Muere Hermann Bonnín, un hombre que lo fue todo en el teatro
Director, actor y gestor, vivió la profesión con pasión, condujo todo tipo de proyectos y se reinventó numerosas veces
Ha muerto Hermann Bonnín y el mundo del teatro se queda más pequeño. No le volveremos a ver ya en los estrenos siempre tan elegante, con sus sombreros, envuelto en sus fulares, con su sonrisa amable, su voz pausada y su sabia conversación digna de alguien que como el replicante de Blade Runner en versión artes escénicas, había visto de todo. Agente activo y a la vez memoria viva de la profesión, el director, actor y gestor teatral que ha fallecido el viernes en Barcelona, su ciudad, a los 84 años de edad tras un proceso degenerativo que le fue mermando en un proceso tan triste como irreversible, era un hombre vital, refinado, apasionado, extraordinariamente culto y empático.
Ha ocupado durante décadas un lugar insustituible en el panorama escénico catalán y de retruque en el de todo el Estado. Cada generación teatral ha tenido su Hermann Bonnín. Los que le conocimos como director del Institut del Teatre de Barcelona (1971-1981), donde previamente había estudiado, le recordamos como el hombre que desplegó con energía todas las posibilidades de la escuela, reuniendo a un profesorado de excepción, y puso a la casa, reinventándola, en el centro de la actividad teatral del país. Ese Bonnín más administrador y gestor, más funcionario si se quiere (aunque esa nunca fue una palabra que le definiera) contrasta con el Bonnín artista, que monta obras de Chéjov, Strindberg, Pirandello, De Filippo, Albee, o el de después, el francotirador, cuando cofundó en 1997 con Hausson y defendió con uñas y dientes el proyecto del Espai Brossa, convirtiendo la pequeña sala alternativa bajo el maestrazgo artístico, poético y humano del poeta, en epicentro de actividades escénicas y culturales de primer orden.
Su capacidad para el salto de escala parece hoy, obligados a revisar su vida en una amplia panorámica, casi increíble. Dirigió de 1982 a 1988 el Centro Dramático Nacional de la Generalitat en el Romea repartiendo juego entre la profesión y sorteando muchas de las cortapisas e iniquidades de que hacía gala el pujolismo. De su etapa allí se recuerdan grandes espectáculos, pero es que después se consagró con la misma dedicación a reivindicar el pequeño formato y las artes tenidas por menores como el cabaré o la magia. Entre su herencia está el centro La Seca en el que maximizó las posibilidades del Espai Brossa dando alternativas y esperanzas a todo un sector de las artes escénicas falto de ellas. Su conocimiento de los mecanismos de la gestión y de los vericuetos del poder le proporcionó, por supuesto, enormes ventajas para salir con éxito de todo lo que acometía, o al menos para no desfallecer en el intento.
Tenía una parte deliciosamente maquiavélica que explotaba irónicamente y que combinaba de manera extraordinaria con una ternura inteligente que será lo que los muchos que le apreciábamos, de hecho le queríamos, más encontraremos a faltar. Parecía tomarse las cosas con tiempo, funcionar a un ritmo lento, pero mostraba también una faceta de impresionante agilidad mental y tenía una capacidad contagiosa de entusiasmarse. Cuando quería, sabía ir al grano. Como actor, en teatro y cine (ha sido un impresionante secundario de lujo en muchas películas catalanas), poseía un magnetismo natural sensacional. Daba la impresión de moverse en un tempo diferente y avizorabas en él honduras, algunas veces hechas de turbia oscuridad, que enriquecían al personaje, incluso en los culebrones de TV3. Es imborrable su personaje de Nicolau de La señora, la tortuosa película de 1987 de Jordi Cadena en la que encarnaba al marido misófobo de una mujer a la que no podía tocar sino con guantes (la actriz Sílvia Tortosa, que fue su primera esposa en la realidad) y a la cual suministraba su semen en dedales.
En 2003 fue galardonado con el Premio Ciutat de Barcelona en la categoría de artes escénicas. Era académico numerario de la Real Academia Catalana de Bellas Artes de San Jorge y patrón de la Fundació Joan Brossa. Bonnín dirigió del 1967 a 1977 la Real Escuela Superior de Arte Dramático del Teatro Real de Madrid. De 1985 a 1997 fue miembro del Consejo Nacional de Teatro del Ministerio de Cultura. Casado con la dramaturga Sabine Dufrenoy, componían una pareja inseparable de la que es fruto la actriz Nausicaa Bonnín, a la que su padre dirigió en varias ocasiones. “Ha hecho un mutis tan elegante y discreto como ha sido su vida...sin hacer ruido...”Escuchad este silencio", decía su querido Joan Brossa...", ha publicado Nausicaa en su cuenta de Twitter al dar la noticia del fallecimiento de su padre, que ha conmocionado a todo el mundo artístico. Desaparece toda una hermosa y emocionante época de nuestro teatro y, para muchos, de nuestras vidas.
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