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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La reencarnación convergente

Los herederos del pujolismo tratan de articular una fuerza política que le permita prolongar el control de la Generalitat ejercido durante 33 años

Enric Company
Marta Pascal (c), secretaria general del Partit Nacionalista de Catalunya, Olga Tortosa, presidenta del PNC, y el portavoz de El País de Demà, Antoni Garrell.
Marta Pascal (c), secretaria general del Partit Nacionalista de Catalunya, Olga Tortosa, presidenta del PNC, y el portavoz de El País de Demà, Antoni Garrell.Glòria Sánchez (Europa Press)

Hay partidos que se mimetizan en extremo con las sociedades en las que actúan, hasta que a veces se hace difícil distinguir qué fue primero. Es el caso de la Convergència i Unió (CiU) de Jordi Pujol (y sus derivados de los últimos años), que ha presidido la Generalitat de Cataluña durante 33 de los 40 años transcurridos desde las primeras elecciones autonómicas en la presente etapa democrática. Pero no es una excepción, no ha sido la única fuerza política que ha alcanzado tan elevada cota de permanencia en el poder. El PNV ha gobernado Euskadi durante 37 de los 40 años de vigencia de su Estatuto de Autonomía. El PSOE lo ha hecho durante 36 de los 38 años de régimen autónomo en Andalucía. El PP ha dirigido la Xunta de Galicia durante 31 de los últimos 38 años. No sucede solo en España. Baviera es el ejemplo más extremo: la derecha socialcristiana bávara gobierna ese estado alemán desde 1945, con un breve lapso de menos de un año.

En todos estos casos se trata de partidos que han tenido la irrepetible oportunidad histórica de levantar desde prácticamente cero las estructuras de gobierno y las administraciones regionales de sus respectivas comunidades. Eso les ha permitido mimetizarse si no con la sociedad entera, sí con una administración de dimensiones enormes y una gran capilaridad social y territorial. De manera que, décadas después, en Cataluña el régimen de autonomía y su aparato administrativo se identifica y confunde con los gobiernos de CiU; en el País Vasco con los del PNV; en Andalucía con los del PSOE; y en Galicia con los del PP.

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Se trata de una característica ya conocida de los poderes regionales. La proximidad permite el mejor conocimiento de una sociedad, pero también favorece el clientelismo, el control social, el amiguismo, las corrupciones. Todos ellos son riesgos que crecen precisamente con la permanencia excesiva de un partido en el poder. Solo la alternancia ayuda a esquivar estos peligros y en Cataluña es obvio que la alternancia ha sido escasa, insuficiente: 7 años de gobiernos de izquierdas por 33 del centroderecha nacionalista.

Cuando menos lo esperaban sus dirigentes, sin embargo, la corrupción mató a CiU y manchó irremediablemente la imagen del pujolismo. Eso ha planteado un inesperado problema político al centro derecha catalán. Un eventual vacío de representación. ¿Va a quedarse la derecha catalanista sin partido propio? ¿En qué partido podrán depositar su confianza los sectores sociales que la han entregado fielmente a CiU desde 1980? Desde 2015 han sido creadas desde el núcleo central de Convergència varias marcas y fórmulas para seguir representando lo mismo con otros nombres y así mantener la fidelidad de los votantes de CiU. PDeCAT, Junts per Catalunya, Partit Nacionalista Català y otros surgidos como brotes tanto de Unió como de Convergència. Las elecciones municipales y generales han demostrado que este electorado no se ha dispersado, pese al duro golpe psicológico y político que han representado el descubrimiento de la financiación ilegal de los dos partidos de CiU y la confesión de Jordi Pujol sobre la fortuna de su familia en Andorra. Ahora mismo, la fuerza política que ha estado 33 años sobre 40 al frente del Gobierno catalán debate y maniobra para alargar otros cuatro años, otra legislatura, su marca de permanencia.

El régimen de autonomía en Cataluña y su aparato administrativo se confunde con los gobiernos de CiU

El dilema se centra en escoger entre dos prioridades. Una es apostar por la independencia sobre cualquier otra consideración u objetivo y situarse directamente como una fuerza rupturista, al menos en lo que refiere a la organización territorial del Estado. Esta está siendo la opción de Carles Puigdemont y el grueso de los dirigentes que le acompañaron en la deriva del periodo 2015-2017. Se inclinan por mantenerse como una organización de contornos ideológicos laxos, populistas, como un movimiento de liberación nacional que cobija gentes de orígenes político-ideológicos diversos, unidos por la pasión nacional.

Frente a esta opción se halla la de quienes priorizan alzar la bandera del centroderecha liberal catalanista, la que ha apostado históricamente por el autonomismo, renuncia a las aventuras unilaterales, pero no pone límites a las aspiraciones nacionales. Esa era la posición del PDeCAT, el partido creado en 2015 para suceder directamente a Convergència, del que se ha desgajado la fracción ahora constituida en Partit Nacionalista Català, precisamente a causa de su rechazo del rupturismo y el unilateralismo de Puigdemont y sus seguidores.

Sea cual sea el desenlace, en estos momentos todo indica que la futura representación política del centroderecha catalán surgirá de los restos de la propia Convergència. Ni Ciudadanos ni el PP se han interesado, ni seguramente podrían, atraer a estos sectores sociales.

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