El año que lo veraneantes llegaron antes
Vilassar de Mar no es un pueblo turístico pero sí de segundas residencias que, con el confinamiento, se abrieron mucho antes de Sant Joan
Desde que soy un poco pixapins, cuando voy a Vilassar de Mar (Maresme), mi pueblo natal, frecuento más Can Maltas, la casa de campo de mis abuelos maternos, que no el pueblo. Pero aún así, siempre cojo la bici para pasear por el casco antiguo, que en los últimos años se ha ido vaciando de coches para dar protagonismo a los vecinos. Siempre que paso pienso que ha quedado una postal bonita y a la vez verosímil, con casas bien arregladas, comercios singulares y terrazas agradables sin perder el legado de pueblo marinero.
Pedaleando por la calle Sant Josep, lo primero que me sorprende es ver la heladería Jijonenca cerrada, llamada la de abajo desde que apareció la de arriba, cuando el centro del pueblo creció alrededor del mercado. Como me cuesta renunciar a un helado, me dirijo hacia arriba y Òscar me asegura que el año que viene volverá a abrir, que es un cierre temporal por este verano incierto. Pero al final no lo es tanto, y cada vez que vuelvo a la única heladería abierta hay la cola de siempre.
Lo mismo pasa con las terrazas, que a pesar de haber ganado metros al asfalto, están llenas. Después de tantas semanas de confinamiento, la gente tiene ganas de salir y los bares y restaurantes no paran. Algunos que no tenían terraza, como El Clauer, en la calle del Mont, han puesto cuatro mesas aprovechando la plaza de delante, y la bodega Espinaler, en la calle Sant Joan tiene unas filas de mesas que, de estar en dirección al mar, llegarían a tocar el agua.
La pandemia cerró comercios puntualmente, pero la mayoría han vuelto a levantar la persiana. Si las tiendas dinamizan un pueblo, a pesar de la covid, Vilassar sigue viva. Algunas de las novedades de este verano son el bar Oh!Cintes, el Frankfurt Barbut o la panadería Pau. Además, el mercado ambulante del jueves se ha trasladado a la avenida Arquitecte Eduard Ferrés, mucho más amplia, de forma que es más fácil mantener las distancias entre visitantes y paradas. No sería mala idea dejarlo en este enclave.
En las playas es otra cosa, porque cada año retroceden más por el efecto de las tormentas de levante, sumado a la barrera que representa el puerto de Mataró. Este año, que sería más necesario que nunca tener espacio, el arenal se ha quedado demasiado corto en buena parte del litoral. Pero aún así, no parece que las playas estén abarrotadas. Donde queda más espacio es en Palomares, playa emblemática con restaurante. Cuando empezó el desconfinamiento, sí que proliferaron los bañistas, muchos con paddle surf, unas planchas que los vecinos usaron para reencontrarse con la sensación de libertad.
Vilassar no es un pueblo turístico, aunque en los últimos años se han detectado algunos apartamentos en Airb’nb. La población crece cada verano por los veraneantes. Aunque cada vez son menos, porque ya viven todo el año en el pueblo, se pasean con polo y abarcas camino del Club Náutico, su oasis privado, con una playa cerrada entre espigones que los que no son socios no osan pisar. Este año no llegaron en junio, cuando terminan los colegios, sino que airearon las casas cuando nos confinaron. El veraneante más conocido es Artur Mas, que no dudó en pasar el confinamiento aquí. Cuando ya estaba permitido, los vecinos le han visto salir a caminar por los caminos de campo, en dirección a la Hípica Rosell, o ir a buscar un pollo asado en Can Roca, como uno más.
Después de una fiesta mayor pasada por el coronavirus, es decir, sin programación ni feria, lo que también ha liquidado la pandemia son las fiestas de calle, aquellas en que los vecinos sacaban las mesas, decoraban la vía con banderines, y pasaban la noche al fresco compartiendo la cena. Quedaban pocas, pero este verano ya no se ha celebrado ninguna. En estos tiempos convulsos, de recogimiento y poco contacto social, al menos una noche se unieron todos los vecinos, la de los fuegos artificiales, que excepcionalmente se lanzaron desde tres puntos: la playa, el cementerio y Les Pinedes. De este modo, casi todo el mundo pudo contemplar las palmeras de colores iluminando una de las noches más cortas del año. En Vilassar, Sant Joan quiere decir fiesta mayor. Y con el ocio reducido por la pandemia, en el pueblo fue un motivo de unión.
Pueblo marinero con alta demanda
Población: 20.837 habitantes (2019). La pandemia ha disparado la búsqueda de casas en el Maresme.
Actividades económicas: Industria, campos y el Mercado de la Flor i la Planta Ornamental de Catalunya.
Lugares para visitar: El casco antiguo, la Torre d’en Nadal y las casas modernistas de la calle Sant Pau. Para obtener buenas vistas de todo el municipio, hay que subir al castillo de Burriac, emblema de la zona.
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