Joana Moll, la artista que cerró el centro de arte Santa Mònica
Para ser consecuente con el planteamiento de uno de sus proyectos inaugurales, el equipamiento cultural de la Generalitat cierra las exposiciones durante seis días
Remover consciencias, crear debate, revelar contradicciones, señalar aspectos inesperados de la realidad y ofrecer puntos de vista inéditos, se han convertido en los objetivos primordiales de una gran parte del arte contemporáneo. No es ninguna novedad, hace décadas que la búsqueda de la belleza y la pericia han dejado de serlo. Lo verdaderamente sorprendente es que el artista rebase los límites simbólicos para llevar el planteamiento conceptual de su obra hasta las extremas consecuencias.
Es lo que ha pasado con la obra 16/2017 de Joana Moll, artista que forma parte de Exposar · No exposar-se · Exposar-se · No exposar, la primera muestra de la nueva etapa del centro de arte Santa Mónica de Barcelona, bajo la dirección de Enric Puig. Estructurada como una obra en proceso, 16/2017 se proponía reducir del 50% el gasto energético del centro, durante los cuatro meses de la exposición. A punto de cerrar (el 9 de enero) y al ver que no había sido posible alcanzar el resultado esperado, Moll de acuerdo con la dirección, ha decidido cerrar las muestras durante seis días.
“El arte debe implicarse. Si para realizar un proyecto se establece un presupuesto económico que no debe ser superado, habría que fijar también el límite de recursos energéticos aceptables para realizar la obra”, afirmó Moll a la luz de una linterna, en un Santa Mónica sumido en la oscuridad y sin calefacción. La artista bautizó la pieza 16/2017 por una ley aprobada por la Generalitat en 2017, que obliga el gobierno a trabajar con presupuestos de carbono para reducir las emisiones de CO2 al 50% en 2030, tal como se indica en el Acuerdo de París.
El gráfico que se ha ido creando en la pared del Santa Mónica, desde el día de la inauguración, indica los gastos energéticos y apunta a las acciones para disminuirlos, por ejemplo evitar en la medida de lo posible los viajes en avión de los artistas extranjeros. “Cambiar las infraestructuras es lo más fácil, lo difícil es modificar las prácticas y los comportamientos. Por eso el gráfico no está en una pantalla, sino que se ha hecho con cintas adhesivas de diversos colores”, explicó Puig, detallando algunas de las iniciativas que se han llevado a cabo. Por ejemplo limitar las horas de aire acondicionado en las salas de acuerdo con los vigilantes que se pasan el día en ellas, utilizar un sistema de luces a la carta encendiéndolas solo al paso de los visitantes, reducir los viajes y apagar la climatización, que supone el 64% del gasto energético, en los espacios con ventanas.
Como era previsible en un proyecto cuya naturaleza es levantar debate, no todos se han mostrado de acuerdo. “En todo momento hemos apoyado y apoyamos el proyecto y la nueva dirección del Santa Mónica, pero discrepamos con esta decisión. Consideramos que el cierre de una exposición, en el historial de precariedades de la cultura, debería ser el último de los recursos. Estamos de acuerdo en contener el gasto energético, pero este gesto nos parece autolesionista y paradójico”, afirman Mònica Roselló y Jordi Guillumet que participan en la muestra con la instalación fotográfica Tabula Rasa y, como los demás artistas, fueron avisados el 1 de diciembre con un correo del director comunicándoles el cierre.
Roselló y Guillumet, que consideran la actitud de Moll un gesto autoritario y un agravio hacia los compañeros, han denunciado su malestar en las redes sociales y lamentan que la decisión no se haya debatido con los demás participantes. Roc Parés, presente con la maravillosa instalación audiovisual Janus que reflexiona sobre la cultura audiovisual y su relación con el final de la época dorada del petróleo, también habría preferido discutirlo antes, aunque si se hubiera llegado a votar, lo habría hecho en favor del cierre. “No debemos quedarnos en la anécdota. Esto demuestra cómo es difícil llegar a acuerdos cuando tenemos que tomar resoluciones drásticas respecto a nuestros hábitos de consumo energético. A diferencia de Guillumet estoy de acuerdo con el cierre, pero creo que se debió utilizar la situación como una posible plataforma de diálogo, en vez de tomar la decisión unilateralmente. Aun así el objetivo de la pieza es indiscutible y la trayectoria de Moll da fe de que no se trata de una provocación gratuita, sino de la expresión de una toma de consciencia y una puesta en acción”, afirma Parés.
Destaca la potencia simbólica del gesto también Mario Santamaría, que en su instalación visibiliza las entrañas del centro, los espacios intransitables y ocultos por donde pasan cables, tuberías y quizás ratones. Santamaría aborda la polémica desde otra perspectiva. “Parece que la institución se ha sumado como un artista más a la exposición y nos propone una performance de su propio cierre, en diálogo con el proyecto de Joana Moll, reconociendo la dificultad para cambiar sus hábitos energéticos, pero demostrando mucha soltura con las prácticas simbólicas”, indica el artista.
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