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La covid divide a los muertos en el tanatorio

Los nuevos protocolos por la pandemia impiden practicar técnicas de tanatopraxia a los fallecidos por coronavirus

Una hoja informativa con los datos del difunto recuerda que este ha fallecido a causa de la covid-19.
Una hoja informativa con los datos del difunto recuerda que este ha fallecido a causa de la covid-19.Albert Garcia Gallego
Alfonso L. Congostrina

La pandemia de coronavirus colapsó los servicios funerarios. En abril y mayo de 2020, los esfuerzos por contener el virus llevaron a paralizarlo casi todo. Los tanatorios quedaron cerrados al público; los cementerios, también. Los hornos incineradores estuvieron, durante semanas, trabajando las 24 horas del día. Mémora, la funeraria más grande de las tres que operan en Barcelona, llegó a instalar en abril refrigeradores de aire en dos plantas del aparcamiento del tanatorio de Collserola. Allí instaló 2.000 féretros para preservar cadáveres a la espera de tener de nuevo capacidad de enterrarlos o incinerarlos. “Llegamos a tener 900 difuntos en espera”, señala Fernando Sánchez, director de comunicación de la compañía.

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EL PAÍS ha visitado el tanatorio de Sancho de Ávila de Barcelona para reconstruir lo ocurrido aquellos meses y las consecuencias que el virus ha dejado. La covid ha trastocado las rutinas de los trabajadores y ha impuesto nuevos protocolos. Por primera vez, se divide a los difuntos en función de si la causa de la muerte fue el coronavirus o cualquier otra enfermedad. Cómo se da el último adiós al fallecido ya no solo depende ahora del nivel económico de los familiares, sino, sobre todo, del coronavirus.

Jordi Fernández es el responsable de tanatopraxia de Memora. Actúa como cicerone del Sancho de Ávila y muestra una de las salas donde algunos de sus compañeros —Jordi, Juanjo y Carolina— “recepcionan, asean, desinfectan, embalsaman, maquillan y visten” cadáveres antes de que los familiares los vean. En la sala se aprecia el respeto con el que los trabajadores abordan su labor diaria.

Tras la declaración del estado de alarma, el año pasado, el trabajo se multiplicó. “Concentramos los difuntos no covid en Sancho de Ávila y los covid en el tanatorio de Collserola. Aun así, al principio íbamos todos a ciegas y estoy convencido de que realizamos tanatopraxias a difuntos covid”, admite. Hoy, por primera vez, en los tanatorios se diferencia entre los difuntos con el virus y el resto. Los difuntos covid no pueden pasar por la sala de los tanatopractores. Al llegar a las instalaciones del tanatorio son trasladados a unas neveras apartadas donde solo hay fallecidos por coronavirus. “Cuando los servicios funerarios recogen un difunto covid se desinfecta el cadáver, se introduce en una bolsa estanca y se vuelve a desinfectar, y se traslada hasta estas neveras”, dice.

“Pero está prohibido”, añade, “practicarles cualquier tratamiento de tanatopraxia y por tanto no se expone al difunto en el tanatorio”, explica Fernández. “Creo que se está cometiendo una injusticia. Si un cadáver tiene marcapasos no se puede incinerar sin retirar ese aparato del corazón. Dicen que podría dañar los hornos. La retirada de los marcapasos la tienen que realizar el tanatopractor. A los difuntos covid, por normativa, no podemos retirárselo y por lo tanto tienen que inhumar el cadáver aunque el difunto no quisiera”, denuncia.

Los responsables de los servicios funerarios recuerdan la primera ola. “Los cementerios estaban cerrados y había personas que esperaban los coches funerarios en la puerta del camposanto porque esa era la única despedida que les podían dar. Trabajamos con mucha profesionalidad. Y que nadie dude de que, pese al exceso de cadáveres, su familiar está en el féretro, nicho o tumba que le asignamos”, defiende.

Los registros civiles de Cataluña inscribieron a lo largo de 2020 un total de 79.778 defunciones, un 21,9% más que las 65.406 muertes de 2019. Solo la funeraria Mémora realizó, el pasado año en la provincia de Barcelona, 16.400 servicios funerarios, un 24% más que el año anterior.

En el Sancho de Ávila, Fernández tiene una reclamación de parte de todos los trabajadores hacia las instituciones: “Somos personal esencial. Manipulamos cuerpos y tratamos con familiares de contagiados. Deberíamos ser también de los primeros grupos en recibir la vacuna”.

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