Empresas funerarias al límite: “Ya no hay tiempo para fabricar ataúdes nobles”
Las principal fábrica de féretros de Cataluña ha triplicado su actividad desde el inicio de la pandemia
Las fábricas de ataúdes catalanas están multiplicando por tres la producción de féretros. La pandemia por coronavirus no solo ha hecho cambiar los ritos funerarios -eliminando velatorios y funerales-, sino que también ha hecho mella en las costumbres. Los familiares de los fallecidos eligen ahora ataúdes cada vez más económicos mientras se dispara el número de servicios fúnebres. “En Madrid se han multiplicado por siete y en Barcelona por cinco”, asegura Fernando Sánchez Tulla, el director de relaciones institucionales de la funeraria Mémora. Sánchez asegura que la media diaria de entierros o incineraciones en la capital catalana es de medio centenar y desde que estalló la crisis del coronavirus “hay días que se ha llegado a 220”. La empresa de ataúdes más grande de Cataluña Eurocoffin ha pasado de fabricar cada día 50 ataúdes a construir 150. Y se ha quedado sin apenas stock.
Entre la Ronda del Litoral y una de las entradas al faraónico cementerio de Montjuïc, justo al lado de la exposición de carrozas fúnebres, queda totalmente disimulada la sede de Eurocoffin. Miguel, uno de los encargados, es el que realiza las funciones de cicerone. “Somos 30 trabajadores y de momento estamos afrontando esta crisis con horas extras pero no descartamos doblar turnos”, asegura mientras comienza una suerte de visita guiada por las instalaciones de una gigantesca carpintería dedicada exclusivamente a cortar y diseñar cajas fúnebres.
La empresa surte de féretros al grupo Mémora –presente en 21 provincias de España- y a otras funerarias externas a la empresa. “Normalmente tenemos un stock de 1.000 ataúdes de diferentes gamas pero en cuanto estalló la pandemia nos quedamos sin reservas de un día para otro. Es más, tenemos una sala de muestra con todo el catálogo de ataúdes y hemos tenido que coger cajas de allí por la gran demanda que tenemos”, se sincera el encargado. Conoce el material con el que trabaja y se enorgullece de su propia empresa: “En España un año normal, no este, hay 400.000 muertos y nosotros producimos más de 21.000 ataúdes con madera de primera calidad y respetando el medio ambiente en todas las fases de la construcción”, asegura Miguel.
El catálogo tiene ataúdes que van de 121 euros a 7.199. Lo habitual son maderas de pino y chopo para pasar, en los artículos de más lujo, a diseñar cajas con madera de cedro. Hasta ahora los pedidos normales eran de gama media alta. A partir del decreto de estado de alarma, las peticiones se desplomaron. Si antes de la crisis lo habitual era optar por un ataúd tipo Fenicia de 1.845 euros ahora los clientes tienden a la gama que va del modelo Alma de 790 euros al Dórico de 1.204. “Hay ataúdes que para su construcción necesitamos hasta 15 horas de trabajo artesanal. Ataúdes como el Embajador que son de gran nobleza. Estos son los que no estamos haciendo ahora; ya no tenemos tiempo”, lamenta.
Los trabajadores en las instalaciones no dan abasto e intentan adelantarse a las previsiones. Siguen los patrones y trabajan en cadena. Cortan, pegan, barnizan y secan y vuelta a empezar. Los primeros pedidos de fuera de Barcelona vinieron directamente de Madrid. “Hace unas semanas salieron varios camiones, en cada uno caben 80 féretros, hacia el sur de la capital donde trabajamos nosotros”, asegura Fernando Sánchez Tulla.
Cada ataúd pesa entre 25 y 30 kilos y las medidas estándares suelen ser de 1,90 de largo por 60 de ancho. Tras la construcción de los ataúdes, el barnizado y las dos horas de secado “por evaporación primero y en una cabina de rayos uva después” viene el turno del tapizado con tejidos de algodón. Después se embala y almacena, ahora por muy poco tiempo.
Los trabajadores de esta gran carpintería dedicada al mundo fúnebre no recuerdan una punta de trabajo como la actual. Sánchez Tulla asegura que en Barcelona se ha tomado nota para evitar el “colapso” de Madrid. Por ese motivo se ha cerrado al público el tanatorio de Collserola y se han habilitado dos plantas de 2.500 metros con sistemas de refrigeración y centenares de ataúdes ante una posible avalancha de defunciones.
Mientras, Miguel y el resto de compañeros –la mayoría con mascarilla y guantes- siguen trabajando en cadena construyendo féretros, cada vez de gamas más baratas.
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