Dinamarca del sur, Madrid del norte
El ‘sorpasso’ de Esquerra a JxCat hace que la derecha independentista pierda complejos y pase de los modelos nórdicos a valorar el ‘ayusismo’
Hubo un tiempo en que todos eran de izquierdas. Mucho. Tanto que el propio Trotsky hubiera pasado por vulgar reformista comparado con el ímpetu revolucionario de los herederos de Convergència. Desafío a las leyes, apoyo a las movilizaciones en las calles, críticas a la represión policial, acogida de inmigrantes sin límites en Cataluña, subidas de impuestos a los más ricos… vamos que llegado el caso tampoco hubiera resultado insalvable hablar a calzón quitado de la propiedad de los medios de producción. Estaba en venta —por lo menos verbalmente— todo aquello que a Jordi Pujol y a la hiperbolizada menestralía catalana le ponía los pelos de punta ya desde antes de las épocas gloriosas de la quiebra de Banca Catalana. Bajo el paraguas de la independencia cabía toda iniciativa social. Era el momento mágico del procés. Incluso se podía hablar en castellano en el Parlament —como hacía el número seis de Junts pel Sí, Eduardo Reyes— sin ser tachado de lerrouxista como había sucedido hasta entonces.
La larga duración del procés y el hecho de que Junts per Catalunya no sea la primera fuerza política dentro del independentismo ha provocado que algunas cosas comiencen lentamente a volver allá donde estaban antes de estos años de pulsión izquierdista. Si el guion exigía que en 2015 se aprobara la iniciativa legislativa popular —que culminó con la ley 24/2015— para frenar desahucios y pobreza energética, ahora mismo ya no hace falta tanta gesticulación. Tímidamente han ido asomando disidencias derechistas en la negociación para formar Gobierno. Se trata de elementos propios de la derecha catalana de toda la vida, como la defensa de la iniciativa privada para equilibrar ese elogio desmesurado de lo público que supone —según los de Puigdemont— el acuerdo entre Esquerra y los anticapitalistas de la CUP. Ya sin ambages ni ataduras, Junts envió hace unos días a Joan Canadell —expresidente de la Cámara de Comercio y conocido defensor de Trump— a negociar el programa económico del futuro Ejecutivo de coalición. Canadell, a parte de considerar el fraude fiscal continuado de la familia Pujol una estrategia “para llenar portadas de la prensa madrileña”, es un hombre que no se arredra. Y ahora mismo no le duelen prendas —por española que sea— a la hora de considerar que la aplastante victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid se debe a que “la gente quiere que les ayuden, que bajemos impuestos, que potenciemos la economía y no quiere una administración pública que lo decide todo y nos hace pagar impuestos. La izquierda española se ha equivocado y la catalana sigue el mismo camino”, ha concluido en un tuit.
Gracias a este ex compañero de partido de Quim Torra —ambos eran camaradas en el extinto Reagrupament, escindido de ERC— se han roto tabúes. En el terreno histórico, reivindicando lo que los años de opresión habían ocultado: que Cervantes, Colón o Da Vinci eran catalanes. De la mano de este impulsor del Centre Català de Negocis y director de Petrolis Independents, el procesismo derechista está logrando perder sus complejos, salir del armario y mostrarse abiertamente populista, trumpista o ayusista. Cataluña necesitaba una señal de que la derecha independentista —tras la bandera del Consejo por la República— se preocupa y se ocupa de las cosas y los valores de siempre. Y si es necesario reivindica, sin sentimiento de culpa, que Cataluña quiere ser ahora el Madrid del norte y no la Dinamarca del sur que proponían los ancestros procesistas. No hay que andarse por las ramas: en 2020, la presión fiscal en el país nórdico era diez puntos superior (47,1% del PIB) a la de España. Cuanto menos impuestos se paguen mejor y si en tiempos de pandemia hay que elegir entre salud y negocios abiertos pues —aunque los catalanes seamos más de beber en casa— se debe romper una lanza en favor de los bares.
Tímidamente han ido asomando disidencias derechistas en la negociación para formar Gobierno
La derecha independentista se reivindica sin complejos. Si en épocas de Artur Mas era necesario llegar a ser poco menos que una república socialista y luego ya debatiríamos el modelo a seguir, ahora ya no hace falta. Aunque todo ello frustre la formación de Gobierno. Sería malicioso pensar que JxCat ha dado tantas largas y ha puesto tantos obstáculos porque tiene mal perder cuando de la canonjía del Palau de la Generalitat se trata. Y pecaría seguramente contra el Espíritu Santo quien creyera que los de Puigdemont quieren demostrar con ello que son de dura cerviz. Los republicanos han votado hasta seis veces a presidentes de CDC o sucesores. Pero claro, ellos son simples arrendatarios, sencillos masovers, del complejo de la plaza de Sant Jaume que ha patrimonializado durante decenios y sin complejos la derecha catalana que ahora, orgullosa, vuelve a reivindicarse.
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