Trump habla catalán
Esta tendencia al caos imprescindible provocando desorden y aceptando los sacrificios correspondientes para poder renacer renovado no es una exclusiva yanqui. La encontramos en parte de Europa
Él puede ser el impulsor del caos imprescindible para reestablecer después el orden necesario”. El análisis del jubilado colaborador de la CIA planeaba sobre las extensas llanuras de Wyoming. Hacía un año que Trump había ganado las elecciones y la sorpresa no daba tregua. El hombre de Laramie describía la aplicación política del principio económico de Schumpeter adaptado por el neoliberalismo. Una doble vuelta de tuerca a la tesis de Marx que, con el tiempo, saltó del proceso industrial al político y de la izquierda a la derecha radical para justificar la revolución desde dentro. Por eso mi interlocutor lo había votado a pesar de tenerle por un deslenguado truhan. Porque lo veía con el suficiente entusiasmo destructor como para que el sistema lo utilizara para poder regenerarse después. Sistema entonces encarnado en Hillary Clinton discurriendo por el lado oscuro del camino. De Trump se esperaba, pues, que actuara cual caballo de Atila. Y a fe que lo ha cumplido.
En el largo proceso electoral norteamericano es habitual que tras las respectivas convenciones los candidatos contrincantes ganen adeptos en las encuestas. Su presencia permanente en todos los medios durante una semana los convierte en objeto de consumo masivo inevitable. Desde el desayuno hasta el momento de acostarse se cuelan en las vidas de una ciudadanía obligada a tragarse su compañía sin remedio. Y como el roce hace al cariño, el votante acaba respondiendo a los sondeos con un acercamiento al último que ha hablado. Esto es lo que está pasando estos días tras la proclamación de quien, rompiendo con otra regla no escrita, ha utilizado las instalaciones de la Casa Blanca con finalidad partidista. A pesar de esta denuncia, las encuestas rebajan la distancia que Joe Biden había ampliado sobre Donald Trump y no descartan la victoria del rey de Twitter. La mayoría de los estados en los que arrasó no ceden. Wyoming incluido.
En la “confrontación inteligente” propuesta por Puigdemont hay algo de esas técnicas desestabilizadoras
Ley y orden, proclamó el partido republicano al inicio de su cónclave. Y para aplicarlo se esmera en crear las condiciones necesarias para que la ciudadanía lo exija. Y al fomento de la división social frecuente añade ahora los estallidos de violencia racial imprescindibles. El fin justifica los medios y la sangre la victoria. Tremendo. Añadamos el juego sucio de Rusia a favor del republicano, detectado y denunciado por Facebook y canalizado a través de las redes sociales, y ampliaremos el temor latente a terror constante.
Esta tendencia al caos imprescindible provocando desorden y aceptando los sacrificios correspondientes para poder renacer renovado no es una exclusiva yanqui. La encontramos en países en manos de correligionarios que siguiendo las técnicas trumpistas o coincidiendo en el tiempo con ellas están desestabilizando medio mundo. Parte de Europa incluida. Y algo de esto hay en “la confrontación inteligente” propuesta por Carles Puigdemont.
Más allá de la caricatura, el juego semántico y la prestidigitación conceptual, pretender desestabilizar desde dentro el orden imperante español para conseguir la independencia de Cataluña equivale a aplicar el principio de Schumpeter descrito por el amigo americano. Con la paradoja de que en esta parte de la península Ibérica la aspiración neoliberal mutaría en un modelo que, de momento y en teoría, sería más de izquierdas que de derechas a tenor del giro ideológico pretendido por Junts per Catalunya. Pero como lo que vale es la técnica y no la idea, el resto son baratijas. Nada que objetar si así lo quieren y lo votan quienes lo aceptan. Solo que, al margen de los cabreados permanentes y los hooligans habituales, está por ver que el grueso del electorado asuma el imprescindible llanto y crujir de dientes que algunas voces predican. Sí, son las que dicen que hay que estar dispuesto a todo, incluido el sacrificio personal, como relata Toni Comín. Pero si con la pandemia a más de uno se le han caído hasta los calcetines de tanto temblor y se le empaña la mascarilla de tanto sudor, está por ver si, a la hora de la verdad, estos mismos estarían tan dispuestos.
Está por ver que el grueso del electorado asuma el llanto y crujir de dientes que algunas voces predican
No era Biden sino la covid quien estaba derrotando a Trump. Y la manera del presidente de intentar neutralizarlo ha sido dejar de hablar del virus a pesar de los 185.000 fallecidos y los más de seis millones de contagios en aquel país. Sin llegar a tales extremos ni al negacionismo campante en Estados Unidos, Cataluña está participando de manera significativa al temor sanitario español denunciado y advertido por los países que imponen restricciones. Lo certifican los datos de los pocos turistas internacionales venidos en julio por debajo del porcentaje español o la pérdida de fuerza económica de Barcelona frente a Madrid. Probablemente porque los terribles efectos de la pandemia caen en el saco previamente roto por la inestabilidad política. Ante la dificultad de combatir tamaño desorden, la ilusión de esperar otro orden. A eso se le llama caos creativo.
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