Absuelto de un delito violento gracias a fotos y vídeos de Instagram
Imágenes subidas en la red social hace cinco años avalan la coartada de un hombre acusado de un asalto
El mosso de la entrada teclea su nombre en el ordenador. Juan Moreno García. “Pues no sale nada”. Juan respira. Quizá su hermana tiene razón, piensa, y el hombre que ha llamado a casa de su madre para que se presente en comisaría le ha gastado una broma.
A Juan le preocupa su aspecto, pero de un modo peculiar. Le asusta dar miedo. Cree que la gente le ve “como a un delincuente”. Con la absolución bajo el brazo, cuenta su historia frente al Donzella de la Costa, el restaurante playero de Badalona donde celebró la noche de San Juan de 2015.
Cuando otro mosso aparece y le dice “ahora vengo a por ti”, algo se le quiebra dentro. En un despacho, le dice que es sospechoso de un robo violento ocurrido la madrugada del 24 de junio en un piso del Carmel, en Barcelona. “¡Ostras, menos mal!”, dice aliviado: no hay nada que temer, él estuvo esa noche en el Donzella con su exmujer y su hija, hasta casi las tres. Se equivoca.
Bajo un sol que invita a tumbarse en la arena, Juan explica que no duerme si no es con pastillas, que no sale de casa cuando antes era “el alma de la fiesta”. Que ha pasado los peores años de su vida, acusado de un asalto que, según la justicia, no cometió. Fue ambulanciero, encofrador y, al fin, controlador de accesos. “Era el simpático. Cuando inauguraban una discoteca, siempre me ponían en la puerta el primer día”.
Los Mossos le llevan al calabozo, le desnudan y cachean. Juan pasa dos noches en un “agujero negro, con paredes pintadas con heces”. Ante la juez sabe al fin quién le acusa: C. –camarera con la que había coincidido en la discoteca Sutton de Barcelona – y S., compañera de piso de C. Se declara inocente. “Tengo que darte la mala noticia de que entras en prisión”, le dice una funcionaria. Estará dos meses en la Modelo.
En Sutton, Juan coincidió con las camareras C. y E., con la que había vivido en Ibiza y a la que había echado de casa tras una infidelidad. Dice Juan –esto no está en la sentencia– que las descubrió llevándose dinero de la caja registradora. Dice que avisó al jefe, sin dar sus nombres. Piensa que eso explica por qué C. y S. le señalaron por el robo de 55.000 euros que C. guardaba, en monedas, en una caja fuerte. Juan, defendido por la abogada Lorena Moyano, cree que no hubo tal robo. La sentencia que le exculpa dice que sí.
Bigote, preso por “delito de sangre”, conseguidor en la Modelo y artista ocasional (“con las cuchillas hacía rosas para los vis a vis”) le ayuda. “Me puso a trabajar cosiendo sábanas de hospital”. Juan trabaja y lee El proceso, de Kafka, con el que se siente identificado. Entre las sábanas, tres presos le cogen desprevenido y abusan de él. No denuncia. “Si lo hago, me matan”.
La sentencia considera probado que el robo existió. S. estaba sola en el piso, un sótano. Se fue la luz. Salió a ver qué pasaba. Eran las dos de la madrugada. Tres hombres entraron a la fuerza en el piso, la tiraron al suelo, la golpearon y la maniataron con bridas. Uno de ellos le lanzó una descarga eléctrica mientras le preguntaba dónde estaba la caja fuerte de C. Los tres hombres la arrancaron y se la llevaron consigo.
La familia y los amigos se conjuran para sacar a Juan de la Modelo. Necesitan pruebas. Reúnen vídeos y fotos de esa noche, pero la policía dice que han podido ser manipulados. Necesitan tiempo para demostrar que no es así. Pero a los dos meses surge una oportunidad. La juez le llama: “Voy a hacer una prueba que no se ha hecho en 22 años”. Es el reconocimiento de voz. Juan lee un texto como si fuera un empleado de hotel. Lee palabras clave, como “caja fuerte”. La víctima del robo, S., no reconoce su voz. Queda libre después de que un familiar pague los 10.000 euros de fianza.
La sentencia da por buenos los vídeos y las fotos que hizo su ex de aquella noche y que colgó en Facebook e Instagram. La declaración de un perito sobre los metadatos (información relativa a los archivos, como la fecha de creación) es clave. Dice que las horas y el lugar de publicación “son fiables”. “No hay manera de modificarlas a no ser que se tenga acceso a los servidores de Instagram, lo que es imposible”.
El sol afloja en Badalona y Juan recuerda la verbena de 2015. Celebraba su santo, como otras veces, en el Donzella. “La niña se comió todos los mejillones a la marinera”. Dice que estuvieron bailando y tirando petardos casi hasta las tres de la mañana. Y que después se fueron juntos a casa de su exmujer, que está a unos cinco minutos andando.
La sentencia da crédito al relato de la exesposa. Y a los otros testigos que lo vieron esa noche en el chiringuito. A., el dueño, dijo que lo fue a saludar a la mesa y lo vio hasta la 1.45. A., clienta, afirmó que lo vio bailando y eso tuvo que ser más tarde de la 1.30, porque es cuando empezó el baile. M., que cobraba las cenas, sostuvo que le vio sobre la arena tirando petardos. Pueden quedar “dudas” y que se hayan confundido de hora. Pero la propia S., la víctima, dijo que mucho antes del robo, que fue a las 2.00, ya había individuos merodeando por el piso. Es complicado que pudiera “compaginar su presencia esa madrugada” en Badalona y en el Carmel.
Juan recuerda que las denunciantes llevaron a la policía unos cigarrillos supuestamente encontrados frente al piso del Carmel. Se sometió a una prueba de ADN. El resultado dio negativo. Lamenta que acusaron antes a otros sospechosos. Ninguno prosperó.
La sentencia señala que “el único elemento de prueba” contra él es que S. le señaló en la rueda de reconocimiento. Dijo que, sin duda, el individuo con pasamontañas era el número dos, o sea Juan. Y que lo supo por “las cejas” y “los ojos”. Una identificación así es “cuestionable y dudosa”. Ante la policía, además, dijo que ese número dos no era Juan sino M. A., otro de los sospechosos iniciales descartados con el que Juan no guarda “ningún parecido”, dice la sentencia. Pero hay más: S. cambió de parecer tras ver fotos de Juan en Facebook.
La llamada de su psiquiatra interrumpe la charla. Juan, de 43 años, no cree que esta experiencia le haya servido de nada. “No hay nada bonito ni bueno en la cárcel”. Ha dejado la noche. Vuelve a trabajar de enconfrador. No ha rehecho su vida: “No soy yo”, dice. La sentencia dice que no hay “en modo alguno” pruebas para condenarle, pero que persisten “ciertas dudas” por los testigos, la mayoría cercanos a él. Está absuelto. Juan se sabe inocente, pero no se lo acaba de creer. “Tengo miedo de que alguien piense aún que soy culpable. No he salido aún de ahí. No he vuelto a ser yo”.
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