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Xavier Albertí orquesta cuplés entre tinieblas en el TNC

En su despedida del Teatre Nacional, el director alumbra un montaje espectacular de ‘L’emperadriu del Paral.lel’, de Lluïsa Cunillé, ácido retrato de la Barcelona transgresora de 1930.

Xavier Alberti Teatro
Una imagen de 'L'emperadriu del Paral.lel', en el TNCMay Zircus

No hay nostalgia ni sentimentalismo en la evocación de la Barcelona de 1930 que dibuja la dramaturga Lluïsa Cunillé en L´emperadriu del Paral.lel, última obra con la que Xavier Albertí pone un emocionante broche final a su etapa como director artístico del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). Cunillé sitúa la acción en la frontera entre el Raval y el Paralelo y traza un ácido retrato de la vida bohemia y transgresora de la gran avenida de los teatros y cafés en el frío otoño de 1930, la noche en que murió la cantante que da título a la obra, Palmira Picard, nombre inventado que se inspira en la adversaria histórica de la famosa cupletista Raquel Meller.

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Entre cuplés, tangos y romanzas de zarzuela vemos y reconocemos a reyes y reinas de esa mítica arteria teatral, hoy tan en horas bajas, y no solo por la pandemia. Quizá por ello, el espectáculo -un gran montaje con 13 actores dando vida a 38 personajes, algunos reales, otros inventados- nos deja una inquietante sensación de tristeza, miedo y desesperanza.

Cupletistas y artistas de variedades, escritores y periodistas, empresarios y políticos, floristas, bordadoras y prostitutas, obreros y activistas desfilan en un relato social y urbano en el que se presagia el abrupto final de la Barcelona libertaria de los años treinta que la Guerra Civil acabaría de liquidar.

Hay más penurias y miserias que brillo de lentejuelas en esta tragicomedia que lleva el sello de Cunillé, dramaturga de cabecera de Albertí. Es un viaje a los infiernos de una Barcelona al borde del precipicio que la autora perfila sin sobrecargas, desde una distancia emocional que retrata los personajes, incluso en los momentos más divertidos, con un toque de amargura, sueños y esperanzas truncadas.

El espectáculo arranca con un noticiario sobre la muerte prematura de Palmira Picard. Una voz en off glosa su figura. La primera escena, demasiado larga, nos muestra la parroquia de clientes habituales del bar La Tranquilidad, refugio de artistas, bohemios y anarquistas: allí se reunían los grupos de acción de la CNT en tiempos convulsos, entre los últimos coletazos de la dictadura de Primo de Rivera y la llegada de la Segunda República.

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Al bar arriba el periodista y letrista de cuplés Roc Alsina (alter ego de Paco Madrid, a quien se atribuye haber bautizado al Distrito V como Barrio Chino) con el encargo de escribir un epitafio y el deseo de investigar la prematura muerte de la cupletista. Entre copas y cafés entabla relación con la encargada del establecimiento, Clara Cisteró, una pianista (y activista que lanza gatos muertos a Alejandro Lerroux, llamado con sorna el emperador del Paralelo) que ha perdido su empleo en el cine Royal por la irrupción del sonoro. Pere Arquillué y Silvia Marsó, que están espléndidos en estos papeles, son los únicos del nutrido elenco que interpretan un único personaje. Los otros once colegas se reparten, con mayor o menor fortuna, nada menos que 36 personajes.

La escenografía de Lluc Castells -un edificio de cinco pisos- es impactante, aunque las escaleras complican la vida a los actores en su engorroso trasiego. Aparecen en la obra personajes históricos, como el dramaturgo Ramón María del Valle-Inclán (imposible no acordarse de Luces de bohemia en el periplo urbano de Roc Alsina), el pensador libertario Francesc Ferrer i Guàrdia, el político Lerroux y, naturalmente, artistas históricamente vinculados al Paralelo, como la cupletista Mercè Serós, el actor Josep Santpere, el cómico Alady, el payaso Ramper o el mimo Enric Adams.

Un aspecto de la escenografía de 'L'emperadriu del Paral.lel', en el TNC
Un aspecto de la escenografía de 'L'emperadriu del Paral.lel', en el TNCMay Zircus

Se lleva el gato al agua, por gracia y socarronería, Mont Plans, delirante en el papel de Virtudes Padrón, madre de Palmira. También está magnífico Oriol Genís, que da vida a Lerroux y brilla en el papel del tenor Manuel Utor, el Musclaire, con una hilarante versión del dúo y jota de la zarzuela El dúo de la Africana, de Fernández Caballero.

La soprano Maria Hinojosa, de vocalidad epatante, encarna a la Picard, de cuerpo presente en un ataúd que bien podría ser en el que dormía Sarah Bernhardt. La evocación de la cupletista, sublimada en la imaginación de Roc Alsina, es uno de los momentazos de la función, con una versión coral extraordinaria de La mar está fresquibiris, canción del musical Love Me, con música de Enrique Clará y letras de Manuel Sugrañes estrenado en el Teatro Cómico en 1927.

Aina Sánchez borda los cuplés de la Serós; Montse Esteve y Albert Mora aciertan en la caracterización de Ramper y Santpere; Chantal Aimée, Carme Sansa, Alejandro Bordanove, Roberto G. Alonso completan con buen tino el elenco. Estamos, huelga decirlo, ante un imponente trabajo coral, bien coregrafiado, movido con precisión y, cuando conviene, con gracia y sentido musical por Albertí.

Los cuplés, coros y coreografías tienen gracia, con el jugoso acompañamiento al piano de Jordi Domènech, quien, antes de empezar la función, anima la espera tocando piezas deliciosas portando un imponente casco de plumas realizado por Nina Pawlowsky.

Y es que el maravilloso vestuario es un espectáculo en si mismo, un homenaje a la gran figurinista del mundo del teatro María Araujo, que murió el 20 de marzo de 2020. Son piezas maestras, de las que retratan al personaje con acierto e imaginación: por ello emociona ver a Domènech en su caracterización de Enric Adams, luciendo ese deslumbrante vestido de Arlequín que la gran Anna Lizarán no pudo llevar en La Bête (tras su muerte asumió el papel Jordi Bosch).

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