Restaurantes que cierran para siempre y otros que temen el final
Barcelona sufre la peor crisis en la restauración con sesenta días seguidos sin poder servir cenas
Algunos ya han cerrado definitivamente, uno de cada tres según el Gremio de Restauración de Barcelona. Otros no ven horizonte y creen que tendrán que bajar la persiana de sus restaurantes para siempre si las restricciones no se levantan. El panorama de la restauración es desolador con los horarios de apertura restrictivos impuestos por la Generalitat a causa de la pandemia. Desde el 21 de diciembre, llevan sesenta días sin poder servir cenas. Los propietarios miran con recelo a Madrid, donde las cosas se han hecho de otra manera y se han permitido más horas de bares y restaurantes en funcionamiento. Roger Pallarols, director del Gremio, alerta de que “la destrucción va a un ritmo muy preocupante” y si no se levantan las restricciones Barcelona puede perder el 50% de sus establecimientos.
“Era insostenible”. Después de casi un año de pérdidas, Jordi Brau, que regentaba el restaurante Kuai Momos de Gràcia, decidió el pasado enero acabar con su peor pesadilla. Un restaurante que no podía servir comidas de forma continuada a mediodía y por la noche, como hizo los últimos diez años convirtiéndose en uno de los comedores de cocina asiática de referencia en el barrio. “Nadie niega que hay una pandemia mundial, pero hay sectores que nos han dejado tirados” y responsabiliza al Gobierno, a quien acusa de haber hecho una “gestión pésima”. Con el megáfono en mano, ha sido una de las caras visibles de las protestas del sector.
Brau, que se especializó en cocina asiática viajando por esos países y en 2011 abrió este proyecto tan personal, cuenta con pena y rabia el final de su sueño. “Decidí cerrar después de semanas sin dormir, estando super irascible, olvidando a mi mujer y mi hijo, convertido en un autómata amargado”. Entonces entendió que se tenía que acabar ese sufrimiento, de meses perdiendo dinero y sin luz a la vista. “Me ha tocado mucho a nivel emocional, me estoy recuperando de la ostia”, reconoce. Su consuelo es un local de propiedad que ya ha llamado la atención de inversores, cuenta. Y agrega que deja el sector, le ha dejado muy quemado.
La crisis afecta a todo tipo de restaurantes y en diferentes barrios, pero las zonas turísticas se llevan la palma. Lo cuenta el cocinero Oscar Manresa, que dirige varios restaurantes como la Torre de Alta Mar, en la Barceloneta. Ahora mismo está cerrado. “No hay suficiente gente en Barcelona para toda la oferta de hostelería, y el problema es la falta de turismo”, reconoce. Los locales dejaron de ir a las zonas de más afluencia, de Gran Vía para abajo, y ahora abrir en estas zonas no es viable. Tenemos un proyecto para volver a abrir la Torre de Alta Mar, pero si no nos permiten un horario más prolongado y continuado no es posible. “Son piezas grandes y de alta cocina que no puedes poner en marcha para tres horas”, se lamenta.
Lo mismo le pasa con otro de los restaurantes que lleva, Can Guinart en el Mercado de la Boqueria. A pesar de ser un restaurante centenario, no puede abrir porque muy poca gente va al mercado. Franqueado por los turistas hace un año, los locales dejaron de acudir a este merado de referencia años atrás con el auge de los visitantes. “En un restaurante de mercado tienes que abrir todo el día”, se queja. Dos de los establecimientos que dirige, están abiertos solo el fin de semana la Terraza Miramar, en Montjuïc, y Kauai en Gavà. Pero asegura que las cuentas no salen pudiendo abrir solo con un horario de mediodía restringido. En el caso de Kauai, explica que sin la gente de Barcelona tampoco se aguanta, no salen las cuentas. Cree que debe ser optimista y espera un verano bueno, pero considera muy lento el ritmo de vacunación para la covid-19 en España. “Tenemos envidia de Madrid, que tiene los restaurantes abiertos. Han pasado la misma crisis y la economía ha funcionado. Nuestros amigos con restaurantes están trabajando, lo han gestionado mucho mejor”, afirma, y reivindica “más ayudas”.
El Grupo Esencia tiene sus tres restaurantes cerrados, Agua, Tierra y Brisa -este último inaugurado en julio de 2020. Guillem Mitats, director de operaciones, argumenta que “las ventas actuales no soportan los costes de abrir, perderíamos dinero”. Lamenta que se cumple casi un año “de pérdidas y sin ningún tipo de ayuda”. Siente que en la zona de la Barceloneta, donde está el Agua y el Brisa, están “desamparados” sin el turismo. No se atreve a hacer previsiones porque, aunque se levanten algo las restricciones su principal cliente es el turista, ya sea de ocio o de negocios, y ve muy lejos su regreso. Por eso, ve posible tener que cerrar algún establecimiento definitivamente. “La verdad es que empezamos a tener grandes problemas de tesorería, los ICO se han terminado. Ahora ya estamos sufriendo. Perder dinero tiene un límite”.
Su crítica a la administración va más allá de la pandemia. “Sufrimos mucho por la marca Barcelona, se está deteriorando mucho”, esgrime. Reivindica políticas expansivas para que regrese el turismo, igual que se hizo en el 92. “Hay que dar apoyo a la marca Barcelona, que incluye ocio, cultura, gastronomía… en los últimos años se ha ido deteriorando, mientras otras capitales europeas y Madrid nos han pasado por delante”, mantiene. Además, cree que los cambios de hábitos laborales por la pandemia afectarán mucho al turismo de negocios, con la bajada de congresos y reuniones internacionales.
Arrancar en pandemia
El caso de Victor Navas es complejo, porque empezó las obras de NÜA Smart Restaurant tres días antes del confinamiento. Este restaurante, que se vende como el primer restaurante inteligente de Europa, tenía que abrir en abril pero no lo pudo hacer hasta octubre y con los horarios limitados. Así que su impulsor rema a contracorriente para dar a conocer este innovador concepto, que aplica la tecnología para ser más sostenible y dar servicios extras al comensal. Lo más llamativo son sus mesas interactivas que, como una tableta, permiten al cliente pedir el menú, ver los valores nutricionales y el origen de los productos y pagar la factura, o consultar la prensa y jugar mientras esperan la comida. Reconoce que “no es rentable” abrir solo al mediodía, pero tiene muchas facturas pendientes y créditos que abonar. “Intento facturar lo que se pueda y tengo que mantener la visibilidad del proyecto, que es muy nuevo”, apunta. Ve el futuro complicado si siguen las actuales políticas de ayudas, que son “ayudas entre comillas, pan para hoy y hambre para mañana”, resume.
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