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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Puedo operarte, he visto ‘Anatomía de Grey’

Ser espectador de series sobre médicos otorga carácter: ”Gustan porque sus historias se desarrollan entre la vida y la muerte”

Arriba, los actores Hugh Laurie en la serie House, y Ellen Pompeo y Camilla Luddington en Anatomía de Grey. Abajo, Ryan Eggold en New Amsterdam y George Clooney en su papel de médico en Urgencias.
Arriba, los actores Hugh Laurie en la serie House, y Ellen Pompeo y Camilla Luddington en Anatomía de Grey. Abajo, Ryan Eggold en New Amsterdam y George Clooney en su papel de médico en Urgencias.EL PAÍS
Ana Pantaleoni

Primero pierdes el miedo a ver sangre en la pantalla. Después vas conociendo la vida de los médicos en su hospital. Pronto llegan capítulos con casos complicadísimos. Y en menos de 10 episodios te ves capaz de practicar una cesárea en el metro si fuera menester.

Ser espectador de series sobre médicos, pero no de una, de varias, de docenas de series sobre médicos, otorga carácter. Verla a altas horas de la madrugada, cuando los niños duermen y no te pueden hablar, es un placer. Tienes el mando y tienes la operación delante. Ver Juego de tronos, bien, pero no vas a ponerte a decapitar a nadie. Sin embargo, después de Anatomía de Grey estás a un paso de trabajar en Urgencias o de tener un idilio con aquella doctora o aquel enfermero: incluso cuando una persona convulsiona en sus sabias manos, qué guapos son todos los que trabajan en los hospitales de las series de médicos.

Ella sigue viva. Mientras sus espectadores envejecen, ella sigue al otro lado de la pantalla. Cayendo y levantándose de nuevo. Aunque sea con ayuda. Si hay una serie de médicos incombustible es Anatomía de Grey. Y si hay una doctora que lo aguanta todo es Meredith Grey. 17 temporadas y 381 episodios, fue la serie más grabada entre 2007 y 2011. En sus primeros años el fenómeno vaciaba las calles durante el prime time en Estados Unidos. Hoy en día es uno de los dramas médicos más longevos, aunque por primera vez parece que Grey se está tomando en serio rodar el último capítulo. Encumbró a su creadora, Shonda Rhimes, de la que lleva la marca: mujeres protagonistas, vida personal empañando la profesional, romance, giros de guion inesperados, diversidad racial y LGTBI.

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A los médicos no les suelen gustar las series de médicos. Pero al resto de mortales, sí. Incluso en pandemia. Los resultados de audiencia de New Amsterdam, una de las más recientes vía Netflix, avalan esa pasión televisiva. Esas series en las que capítulo tras capítulo te sientes empoderada para practicar un triple bypass. Bueno, eso ha sido un poco exagerado. En el caso de New Amsterdam, además, es una oda a la sanidad pública. La tercera temporada, que está por llegar, se centrará en los efectos del coronavirus.

Para muchos, todo empezó con A cor obert, en TV3, y ese centro de sanación llamado Saint Eligius, en la ciudad de Boston. Y desde entonces ha sido un no parar. Con mejor o peor suerte, el marco no varía: retos sanitarios / problemas de personal / burocracia máxima / relaciones personales. Y además… algunos capítulos repetidos, como la nevada que deja el hospital incomunicado, el accidente de avión o coche, el romance prohibido o la boda que no llega.

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“Gustan porque sus historias se desarrollan entre la vida y la muerte, son situaciones y personajes al límite donde las emociones tienden a estar a flor de piel. Además, los médicos son héroes. Por muy desagradables o imperfectos que sean, su función es altruista y sus errores o defectos adquieren una dimensión más interesante, humana, que si se dedicaran a otra cosa”, explica Laia Portaceli, periodista y experta en series. “Estas series también juegan al conflicto entre la vida profesional (que suele ser muy absorbente) y la vida privada. Y la gran cantidad de casos y pacientes que desfilan por sus tramas, además de las historias de los protagonistas, les permiten tratan un gran abanico de temas sociales, como la eutanasia”.

Pero ¿por qué a ellas y a ellos, a los especialistas, no les gustan? “Soy un ejemplo fatal porque no tengo televisión... nuestro contacto con el medio es escaso. Aunque ahora estamos viendo New Amsterdam, porque me encanta el actor, que es el de Blacklist, Ryan Eggold. El problema es que tienen muy poco asesoramiento médico. Disponen de un presupuesto importante pero cometen errores flagrantes. Además, ¡os aseguro que son mucho más guapos que nosotros!”, exclama Pere Soler, jefe de inmunodeficiencias en pediatría del Hospital Vall d’Hebron. “Pero si hubo una serie que pudo influirme y me encantaba, esa fue A cor obert”. Esa misma serie es una de las preferidas de Toni Trilla, jefe de medicina preventiva del Hospital Clínic de Barcelona, “ya la veía cuando era médico, pero estaba bien equilibrada”. Lo más inverosímil, para el doctor Trilla, es la velocidad con la que pasan las cosas: “Vale que es la televisión pero por la mañana llega el paciente, al mediodía tienes el diagnóstico y por la tarde ya están haciendo el trasplante”.

Tomàs Delclòs, periodista y crítico televisivo de elpais.cat, tiene dos favoritas claras: House “porque contradecía los estereotipos habituales de las series de médicos. House llegaba a ser insoportable e injusto con los colegas, pero era el más intuitivo y sabio. Se lo perdonaban. Una nueva aproximación a Sherlock Holmes”. Y la segunda favorita es Nip / Tuck, “dos cirujanos estéticos preocupados por el business de su clínica. Son destructivos, inmorales... La galería de casos provocó el escándalo de las almas conservadores. Mi escena favorita: Catherine Deneuve va a la consulta porque quiere implantarse las cenizas de su esposo en los pechos para tenerlo cerca... Soberbio”. No puedo acabar sin mencionar a alguien que también ha marcado nuestro historial televisivo: el doctor Vilches de Hospital Central, capaz de ponerte un corazón por la mañana y una prótesis de cadera por la tarde.

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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