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Mera cuestión de supervivencia

Tanto la gestión de la pandemia como la remodelación del Gobierno han mostrado hasta qué punto la actuación de JxCat está orientada a mantenerse en el poder aún a costa de los intereses del país

Quim Torra, Pere Aragonés y los consejeros nuevos: Ramón Tremosa, Miquel Sàmper y Àngels Ponsa.
Quim Torra, Pere Aragonés y los consejeros nuevos: Ramón Tremosa, Miquel Sàmper y Àngels Ponsa.EFE
Milagros Pérez Oliva

Hay un momento, en las batallas políticas que fracasan, en que la lucha por la causa se transforma en una lucha por la mera supervivencia. Sobrevivir políticamente se convierte en el único vector de actuación. Les pasó a ETA y al IRA con su lucha armada y, salvando todas las distancias, que son muchas y muy sustanciales, le está pasando ahora al independentismo catalán unilateralista. Tres años después del choque de trenes, los que ven claro el fracaso tratan de articular nuevas estrategias que les permitan avanzar. Los que no, se acantonan en sus posiciones y su principal objetivo ya no es otro que sobrevivir.

Una parte del movimiento ha asumido que la apuesta por la unilateralidad ha fracasado y que no tiene ninguna posibilidad, en el corto plazo, de reunir las fuerzas necesarias para proseguir un envite para el que no bastan ni siquiera las mayorías parlamentarias. Lo expresó hace unos días con meridiana claridad el exconseller Andreu Mas-Colell en un artículo en el diario Ara. No habrá independencia, advertía. Ni con la confrontación, ni con el diálogo. Nada de lo que se pueda hacer desde Cataluña afectará a la probabilidad de la independencia o de lograr un referéndum pactado y vinculante. España no lo aceptará y la UE no apoyará nada que no esté pactado entre las partes. Así de claro. El Gobierno catalán se engaña, decía Mas-Colell, si piensa que la política de confrontación no interfiere en las perspectivas sociales y económicas.

El exconsejero de Economía no es el único preocupado por la evolución de las estadísticas económicas de Cataluña y cómo incide en ellas la situación de bloqueo político y desgobierno en que se encuentra el país. El deterioro institucional es galopante y lo peor es que muchos temen que tras las elecciones, todo quede igual. Carles Puigdemont sabe perfectamente que el procés unilateral está finiquitado, y la prueba es que, pese a sus pírricas victorias jurídicas en el exterior, los presos independentistas siguen en la cárcel y él no se atreve a cruzar la frontera. Lo sabe pero intenta mantener la ficción de que el mandato del referéndum del 1-0 sigue vivo porque sobre ese rescoldo pretende arrastrar a quienes no se resignan, no quieren ver o no quieren aceptar que la república catalana ya no es más que el señuelo de una estrategia destinada a mantenerse en el poder a costa de lo que sea. Incluso de los intereses del propio país.

El exconsejero de Economía no es único preocupado por la evolución de las estadísticas económicas de Cataluña

Con la ruptura de JxCat y el PDeCAT, Torra ya no presidía un gobierno de coalición independentista, sino un gobierno de tres facciones enfrentadas y con objetivos a corto plazo radicalmente distintos. Pese a sus intentos por hacer ver lo contrario, nadie duda de que el único propósito de la remodelación de esta semana fuera deshacerse de los rivales internos del PDeCat y darle tiempo a Puigdemont para organizar su nueva fuerza política.

Su actuación no puede ser más errática. Si en enero compareció por sorpresa ante la opinión pública para anunciar que la legislatura estaba agotada, ahora trata de alargarla con ventilación asistida. Argumentaba entonces que las diferencias estratégicas con ERC eran tan sustanciales que debía convocar nuevas elecciones. Pero entonces no puso fecha y ahora ya no tiene prisa. Pendiente de una inhabilitación que llegará con toda seguridad, Torra se dispone a utilizarla como munición electoral. Y no cabe descartar que busque algún golpe de efecto conflictivo, como negarse a abandonar el despacho, para reforzar el imaginario victimista.

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Torra dijo en enero que la legislatura estaba agotada y ahora trata de alargarla con ventilación asistida

Mientras tanto, Torra y Puigdemont han dejado que la situación se deteriore hasta límites que causan sonrojo, y en muchos casos enojo, incluso entre quienes desde sectores económicos o académicos han apoyado la causa independentista. La degradación institucional y de representación del autogobierno causa dolor y amargura en muchos de quienes en el pasado se sentían orgullosos de pertenecer a un país que consideraban innovador y creativo. Ahora ya no perciben aquella admiración, aquel respeto.

Tanto la gestión de la pandemia como la remodelación del Gobierno han mostrado hasta qué punto la actuación de JxCat está orientada a la mera supervivencia. Con la ayuda inestimable de Budó y de Buch, el presidente Torra ha malbaratado los esfuerzos de ERC por demostrar que el independentismo sabe gestionar. Que más allá del objetivo de la independencia, tienen un proyecto de país, de gobierno. En este agónico final de la legislatura más estéril, la cuestión es cuánta gente se dejará atrapar de nuevo en el autoengaño. Cuánto voto mágico queda todavía en Cataluña dispuesto a seguir fracasando.


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