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“Si el local no fuera nuestro ya no estaríamos aquí”

Can Culleretes, el restaurante más antiguo de Cataluña, se reinventa y apuesta también por el reparto a domicilio para resistir a la pandemia

Alícia Agut al restaurant Can Culleretes del barri Gòtic de Barcelona.
Alícia Agut al restaurant Can Culleretes del barri Gòtic de Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)
Àngels Piñol

”Una vez leí que todo empezó fuera de murallas cuando la portera de un convento hacía cremas y matós. Tuvo éxito y se formaban tantas colas que las monjas decidieron que era mejor trasladarse dentro de la ciudad y abrieron un local pequeño. Pensé: ‘No sé si es verdad pero es una historia bonita”. Alícia Agut, de 65 años, copropietaria junto a su hermana Montse, de 71, de Can Culleretes, habla deprisa y explica mil y una de las historias de este entrañable restaurante de Barcelona, de 1786, y que 234 años después resiste como un jabato a la covid-19.

Enclavado en el Gòtic, en una calle oscura y modesta y sin casas nobles, impresiona observar las paredes del Can Culleretes y pensar que estaba en pie antes de que estallara la Revolución Francesa. Algo muy especial debe de tener este local, adornado en su entrada con lucecitas, decano de la restauración de Cataluña, sin ventanas y terraza al exterior, como recalca Alicia, para haber sorteado todas las crisis del mundo y plantado cara al coronavirus. Tanto es así que se ha reinventado con el reparto a domicilio en tiempo récord.

Mientras se intuye el trasiego de los cocineros y en un comedor el papeleo administrativo, Alícia, jubilada, se sienta en el célebre comedor de los grandes cuadros de principios de siglo XX en los que se ve a una pareja de recién casados saliendo de Santa María del Mar y entrando y celebrando en banquete en Can Culleretes. Alicia suelta de carrerilla todas las ciudades donde han enviado pedidos. “Vilassar, Premià, Mataró, Caldes, Sitges, Sant Pere de Ribes. Y también”, añade como si tal cosa, “País Vasco, Navarra, Burgos, Soria, Valencia, Mallorca o Benidorm”. Enseguida aclara que la mayoría de esos pedidos son de clientes amigos —”Nos han ayudado mucho. Mi marido es de Burgos y tenemos familia en Soria”— y que existe un servicio de reparto de fresco que recoge las comandas a las 15.00 horas y las sirve a las 13.00 del día siguiente. Los platos resisten 10 días. Desde Burgos les pidieron 140

Las hermanas Agut, copropietarias, lamentan las restricciones que obligan a cerrar as las 15.30 y ponen en jaque el doble turno

Tras decretarse el confinamiento, en marzo, Alícia admite que pasó una temporada tranquila, a la expectativa, disfrutando de uno de sus nietos en la azotea de la finca del Culleretes, desde donde se deben ver todos los campanarios de Ciutat Vella. Vive en el bloque casi toda la familia extensa. “Me sabía mal por la gente enferma pero yo lo pasé bien”, dice. Fue entonces cuando su hijo Carlos pensó en hacer comida para llevar. “Tuvimos el servicio listo en agosto. Funciona”, cuenta. Sus hijos y sobrinos llamaron a los clientes para informarles y empezaron a repartir. El menú —ahora lo preparan también para Navidad— se puede reservar por la red.

Con el sello de ser un negocio familiar, Siscu Agut y Sussi Manubens, una pareja de cocineros, de Súria, compraron el Culleretes en 1958. Alicia tenía cuatro años y recuerda que entonces contaba con los dos salones históricos, el de la entrada, el de los cuadros y una cocina de carbón. Dice que su padre era un apasionado de las obras y el Culleretes creció hasta tener seis salones con un aforo de 300 personas. Y hasta hoy. “Si el local no fuera nuestro no seguiríamos aquí. Está clarísimo”, admite tachando de “impagables” los alquileres que han llevado a cerrar a muchos negocios y entristecido el Gòtic. Alícia admite que su hijo ha hecho “filigranas” para cuadrar las cuentas. “Aguantamos porque somos mucho de familia. Hay 27 empleados y muchos en ERTE. Lo pasé muy mal cuando abrimos y no pudimos recuperarlos a todos”.

Los canelones de siempre

Los canelones de siempre son el plato por excelencia del Can Culleretes. “Era el plato estrella desde que era pequeña”, explica Alicia, hija, esposa y madre de cocinero a quien no le tientan los fogones. “Es triste pero es así. A mí me gusta comer”, bromea. Los platos debieron seducir al actor José Sacristán cuando actuó en el teatro Romea. “Nos dijo que le sabía mal no haber conocido el Culletretes. 'Cuando vengo me llevan donde quieren. Es la primera vez que voy donde me da la gana’. Y vino todas las noches”, revela Alicia.

Tras elogiar el apoyo a la restauración en otros países europeos, la copropietaria lamenta que no han recibido ayudas — “Los créditos ICO hay que devolverlos”— y menos una subvención para un local tan emblemático y con tanta historia, refugio de pintores y músicos del Liceo en el siglo XX y lleno de fotos en blanco y negro. “La única ayuda”, dice”, “ha sido la de Ada Colau. Un día colgó en la red que este es su restaurante favorito y poco después ganamos 1.000 seguidores. Cuando hicieron Masterchef en la Rambla, comió aquí y al programa fue Jaume Collboni. Nos ayuda mucho”.

La pandemia, como a todos, les ha cambiado la vida. Se han quedado en el tintero los viajes a Tierra Santa, Portugal, ir a buscar setas a Burgos y solo van a la casa de Vallirana a recoger verduras del huerto ecológico. Con la caída del turismo y el toque de queda, el Culleretes también ha cambiado de ritmo y no da cenas. Pero es que las nuevas restricciones del Govern suponen, señalan las hermanas, una nueva vuelta de tuerca a dificultar servir dos turnos de comida si deben cerrar a las 15.30. “Lo peor es el día de Año Nuevo. A ver si la gente querrá venir a comer a las 13.00″, dice Alícia.

Enviamos pedidos al Pais Vasco, Navarra, Burgos, Soria, Valencia, Mallorca o Benidorm”, cuenta Alícia Agut

Y se despide explicando la versión que más les gusta del origen del nombre del Culleretes: “Unos dicen que fue el primer local en poner cucharillas metálicas y otros que cuando se servía el chocolate, el camarero decía, ‘Nenes, culleretes! Y nosotros creemos que viene de ahí”.


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