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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Quema de libros y vergüenza del pasado

El auto de fe en Ontario, en Canadá, de ejemplares juveniles de Tintín y Astérix, por sus representaciones de los pueblos indígenas, plantea de nuevo los límites culturales contemporáneos

Mercè Ibarz
Altar en el lugar donde se halló la fosa con 215 cuerpos de niños indígenas en Canadá.
Altar en el lugar donde se halló la fosa con 215 cuerpos de niños indígenas en Canadá.getty

En Canadá, este verano no solo ha ardido el pequeño pueblo de Lytton a causa del calor extremo, 49,5 grados, la mayor temperatura jamás registrada en tantas partes del planeta y en aquellas tierras que no son precisamente cálidas. También se ha sabido que hace dos años ardieron libros en un auto de fe escolar, aunque no por efectos de la crisis climática. Por racistas. Tintín, Astérix y Lucky Luke, fueron quemados en una escuela de Ontario en una pila funeraria, acusados de propagar estereotipos negativos de los nativos autóctonos, hoy llamados habitantes de las primeras naciones.

Hace un montón de años que no leo ninguno de estos cómics pero no me sorprendería que tantos argumentos y situaciones en sus páginas me hicieran reír por no llorar. Los arquetipos trazados en tantas historietas populares se alimentan de ellos mismos, es un dar vueltas de continuo a los prejuicios establecidos. Como mucho, Astérix se rebela contra los romanos invasores al tiempo, eso sí, de plantear el mejor de los mundos, que es el galo. Hasta que, a finales del siglo pasado, llega el cómic de historia, el que se decide a contar en viñetas tantas cosas que corren el peligro de no ser conocidas por los lectores que no frecuentan los libros de historia, del que Sacco sería uno de sus autores mayores. Pero lo de Ontario va más allá, es la cola (de momento) de las tensiones actuales respecto de los pueblos indígenas colonizados y destruidos. En paralelo a lo “políticamente correcto”, y a mucho más.

La ceremonia debía hacerse en otras escuelas, pero la pandemia del coronavirus lo impidió

La cosa se ha conocido a principios de este mes. Radio Canadá revelaba que, en 2019, el consejo escolar católico Providence, que gestiona una treintena de escuelas francófonas en el sudoeste de Ontario, decidió retirar de los fondos comunes de su biblioteca unos 5.000 libros juveniles. Se tiraron (no se sabe muy bien dónde) y unos cuantos, una treintena, fueron sometidos en una de las escuelas al fuego, sus cenizas enterradas para plantar un árbol y así “volver lo negativo en positivo”. En un ritual, una ceremonia de purificación, con objetivos pedagógicos que un vídeo dirigido a los alumnos explica así: “Enterramos las cenizas del racismo, de la discriminación y de los estereotipos en la esperanza de que creceremos en un país inclusivo en el que todos podrán vivir en prosperidad y seguridad”. La ceremonia debía seguir por las otras escuelas, pero la pandemia de la covid lo impidió. Y ahora se ha divulgado el asunto.

Tintín ha ardido por sus representaciones de los indios indígenas, La conquista del Oeste de Lucky Luke por la misma palabra “conquista”, Astérix y los indios por una joven india juzgada demasiado seductora. También fueron a la pira novelas juveniles, libros de historia y hasta manuales para confeccionar vestidos y conjuntos indios. Son libros tildados de mantener los prejuicios contra los indígenas: salvajes, alcohólicos y perezosos.

Voces aquí y allá se han alzado ante el asunto. Quemar libros tiene una reputación pésima, que enlaza con las dictaduras, ya sea la de Hitler o la de Franco, que en la plaza de Cataluña hizo quemar miles de ejemplares de volúmenes en catalán, entre ellos la biblioteca entera de Pompeu Fabra. No está bien visto, no, quemar libros. Lo de Ontario asusta un poco, claro. Trasciende el fuego, es un síntoma más del malestar de la cultura hoy. Si no nos podemos creer los grandes relatos sobre el pasado, todo puede ser puesto en la picota.

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Si no nos podemos creer los grandes relatos de otros tiempos, todo puede ser puesto en la picota

Es también un reflejo mayor. La quema se ha conocido después del desasosiego causado en Canadá por otra revelación reciente: una fosa común de 215 cadáveres de niños indígenas. En mayo se supo que la fosa estaba en un antiguo pensionado en un pueblo de la Columbia Británica, según comunicó la Primera Nación Tk’emlúps te secwépemc. La jefe Rosanne Casimir explicó a la prensa que aún no se pueden saber las causas, pero que algunos huesos eran de criaturas de menos de tres años. La convulsión en la sociedad fue alta y el primer ministro del país, Justin Trudeau, se vio obligado a reaccionar, “consternado por las políticas vergonzosas que han robado niños autóctonos a sus comunidades”.

También ahora hay disgusto social por los libros quemados. Lo más sencillo es relacionar la quema con la ola de la cancelación, la censura contra los vestigios de prácticas hoy consideradas abusivas. Casi siempre lo fueron, y también es cierto que su juicio hoy puede ser desaforado, pero en el fondo estamos hablando de cómo lidiar y vivir con las vergüenzas del pasado.


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