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A Carles Riba le gustaba Sofía Loren

Diez testimonios inéditos de quienes trataron al mítico intelectual retratan en un libro al poeta de carne y hueso más allá de su imagen totémica de referente cultural y moral tras la Guerra Civil

Carles Geli
El poeta Carles Riba.
El poeta Carles Riba.

Barcelona, 1956. En el cartel del cine Windsor, una Sofia Loren en plenitud de carnes. “Ixsxs. Això sí que és una dona! Això sí que és una dona!”, se excita Carles Riba. Sí, el referente cultural y moral en plena travesía del franquismo, el que en la conversación más banal “empezaba a sacar a Platón, San Agustín y Heidegger y te quedabas grogui”, dueño de “unos silencios que te ponían la piel de gallina”, insobornable, portador de “un capital de sacrificio y de ejemplo”, un hombre “para nada expansivo ni de anecdotario”, parapetado tras unas gruesas gafas redondas de miope, “regordete, con evidente papada”, labios delgados, casi siempre con corbata y americana, gran traductor de la Odissea y poeta él referencial al que todos acudían… Sí, era el mismo que no se podía contener ante la actriz italiana ni en plena calle.

“Las mujeres le gustaban muchísimo; a veces me decía: ‘Ahora cogeré el 64 y encontraré unas chicas tot espitregades, vestidas de una manera que me trae problemas. No lo soporto. ¿Qué tienen que ver conmigo estas mujeres para que yo tenga problemas?”, recuerda Eugènia Crexells, hija del filósofo y que éste, en su prematuro lecho de muerte, confió al poeta para que la tutelara. “Era un tímido apasionadísimo”, le retrata la pintora Montserrat Sunyer, que a principios de 1950 lo tuvo de profesor en unas clases particulares con las que amigos y mecenas intentaban que el poeta llegara a final de mes. Asoma, pues, un Carles Riba de carne y hueso. “La gente se piensa que no tengo corazón, y en mi sólo hay corazón”, se defendía en privado el autor de Elegies de Bierville

Que Riba no era de una pieza por su simbolismo moral y cívico sino un tan complejo como rico mosaico de sentimientos y actitudes es una de las grandes aportaciones del pequeño Els poetes també riuen (Publicacions de l’Abadia de Montserrat), donde Carles-Jordi Guardiola, minucioso editor en cuatro volúmenes de la correspondencia del poeta, ha reunido una decena de los hasta ahora inéditos testimonios que trataron personalmente a Riba y que entrevistó para aquella labor.

El Riba con cara y ojos que asoma en el opúsculo es, mayormente, el que ha vuelto marcado del exilio junto a su esposa, Clementina Arderiu, ambos “demacrados y asustados”, como los describe su “pupila” Crexells, que ve a su mentor “escarmentado y receloso, con sentido del humor, sí, pero en seguida se ponía tieso, serio”, quizá consciente de que el que era considerado el gran símbolo cultural de la Cataluña que fue y sobre el que debía pivotar una futura reconstrucción no se podía permitir flaquezas. Él era el tarro de las esencias. De ahí que fuera tan duro con los que se le acercaban. “No puedo alentar a una persona que no sirve”, le confesó a su ahijada cuando ésta le insinuó su rudeza.

Esa dureza de criterio iba ligada a “un temperamento explosivo”, según Marçal Oliver, compañero en la Fundación Bernat Metge, de los pocos en el libro que lo trató antes de la Guerra Civil. De esos ataques no se libraban ni pesos pesados como Ferran Soldevila y Lluis Nicolau d’Olwer, (“peces sin sangre”), Pompeu Fabra (“no creo que su curiosidad literaria hubiera pasado nunca de la medida mínima exigible”), Josep Carner (“frío” en su segunda etapa) o Josep Maria de Sagarra, al que consideraba “poco riguroso”, según el crítico Joan Triadú, uno de sus más fieles discípulos. A la inquina hacia el autor de Vida privada, del que se mofaba comentando algunas de sus decisiones al traducir la Divina Comedia, quizá no fuera ajeno que el dramaturgo y poeta habría cortejado a Arderiu, según deja caer Joaquim Molas, joven profesor que buscaba los eslabones culturales con los que unir la cultura catalana de postguerra con la de 1936 y que es quien recuerda el episodio de Sofía Loren. “Tenía un doble juego: era amable con la gente, pero muy exigente: desmontaba la obra de uno y quedaba a cero, pero raramente lo hacía en público”, resume Molas.

