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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Delacroix y Puigdemont

Vista la orientación del Consell per la República, el expresidente de la Generalitat está dispuesto a encarnarse en todos los personajes de ‘La Libertad guiando al pueblo’

Francesc Valls
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Canet-en-Roussillon, Francia, donde se celebró un pleno de la asamblea de representantes del Consejo por la República.
El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Canet-en-Roussillon, Francia, donde se celebró un pleno de la asamblea de representantes del Consejo por la República.David Borrat (EFE)

Generalmente se suele asociar el cuadro de Eugène Delacroix La libertad guiando al pueblo con un acontecimiento republicanamente revolucionario. La pintura muestra jóvenes barbudos con sombrero de copa y obreros en mangas de camisa, guiados por una mujer con la bandera francesa en mano y un pecho fuera, que ahora ha triunfado en forma de canción feminista en las manifestaciones del 8-M. El imaginario popular ha visto en el óleo un retrato de la Revolución Francesa. En realidad, se trata de la revuelta de 1830 que acabó llevando al trono a Luis Felipe de Orleans. Josep Fontana sostiene que la pintura refleja exactamente el momento en que la burguesía entendió que era necesario intervenir para reconducir el movimiento. O sea que la Marianne republicana acabó llevando a Francia a la monarquía de Luis Felipe, huyendo, eso sí, de un intransigente Borbón que había disuelto el parlamento. La burguesía —siempre con un liberalismo basado en el sufragio censitario— convenció a las clases populares de que la revolución era en beneficio de la libertad de todos, aunque desembocara en un “reino de los banqueros”, según Lafitte, primer ministro de Luis Felipe. El voto siguió siendo coto de los hombres con ingresos saneados.

El simbolismo, sin embargo, ha acabado imponiéndose a la historia. Por eso en La Libertad guiando al pueblo —cuyo nombre real es El 28 de julio— muchos han visto más de lo que en realidad fue. Empezando por el propio Luis Felipe, el “rey ciudadano”, a quien el cuadro le pareció tan subversivo que decidió no exhibirlo. Con ojos de hoy, la épica iconográfica es lo que importa, porque la vida sigue e incluso las viejas heridas familiares han cicatrizado. Ahí está la Fundación Zagatka donde Juan Carlos de Borbón y su primo Álvaro de Orleans han reconstruido laboriosamente el vínculo que 1830 agrió.

En Cataluña, el procés está elaborando su propia imaginería, pero el tiempo lo complica todo para componer un óleo estilo Delacroix. Si la revolución de 1830 duró apenas cuatro días de julio, la vía “procesista” presuntamente a la independencia va camino de eternizarse. Y es laberíntica. Hace unos días Carles Puigdemont fue “investido” presidente del Consell per la República, un organismo creado y gobernado por él. El hombre de Waterloo encabeza al mismo tiempo Junts per Catalunya, partido que forma parte del Ejecutivo de la Generalitat con Esquerra, cuya estrategia critica el Consell per la República. Es decir, Puigdemont pretende ser el burgués protagonista con sombrero de copa del óleo —el propio Delacroix— y al tiempo desempeñar el papel secundario del obrero en mangas de camisa que le precede y, seguro, el de Marianne. Ser el símbolo de la libertad que aúna presente, pasado y futuro y sintetiza sentimientos de derecha y de izquierda. Como él mismo dijo en el Consell, hay que prescindir de los partidos para alcanzar la independencia. Es como si el espíritu catch-all party de la vieja y comisionista Convergència hubiera encontrado una nueva vida en el movimiento revolucionario de Puigdemont.

Como sucede con el cuadro de Delacroix, todo es menos real de lo que parece. Marianne ha hecho muchos viajes a ninguna parte.

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