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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La volatilidad para el que la trabaja

En tiempos de aceleración creciente, como los que nos está tocando vivir, casi todo caduca a gran velocidad

Pablo Iglesias a Pablo Casado: "Usted nunca será Presidente del Gobierno".
Pablo Iglesias a Pablo Casado: "Usted nunca será Presidente del Gobierno".EL PAÍS
Manuel Cruz

“Usted nunca será presidente del Gobierno” le espetó hace apenas un año en el Congreso el que entonces era vicepresidente del ejecutivo al líder de la oposición. Pasado ese tiempo, el contenido de la rotunda afirmación deja de estar tan claro y, por añadidura, quien la hizo está fuera, ya no solo del cargo que ocupaba, sino de la propia política institucional. Por lo menos una lección cabe extraer del episodio: últimamente los “nunca” duran muy poco rato.

Claro que, como saben bien los epistemólogos, siempre existe la hipótesis ad hoc que permite poner a salvo una determinada teoría, incluso aunque esta haya sufrido una severa refutación en el plano de los hechos (en el caso de las teorías científicas, se le puede echar la culpa a algún cálculo equivocado, a los instrumentos de medición o a algún otro elemento no fundamental). Y si los científicos se atreven a hacer semejante cosa, de qué no será capaz un avezado político, curtido en mil platós.

En efecto, en tiempos de aceleración creciente, como los que nos está tocando vivir, casi todo caduca a gran velocidad, lo que, aplicado a la política, se concretaría en la volatilidad que parece afectar al conjunto de la realidad y sus protagonistas. Pero el “casi” aquí es fundamental, precisamente porque de un tiempo para acá la apelación a dicha volatilidad parece haberse convertido en un recurso generalizado que termina por difuminar la importancia de los comportamientos y circunstancias particulares y que, por esta razón, acaba funcionando además como una hipótesis tranquilizadora, por exculpatoria, para algunos.

Pero si, siguiendo dentro del grupo de los que han tenido que abandonar la escena política, Albert Rivera se vio obligado a hacer mutis por el foro no fue por una genérica aceleración, propia del presente momento histórico, sino por la magnitud de sus errores concretos. Con otras palabras, que lo que no pudo resistir el paso del tiempo fue la combinación de insustancialidad política y aceleración histórica, cóctel explosivo que es el que da lugar a la volatilidad a la que hacíamos referencia. Pero sería rigurosamente falso hablar de esta última como una especie de destino contemporáneo al que nada ni nadie conseguiría escapar.

Baste con pensar en una figura como la de Angela Merkel, de la que se puede predicar cualquier cosa menos insustancialidad. O en Barack Obama, cuyo libro Una tierra prometida permite dibujar un perfil político y humano situado a años luz del de los líderes que proliferan por estas latitudes, tan efímeros y livianos como, por lo general, pagados de sí mismos. Es esa combinación la que hace que, una y otra vez, tales políticos sean incapaces de reconocer sus errores, en el doble sentido del verbo reconocer (como admitir y como identificar). No los admiten probablemente porque ni alcanzan a identificar cuáles son. Deberían empezar por un sencillo pensamiento: ni antes, cuando el viento parecía soplar a su favor, el mundo les debía nada ni ahora, cuando las cosas parecen habérseles torcido, conspira contra ellos.

Manuel Cruz es filósofo y expresidente del Senado. Autor del libro Transeúnte de la política (Taurus).

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