La estadística en la era biopolítica
La ciencia ha cumplido su primer deber: las vacunas han llegado en un tiempo récord. Pero la política se ha colgado de la ciencia. Y nos ha abrumado con su impotencia
El peligro es una experiencia, el riesgo es una estadística. Pasamos de este modo del reconocimiento a las personas, en su peculiar e irrepetible condición, a su dilución en la simplicidad de los datos. Y de hecho desde que empezó la pandemia hemos hablado mucho más de cifras (que nos describen en abstracto el estado del cuerpo social entendido como un todo de agregados humanos) que de las vivencias de cada una de las víctimas del virus. Y hemos visto cómo las personas morían en soledad (solo atenuada por la empatía de los sanitarios) y sin derecho a la despedida. En la sociedad del algoritmo, miles de personas se han ido más anónimamente que nunca, números que se inscriben diariamente en la estadística. No hay lugar ni siquiera para los rituales: estas formas retóricas que la humanidad ha inventado para hacer soportable su condición contingente. Y para que el que se queda pueda elaborar la pérdida en compañía.
La tragedia se hace abstracta, lo que no hace sino reforzar el miedo. Los medios de comunicación abren a diario con cifras y tasas de muertos por el virus, de contagiados y de ingresados. Un chorreo tan abrumador como incontestable. El ansia de seguridad hace que traslademos toda la confianza a la ciencia. Y la política es la primera que se sitúa a remolque, por cobardía, porque se siente sin autoridad para ganarse la confianza de la ciudadanía. Lo que diga la ciencia. Y de ahí arranca la gran confusión, que en el fondo solo es la constatación de unas tendencias que ya se daban antes de la pandemia pero que esta ha puesto en evidencia.
En la sociedad del algoritmo, miles de personas se han ido más anónimamente que nuncaEn la sociedad del algoritmo, miles de personas se han ido más anónimamente que nunca
¿Será la humanidad capaz de aprender la lección o sucumbiremos a ella? ¿Qué es lo que nos ha sorprendido? Algo que a caballo del proceso tecnológico queríamos olvidar: nuestra vulnerabilidad. Estábamos en tiempos en que ciertos discursos posthumanistas incluso nos hablaban sobre la superación de los límites de nuestra especie y rondaba el inquietante mito del superhombre. La pandemia nos ha recordado que la vida y la muerte forman parte de un mismo, breve y único trayecto. Y tenemos derecho a vivirlo. Decía Judith Butler que solo desde la vulnerabilidad la humanidad podría construir alguna cosa mínimamente sólida. Parece que en este inquietante presente continuo en que habitamos desde que la globalización se disparó hemos perdido sentido de la experiencia y de la memoria y, como decía Elias Canetti, cuando esto ocurre la humanidad queda indefensa.
El desconcierto estalló cuando la pandemia llegó al primer mundo y la estadística se adueñó del horizonte, y generó, paradójicamente, una dosis creciente de pánico y de desconcierto. El ridículo ha llegado con las vacunas: unas cifras infinitesimales de sus efectos negativos han provocado frustración y rechazo. El apogeo de las estadísticas obliga a preguntarse algunas cosas, que tienen que ver, por supuesto, con el poder y las hegemonías. El lustre que dan las cifras, no las libra de sospecha. Dos preguntas casi retóricas: ¿por qué en esta pandemia han alcanzado la notoriedad y la omnipresencia que no tienen en otras crisis sanitarias de contagios masivos, con porcentajes de víctimas incluso mayores? ¿Por qué porcentajes ridículos de los efectos no deseados de las vacunas se airean de tal manera que generan rechazos innecesarios y provocan interrupciones en el proceso? El poder de la estadística encalla en los territorios procelosos donde se cruzan intereses económicos y pugnas geopolíticas. Una caricatura del estado actual de una humanidad que no consigue constituirse como tal.
¿Será la humanidad capaz de aprender la lección o sucumbiremos a ella? ¿Qué es lo que nos ha sorprendido?¿Será la humanidad capaz de aprender la lección o sucumbiremos a ella? ¿Qué es lo que nos ha sorprendido?
La ciencia ha cumplido su primer deber: las vacunas han llegado en un tiempo récord. Pero la política se ha colgado de la ciencia. Y nos ha abrumado con su impotencia. Puede que la urgencia haya impedido la deliberación. Pero el recurso permanente a la coartada científica no hace más que confirmar que la biopolítica configura las sociedades actuales, montadas sobre el miedo y el control, que, elevado a estadística, nos convierte en puros números. Y en su debilidad, la política no ha encontrado otra respuesta que un autoritarismo desconcertante. Con medidas contradictorias, avances y retrocesos que hacen dudar de la necesidad de lo que se ha hecho. La pregunta es: ¿esta respuesta autoritaria es realmente una excepción o es una indicio de hacia dónde va el futuro? ¿Puede subsistir la democracia cuando vivos y muertos son tratados como un dato estadístico? Si la religión es el conjunto de pautas asumidas por una sociedad determinada, hoy es la biopolítica.
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