Mirar desde Perafita
La grabación del programa ‘El foraster’ animó a un pueblo que de momento ha visto pasar de largo a la covid-19
La pandemia también ha pasado de largo por Perafita. No hay constancia de momento de ningún ingreso hospitalario y si ha habido algún afectado se ha llevado en silencio y de manera anónima, como se gestionan las sospechas en los pueblos habitualmente escépticos, a veces puñeteros cuando rebosa la salud y a menudo generosos frente a la enfermedad, ahora expresada en la covid-19.
Los vecinos más solidarios se organizaron para atender a las personas vulnerables, que acostumbran a ser muchas en los municipios pequeños como los del envejecido Lluçanès. El plan funcionó tan bien que mi madre, cumplidos los 89 años, me prohibió que la visitara durante el confinamiento, resguardada como quedó la localidad de “gente de fuera”, sin distinciones, también para cuantos somos hijos de Perafita y ahora vivimos en Barcelona.
La población ha estado siempre informada por los medios del ayuntamiento y la mayoría de los 400 habitantes ha sido responsable, consciente de que no convenía asumir riesgos aún a costa de reducir el programa de actos de la fiesta mayor y quedarse sin teatro, baile ni nada que celebrar, todos pendientes de que no faltara el avituallamiento de Cal Pensiró. También se han contado los indiferentes que nunca dejan de acudir al bar, como si el alcohol curara también el mal además de calmar la sed, todos felices porque el emprendedor Marc amplia y mejora la carta del Café del Mig.
Algunos negocios acusan la pandemia, ha menguado seguramente la afluencia en las casas rurales, se cuentan menos veraneantes y más ciclistas y ha cerrado El Collet de Sant Agustí, la emblemática fonda de la comarca, punto de encuentro de turistas, viajantes y payeses, seducidos por los embutidos, los garbanzos y los canelones con col, capaces de tapar la boca a un italiano; la vida es menos vida sin El Collet.
La única noticia mediática es que Perafita será protagonista de El foraster. Han sido muchos los que han estado pendientes del programa de TV-3. El virus ha condicionado una grabación que nos ha permitido observar cómo nos sentimos y como nos ven a partir de la mirada de Quim Masferrer, que para muchos es como si nos viera Cataluña.
Va y viene la gente por un pueblo cuyo latido parece marcado por su castillo, por momentos floreciente y a ratos aletargado, escenario de una excelente película de cuando estaba regentado por Julita —Muchos hijos, un mono y un castillo, de Gustavo Salmerón— y después abandonado en manos de bancos, fondos de inversión o inmobiliarias que lo presentan como un palacio, no como la que fue casa de Jaume Puig, muerto en la Plaça Palau durante la Guerra de Sucesión.
El Lluçanès siempre ha sido tierra de guerrilleros, de movimiento de tropas como las de Savalls y Cabrinetty, del bandolero Perot Rocaguinarda y de brujas, ninguna como La Napa. Las historias y las tradiciones populares se mantienen por la vocación pedagógica de personas altruistas como Teresa Ribera, que organizó una fiesta del libro deliciosa el 23 de julio, y por el interés de las infatigables maestras de la escuela Heurom. Nunca había visto tantos niños y niñas en Perafita desde los tiempos en que se buscaba petróleo en el Hostal Nou (1962).
Hoy el negocio se mueve alrededor de la industria agroalimentaria y también de los perros y los caballos, muy presentes en el Lluçanès. Xavier Bonete persevera con la cría de los Bullmastiff y Àngel Casellas, etólogo y educador, se ha convertido en un especialista en razas autóctonas como el gos d’atura desde la Casanova de Payàs. Y también son internacionales por su trato con los equinos figuras como las de Robert Díaz y Gabi Rodenas. La fama de les Coques de Perafita es igualmente tan indiscutible como entrañable resulta el horno de la antigua casa Cal Cabalé, hoy Forn del 1900. Y a los turistas parece que les interesa el pueblo, la comarca y la riera de Merlès.
No siempre es fácil conjugar los intereses de los que están con los que vienen en tiempos en que los municipios intentan desplegar la fibra óptica y mejorar las comunicaciones para garantizar el teletrabajo a los que reniegan del área metropolitana y Barcelona. Los pleitos y la desconfianza, en cualquier caso, no son menores en una tierra descuartizada, no reconocida en el mapa como comarca de Cataluña. Ahora mismo se discute por la construcción de una gasolinera, a mitad de camino de las de Prats y Olost, y también por el proyecto de mirador en Perafita. El debate es si tiene sentido levantar un mirador en un pueblo que mira y se siente mirado, observatorio de Montserrat, el Pedraforca y el Cadí.
No es lo mismo vivir que estar de paso por Perafita y el Lluçanès por más puntos de encuentro que existan, pocos tan agradecidos como las viejas masias defendidas por las abuelas; no conozco a nadie más cabal que una viuda de payés, tranquila, serena y clara, como la misma tierra, para explicar desde el mirador de su experiencia de qué va la vida y cómo se gestiona la incertidumbre ahora en que el mundo duda sobre cómo afrontar la covid-19.
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