en Europa”. No lo digo yo ni lo dice ninguna voz crítica con el secesionismo. Lo dijo Clara Ponsatí en el diario Ara de 27 de marzo. “Naturalmente, la guerra de Ucrania es la principal preocupación porque nos jugamos en ella la existencia”.

Las dimensiones del conflicto catalán han quedado perfectamente acotadas al lado de las proporciones de la agresión rusa contra Ucrania. Si era ya discutible que el proyecto secesionista tuviera alguna posibilidad de suscitar la atención europea, la brutalidad colosal de la guerra de agresión putinista la ha triturado en pocos días.

La estrategia de internacionalización fracasó de cabo a rabo. En la primera fase, cuando se buscaba el reconocimiento de la futura independencia, y en la segunda, cuando se recababa la solidaridad europea con los políticos presos y fugados y con el victimato del otoño caliente catalán.

La represión interna desencadenada en Rusia y el carácter criminal y genocida de la invasión putinista, han disuelto cualquier oportunidad razonable para el habitual comparatismo, en este caso de Cataluña con Ucrania. No han faltado parlamentarios y portavoces independentistas carentes de sentido del ridículo que no han podido resistirse. La propia Ponsatí lo ha hecho en el Parlamento Europeo, ante un hemiciclo vacío, elocuente demostración de la creciente insignificancia del conflicto catalán para la opinión pública europea.

La idea de una secesión catalana partía de una doble confusión, que la crisis ucraniana ha disuelto. La primera sobre su dimensión y relevancia. La segunda sobre las capacidades del movimiento. Cataluña, comparada con Ucrania, no tiene ni tamaño ni centralidad. Su secesión solo interesa a una parte de los catalanes, ni siquiera a Cataluña entera. El secesionismo, a pesar de la ventana de oportunidad que consiguió en 2014, tampoco tiene fuerza ni cuenta con capacidad coercitiva para conseguir una ruptura de la legalidad, ni siquiera para arrancar una reforma constitucional desde una posición de ventaja.

Todo esto, que tantos observadores desde dentro y desde fuera vieron y dijeron, ahora ha terminado en boca de los propios responsables de la intentona. El mapa político, no tan solo el internacional, está cambiando y desplazándose hacia la moderación. Europa está en guerra con Putin, al menos económica. También Cataluña. No es el momento de olvidar la mesa de diálogo, pero no para resolver el conflicto catalán secular, sino para evitar que vuelva a dividir a los catalanes y a los españoles. Cuando hay guerra, toca cerrar filas, e incluso pensar en grandes pactos y gobiernos de concentración. De ahí la urgencia del diálogo entre catalanes, que debe preceder al diálogo entre los gobiernos de Sánchez y Aragonès. No es aquí, sino en Ucrania, donde nos jugamos la existencia, tal como dijo literalmente Ponsatí. Como europeos y como catalanes.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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