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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La teoría del 50%

Me pregunto por qué esta meta no se persiguió antes de los garrafales errores e imprudencias que se cometieron, cuando se diseñaron las elecciones del 1 de octubre

J. Ernesto Ayala-Dip
Quim Torra, durante su último discurso en el Parlament.
Quim Torra, durante su último discurso en el Parlament.m. MINOCRI

Hace apenas unas horas, el expresidente Quim Torra todavía seguía dando consignas del tipo “confrontémonos al Estado con inteligencia”. Hoy me interesa hablar del 50% que el independentismo se ha puesto como meta para declarar unilateralmente la independencia de Cataluña, es decir, hacer realidad lo que hasta ahora no es ni siquiera virtual: la República catalana. Antes vaya por delante una boutade, si así se quiere calificar: si Joan Tardà dijo un día aquello de “alguien tenía que decirlo”, con Torra sucede algo parecido, alguien tenía que inhabilitarlo. Hubiera preferido que fuese el electorado, incluso el suyo propio, quien lo hubiera dejado KO hasta el infinito, pero tuvo que ser el menos indicado para semejante decisión el que permitiera que ahora veamos con esperanza el 14 de febrero, el día de las próximas elecciones autonómicas. Como era de suponer, todo el orbe independentista se rasgó las vestiduras. Pero en el fondo y sin querer hacerlo demasiado explícito, entre ellos la propia Esquerra Republicana, se recibió esa sentencia de inhabilitación (tan buscada, “pertinazmente”, por el propio agraciado) con alivio.

Entre las consecuencias más directas de esa “milagrosa” inhabilitación tenemos la idea del 50% como antesala no se sabe a dónde, pero para el independentismo una antesala parece que crucial. O “histórica”, como ya es habitual celebrar cualquier despropósito político por parte de los mandamases del independentismo, llámese Òmnium Cultural, Assemblea Nacional Catalana o el telemuñeco de turno de Carles Puigdemont. Se suma a ello convertir esas elecciones en un plebiscito, algo así como independencia sí, independencia no.

Lo primero que se me ocurre preguntarme, y supongo que a muchos también, es por qué esa idea no se le ocurrió a nadie antes del cansino 1 de octubre de 2017. Por qué no haber diseñado campañas electorales con ese propósito. El 6 de septiembre de este año, un sondeo de GAD3 para La Vanguardia nos decía que el independentismo superaría por primera vez el listón del 50%, porcentaje que permitiría 77 escaños en el Parlament. (Hay que agregar que en esta misma muestra el PSC obtendría los suficientes votos para gobernar junto a Esquerra Republicana. Juntos obtendrían la mayoría parlamentaria necesaria). Entonces vuelvo a la pregunta anterior: por qué esta meta no se persiguió antes de los garrafales errores e imprudencias que se cometieron, cuando se diseñaron las elecciones del 1 de octubre, la madre de todos los fracasos del independentismo, incluida una innecesaria (e igualmente imprudente) pena de cárcel por parte de los aparatos judiciales del Estado. (En este sentido, el independentismo, el Gobierno del PP y la cúpula judicial a sus órdenes diseñaron la tormenta perfecta).

Se supone que antes de 2017, el electorado independentista estaba más movilizado que ahora, más movilizado y sin pandemia de covid-19. Si en lugar de urdir planes políticos tan insensatos como los que urdieron se hubieran puesto a demostrar cómo se gestiona un país (o una nación), sea independiente o no, hubieran alcanzado y superado el listón del 50% en las elecciones de diciembre del mismo año.

No sé si los defensores del 50% conocen la teoría de ese porcentaje en los matrimonios. Muy interesante por lo obvia más que por lo que aporta de novedad. En una pareja, cada mitad debe respetar a la otra. Más evidente, imposible. De obtener el independentismo ese porcentaje de votos, ¿respetaría a la mitad que no es independentista? Probablemente no si ese porcentaje le da la mayoría parlamentaria. Y aquí conecto esta conclusión con unas palabras que acaba de pronunciar Miquel Iceta, en el sentido de que no gobernará nunca con ERC, un partido, agrega, que aboga por el derecho a la autodeterminación y la independencia. Si Iceta se niega a ese gobierno ya desde ahora, estará incurriendo en un grave error político. Todo el mundo sabe que ERC quiere la independencia. Y además está en su derecho (si no por qué iban a cobrar un sueldo sus diputados por defender esas ideas). Pero ERC representa el costado más pragmático del independentismo, tan pragmático que no creo que ignore que para postularse para la independencia lo mejor es ir demostrando sin tardanza la eficacia de su gestión, su capacidad para escuchar a los que no piensan como ellos. Y sobre todo, hacer algo para que todos los catalanes vuelvan a creer en la política y no solo en las consignas y los días históricos.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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