En cualquier caso, Arderiu tenía un punto “sargento” (de nuevo, Molas): era la única capaz de frenar a Riba cuando se desmadraba, así en lo intelectual como en lo mundano, “celosa” de un personaje que era “un seductor nato, a pesar de su físico”, opina Albert Manent, vecino de Riba e hijo de su amigo el poeta Marià Manent. Tanto él como otros testimonios, sin embargo, descartan que Riba mantuviera relación sentimental alguna con la poetisa Rosa Leveroni, como se especuló en la época.

Riba era “irritable”, según Manent, situación que agravaba tanto la sensación de “vivir a la intemperie” como “la falta de reconocimiento”. Eso a pesar de que Camilo José Cela asegure que “Con seis hombres como Riba, España sería Europa”. El autor de La colmena, que le publicó en la revista Papeles de Sor Armadans con traducción suya, le trató cuando fue invitado al Congreso de Poesía de Segovia, primer encuentro de poetas peninsulares de diferentes lenguas tras la Guerra Civil. Fue en 1952: “Una lección de tolerancia: Cataluña nunca sabrá lo que le debe a Riba”, admite el poco dado al alago Cela.

Sofia Loren
Sofia Loren, comiendo una pizza en 1954.

La invitación quizá podía leerse como parte de la estrategia del franquismo para comprar a Riba, como sugirió que se hiciera Martí de Riquer en un informe del Consejo Nacional del Movimiento, recuerda Molas. “¿Qué crees que no he pensado muchas veces escribir en castellano? Porque todo me lo he planteado, pero yo no puedo, de ninguna manera, porque no es mi lengua”, confiesa Eugènia Crexells que le dijo Riba en un momento de desesperación económica. Era coherente consigo mismo: “Enseñaba siempre lo que no se podía hacer, no lo que se debía hacer (…) su preeminencia moral: no era necesario que dijera nada; estaba allí como una entidad serena, invulnerable”, resume Joan Perucho, entonces joven poeta que visitaba al maestro con asiduidad. “Su influencia era fruto de la exigencia, la autoexigencia y el fomento del autodidactismo; la cultura alemana era su espejo”, enumera Ricard Torrents, miembro del grupo de seminaristas de Vic que tanto influyó en los últimos años de un Riba que en lo religioso pasó de cierto agnosticismo a una visión más cristiana.

Sí, Riba no podía escribir en castellano hipotecado por su moral cívica; pero el sabio helenista, también persona, podía cantar sin freno canciones napolitanas y enloquecer sensualmente ante Sofía Loren. El mito también reía.

Entre Cambó y Companys

“Carles Riba no era de la Lliga; si lo hubiera sido, no se habría ido al exilio; era más próximo a Acció Catalana y si no se inclinaba tanto hacia Esquerra Republicana era quizá porque no veía ahí el rigor intelectual que él quería”, resume la postura política del bardo Joan Triadú, que critica a Francesc Cambó por acusar a Riba de haberse apropiado de la Fundació Bernant Metge cuando en plena Guerra Civil el poeta fue nombrado comisario de la misma. “Estaba cegado, no supo ver que le había salvado los muebles y que Riba había dado la cara”. En la fábrica de clásicos, Riba nunca se entendió bien con el hombre fuerte de Cambó, Joan Estelrich, al que apodaba “Estàlric”: “Siempre hubo pugna entre ellos”, admite Marçal Olivar. Llamativo es también el insistente y fallido interés de Riba por recuperar la correspondencia que mantuvo con Lluis Companys y que dejó en Francia (“Las cartas del President; las postales del President”, reclamaba ansioso que le buscara Triadú cuando cruzaba los Pirineos). Acabaron desapareciendo. “Hablaba de Companys con un gran respeto”, recuerda Triadú, en una evidente muestra del binomio 'seny' i 'rauxa' tan catalán.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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