Los ucranios que van desde España a la guerra: Iván y sus camaradas, al frente en furgoneta
Varios grupos de ciudadanos originarios del país, atacado por Rusia, improvisan viajes para sumarse a la lucha
Una sobria y rauda despedida en la terraza de un bar de Sant Feliu de Llobregat (Barcelona) marcó el inicio del viaje de Iván Vepryk a la guerra. Tiene 43 años y es padre de tres hijos, de 18, 7 y 5 años. Instalado desde hace más de una década en Cataluña, se ganaba la vida como mecánico de coches, pero no dudó que tenía que regresar a Ucrania tan pronto como tomó conciencia de la ocupación rusa. El domingo por la tarde se metió dentro de una furgoneta Mercedes azul junto a otros cinco compatriotas, con el deseo compartido de llegar cuanto antes a la frontera de Polonia. “Vamos a buscar la ruta que más pronto nos lleve a territorio de Ucrania”, relataba Iván el lunes, al teléfono desde una carretera de Alemania.
“Ya estamos cerca de entrar en Polonia”, apuntaba una voz a través del manos libres. Los seis viajeros apenas se conocían entre ellos, pero trabaron vínculo instantáneo cuando el dueño de la furgoneta divulgó por internet que pensaba irse a Ucrania, y que le quedaban asientos vacantes. “Puso un anuncio diciendo que se iba a luchar, y que buscaba compañeros”, detalla Iván. Dicen que el anuncio recibió abundantes respuestas, pero que no había tiempo para organizar un proceso de selección. “No podíamos perder tiempo para salir”, alegan los voluntarios. “Mi padre tiene 85 años y se puso a llorar hablando conmigo por teléfono”, añade. El consejo paterno de quedarse lejos del conflicto fue ignorado. “Tenemos motivos para regresar. Tu país es como tu madre, y cuando tu madre te necesita, vas”, justifica.
Mientras, en Coma-ruga, cerca de Tarragona, medio centenar de ciudadanos ucranios a quienes el estallido del conflicto bélico sorprendió de vacaciones en Barcelona se hospedan en un albergue habilitado por la Generalitat. Karina Yanchevska tiene 21 años y es estudiante. Viajó a Cataluña con su novio y otras dos parejas, y tenían pensado regresar a casa el viernes 25 de febrero. La invasión rusa los pilló por sorpresa, confiesan. “Sin comida, sin dinero, sin posibilidad de pedir trabajo o de alquilar un lugar donde dormir, fuimos al consulado”, manifiesta Karina. “No vamos a volver porque no queremos ser bombardeados”, cuenta. Señala que su madre y una hermana han huido hacia Polonia, pero que su padre permanece en la ciudad de Rivne, cerca de la frontera con Bielorrusia.
Mariana Sorochuk, 33 años, se presenta como la “líder informal” del grupo de ucranios que se aloja en Coma-ruga. Su teléfono no para de sonar. “Soy una refugiada”, afirma, antes de señalar que en su país es “activista política”. Concede que la ofensiva rusa la dejó desconcertada. “Pensaba que estaba soñando, ¿cómo es posible que suceda esto?”. Agradece poder hablar con medios de comunicación para hacer difusión de la situación “intolerable” que vive su país. “Ucrania es Europa”, exclama.
En este refugio cerca de la playa, la situación es de tensa espera. Mientras en una sala un grupo de jóvenes pasa el rato jugando al tenis de mesa, en un rincón hay quien rompe en llantos mientras charla por teléfono. Mariana viajaba sola, pero cuenta que en el albergue hay “familias con niños pequeños, parejas y grupos de amigos”. Indica que se trata de gente de clase social media-alta, pero que han quedado, todos, desamparados. “La mayoría de tarjetas de crédito ya están bloqueadas, y si alguna todavía funciona es inoperativa porque las comisiones son altísimas”.
Mientras tanto, en la Terminal 1 del aeropuerto de Barajas, Vladímir Avramchenko, ucranio de 57 años, bromea: “Me llamo Vladímir. Como el presidente Putin, pero yo no soy Putin, ¿eh?”. Desconcertado, busca el punto en el que ha quedado con su hija, Kristina, de 32. Junto a su marido, su hijo pequeño y su madre, acaban de aterrizar en España tras huir de la guerra que asola Ucrania. Su padre, que lleva cinco años viviendo en Madrid, hará el recorrido contrario el próximo viernes: quiere volver para luchar por su país.
Vladímir es un hombre robusto, de mediana estatura y unos intensos ojos azules. Tras haber trabajado como repartidor, ahora está sin empleo. Ante la invasión que sufre su país, compró un billete de avión con destino a Polonia, desde donde pretende llegar a la frontera y cruzar a Ucrania como pueda. “Voy a ir a la guerra porque es mi país. Todo el mundo que tiene cerebro tiene miedo. Yo también tengo miedo. Pero si mi país necesita mi ayuda, voy a ir”, sentencia firme en un débil castellano mientras recorre los pasillos de la terminal 2, donde al final estaba su hija.
Al encontrarse, Avramchenko aúpa a su nieto en brazos. Kristina y su familia consiguieron dejar Kiev antes de que las tropas rusas llegaran a la capital ucrania para refugiarse con su suegra en Lviv, una ciudad próxima a la frontera con Polonia. Kristina, que estudió Económicas en España, volvió a Ucrania al terminar la carrera. En el país dejaron su trabajo, su piso, su coche en un aparcamiento polaco y “su diploma español”. Y han vuelto a su “segunda patria” empujados por la guerra. Los cuatro se instalarán, “de momento”, en la casa de Vladímir. Solo pasarán cuatro días todos juntos, hasta el viernes, cuando él tiene un billete para volar a Polonia. Sobre la decisión de su padre de luchar como miliciano, Kristina es discreta: “Es su vida, es su decisión”.
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