Macrobotellón de 15.000 jóvenes en la plaza de Espanya en la primera noche de las fiestas de Barcelona
Una fiesta en Sants-Montjuïc rompe el objetivo de las autoridades de evitar eventos multitudinarios
La noche avanzaba, en la plaza de Espanya de Barcelona, sobre el sonido de los vidrios rotos al pisar. Todo crujía. Resultado de las botellas de alcohol que iban cayendo en un espacio abarrotado, donde las personas, en su mayoría jóvenes menores de veinte años, cruzaban la calle en un ir y venir desde el centro de la rotonda hasta la acera y las escalinatas, cortando el tráfico con frecuencia hasta altas horas de la madrugada. El plan de las autoridades de la ciudad, con un dispositivo policial sin precedentes, de evitar botellones multitudinarios durante las fiestas de la Mercè, que empezaban este jueves en Barcelona y se extenderán hasta el domingo, fue un éxito en muchos puntos de la capital; pero naufragó entre la plaza y la avenida de Maria Cristina. El botellón reunió a miles de jóvenes, 15.000 según el Ayuntamiento.
“Hay fenómenos que hasta que no recuperemos la normalidad son difíciles de impedir”, ha afirmado ya este viernes el teniente de alcalde de Cultura, Jordi Martí, que ha dado por hecho que se repetirán durante las fiestas. El edil ha señalado que la concentración “no tuvo vinculación directa con la programación de La Mercè. Es un fenómeno con gente joven que lleva dos años sin disfrutar de la fiesta y hay necesidad de salir, a medida que recuperemos la normalidad irá diluyéndose, hay que vincularlo a estos años tan difíciles que han afectado a la gente joven”. Las actividades del programa, con cita previa, sumaron en total 20.000 asistentes, y el Instituto de Cultura ha podido habilitar 4.000 entradas más durante los días de la fiesta después de que el Procicat haya flexibilizado los aforos de la fiesta.
La noche había empezado con cierta tranquilidad. Los conciertos acababan antes de las 00.30. Había vallas dispuestas en los 22 recintos donde habían programadas actividades de fiesta, siempre con aforos limitados y entrada con cita previa. La Guardia Urbana tenía preparado un dispositivo con mil agentes, de los cuales 500 trabajaron de noche, 300 más que en agosto durante las jornadas más intensas de botellones de las fiestas de los barrios de Gràcia y Sants. La idea era intentar atajar las concentraciones antes de que fueran masivas: impedir la venta ambulante de alcohol a partir de las 11 de la noche –que es el límite legal para las tiendas– y multar el consumo de bebidas alcohólicas en la calle siguiendo la ordenanza de civismo.
Y todo funcionó según lo previsto en varios puntos de la ciudad. Caminar por el paseo Marítimo de la Barceloneta, desde la playa de Sant Miquel hasta la zona de discotecas como Shoko u Opium, era por momentos como andar por un desierto. Grupos burbuja aquí y allá, escuchaban música en la playa o se bañaban en el mar. En la zona de discotecas, donde se concentraba más gente, diferentes agentes de seguridad coincidían en que la noche estaba tranquila. Alguno agregó: “Igual que ayer”, en alusión al miércoles, cuando entró en vigor la ampliación horaria del ocio nocturno hasta las 3 horas de la madrugada (aunque sólo en espacios exteriores).
Más allá, en dirección a Colón, el Moll de la Fusta presentaba un escenario similar. Tras los conciertos, varias personas se extendían a lo largo del paseo en pequeños grupos. La presencia policial en ambos lugares era constante. Pero no fue así en la plaza de Espanya, donde los coches de la Guardia Urbana cruzaron el espacio esporádicamente, y el ruido de las sirenas era casi exclusivo de las ambulancias que asistían a jóvenes que habían padecido alguna intoxicación.
Los agentes de seguridad en todos los puntos de entrada al metro de la plaza aseguraban que los jóvenes habían empezado a aglomerarse sobre la 12 de la noche. Aproximadamente a esa hora, la Guardia Urbana había intentado desalojarlos en Maria Cristina, entre la plaza y las fuentes de Montjuïc; aunque luego se concentraron en torno a la plaza. Algunos habían asistido a los conciertos en el Estadio Olímpico, que con 3.000 personas de público, era uno de los 13 espacios de fiesta en la ciudad con mayor aforo. Otros, según los guardias de seguridad, iban reuniéndose directamente en la plaza sin haber pasado por el concierto. “Es que aquí está la fiesta”, afirmó Claudia, de 18 años, rodeada de un grupo de compañeros. Esta joven, como otros tantos ahí reunidos, señala que han pasado muchos meses sin poder salir a celebrar con sus amigos, y explica: “Nos merecemos esta fiesta después del covid”.
Más tarde, sobre las tres de la madrugada, empezó a notarse menos gente. La comisaría de los Mossos, en una de las esquinas de la plaza, estaba cerrada. Un grupo de estudiantes de la UAB que viven en la Vila Universitaria en Bellaterra conversaba junto a la boca del metro, frente al Hotel Catalonia. Ellos también estuvieron en el macrobotellón que se celebró en el campus de la universidad el fin de semana pasado. Como en ese caso, afirmaban que les gusta el ambiente de estas fiestas, aunque lamentaban que derive en situaciones de violencia o de tensión. Una estudiante de veterinaria afirmaba: “Casi siempre es gente infiltrada. Ahora ya nos iremos a casa. Cuando la cosa se lía ya da un poco de miedo”, decía en alusión a algunos casos esporádicos en los que, conforme avanzaba la noche, se vio a jóvenes lanzar botellas contra el suelo o a la puerta de algún coche que pasaba. Lo mismo criticaba Santiago, estudiante de comunicación audiovisual de 18 años, que afirmaba que “los que la lían son siempre una minoría”.
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