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Barcelona de noche: el mismo silencio del confinamiento

La medida decretada por el Govern vacía la capital catalana de vida nocturna

Cristian Segura
Así lucía el pasado viernes el paseo Marítimo de Barcelona, con la restricción a la restauración.
Así lucía el pasado viernes el paseo Marítimo de Barcelona, con la restricción a la restauración.JUAN BARBOSA (EL PAÍS)

La sensación es la misma que hace seis meses. La ciudad está prácticamente desierta, el silencio se ha apoderado de las calles. No hay prácticamente tráfico y el asfalto es sobre todo territorio para los repartidores subidos a sus motocicletas. La noche del pasado viernes en Barcelona podía haber sido una noche del confinamiento en primavera. En la primera jornada con el cierre de bares y restaurantes en vigor —la medida más contundente de las nuevas restricciones para hacer frente a la pandemia de la covid-19—, incluso en los barrios con más actividad nocturna, el trasiego humano había desaparecido. Fuera en el Eixample, Gràcia, el Gótico o la Barceloneta, la ciudadanía había asumido una nueva reclusión.

“Esto no va a durar dos semanas, va a durar dos meses”, opinaba Claire Massier. Ella y seis amigas, todas de origen francés, se fotografiaban en la plaza de la Barceloneta antes de dirigirse a una fiesta de cumpleaños en un piso de la calle del Mar. El apartamento podía identificarse por el sonido de la música. “Esto es como en Francia con el estado de emergencia por la noche”, añadía Massier. El toque de queda en ocho ciudades francesas ha introducido restricciones similares a las de Cataluña, pero con la principal diferencia de que en el país vecino, entre las nueve de la noche y las seis de la mañana no está autorizado salir a la calle.

Esto es politiqueo entre Barcelona y Madrid”, sentencia un conductor de triciclo

El silencio de la ciudad se rompía de vez en cuando con los gritos de alegría contenida que salían de algún que otro edificio. En el paseo marítimo y en la playa destacaban pequeños grupos esporádicos, todos por debajo de las seis personas —el límite establecido por la Generalitat—, bebiendo y charlando. La presencia policial era constante. Tres chicos que cruzaban la calle Pepe Rubianes eran amonestados por una patrulla de los Mossos d’Esquadra, que les instaba a ponerse las mascarillas.

Lola Cooper cenaba una pizza sentada en la parada del N28, el autobús que la llevaría a casa. Mientras devoraba la comida, la joven aseguraba que el cierre de los bares no era algo que le quitara el sueño porque ya se había acostumbrado en los últimos meses a quedar con los amigos en sus domicilios.

En la Barceloneta, en todo el distrito de Ciutat Vella, llueve sobre mojado. La desaparición del turismo ha hundido la economía local, y el actual cese de la actividad en restauración es la estocada final, afirma Ali Hadin. Este paquistaní, con 20 años de residencia en España, conduce un triciclo para turistas. Este otoño está ingresando un 10% de lo que facturó por las mismas fechas en 2019. Hadin es autónomo, debe 3.000 euros a la Seguridad Social, una deuda, explica que le impide acceder a ayudas oficiales para subsistir.

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El conductor del triciclo habla sin cesar, desesperado, mientras una pareja de polacos esperan sentados en el vehículo. Ha conseguido que le paguen 10 euros por el recorrido de vuelta a su hotel, el doble de lo que ellos querían darle. “Barcelona se está muriendo”, sentenciaba Chris, el cliente, que expresaban su enfado porque habían aterrizado en la ciudad sin saber que se encontrarían la restauración y el ocio nocturno cerrados.

La pareja se interesa cuando se les informa de que los espectáculos culturales están abiertos hasta las once de la noche, aunque admiten que no tienen ánimo para ir al cine o a un concierto. Hadin y los polacos compartían dudas sobre la gravedad de la pandemia. “Esto es politiqueo entre Barcelona y Madrid”, sentenciaba Hadin. “¿Usted conoce a alguien que haya enfermado por el coronavirus? Yo no”, decía Chris mientras su novia, también escéptica, asentía con la cabeza.

Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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