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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Partit Nacionalista de Catalunya, qué será, será…

El nuevo partido no tiene que convencer a las élites sino a un elector raso, mayoritariamente exconvergente, que se verá en la tesitura de decidir si votar al PNC, seguir en el espacio de Junts o quedarse en casa

Marta Pascal, nueva secretaria general del Partit Nacionalista de Catalunya.
Marta Pascal, nueva secretaria general del Partit Nacionalista de Catalunya.GLORIA SÁNCHEZ (EP)
Joan Esculies

Aunque a menudo se les conciba de la misma manera, los nacionalismos catalán y vasco se parecen como un huevo a una castaña. Durante un siglo sus representantes han tratado en ocasiones de colaborar, la mayoría de las veces con poca fortuna —Galeusca, por ejemplo—. Se han observado, pero sin entusiasmarse, como evidencian Alexander Ugalde y Enric Ucelay-Da Cal en un estudio comparado en el libro colectivo Patrias diversas, ¿misma lucha? Alianzas transnacionalistas en el mundo de entreguerras, 1912-1939, recién publicado por Edicions Bellaterra.

A finales del siglo pasado el independentismo catalán vivió una fase de vasquitis muy notable, algunos de sus sectores atraídos por la “épica” de la lucha armada, otros por considerar el nacionalismo vasco más duro que el propio. El origen y evolución del encandilamiento está por explorar, pero es probable que comenzase con el carisma de José Antonio Aguirre. Jaume Miravitlles, comisario de propaganda de la Generalitat durante la Guerra Civil, en el exilio apodó al lehendakari —con una miopía notable y sin ironía— “el padrino” de los catalanes.

En la actualidad esta vasquitis, tras una fase de olvido, ha vuelto. Los embelesados ahora son los sectores moderados, que no admiran la firmeza abertzale, sino el equilibrismo del PNV y su constante capacidad pendular para sacar tajada del estado que los cobija. De ahí que, tras el fracaso de la vía independentista unilateral, se haya fundado el Partit Nacionalista de Catalunya.

El PNC se define como catalanista y de centro liberal, con independentistas entre sus cuadros, pero sin definirse como tal, sino transversal y plural. Se opone a la unilateralidad y busca recuperar el Estatuto aprobado en Cortes y obtener las máximas cuotas de autogobierno posibles. El PNC —visto como el PNV catalán, la Convergència Democràtica (sin el denostado Jordi Pujol), aquello que podría haber sido el PDeCAT si Artur Mas y después Carles Puigdemont no lo hubiesen llevado por el camí del pedregar—, gusta a las élites barcelonesas, tras una década de desasosiego, y puede gustar a las madrileñas, ávidas por tener enfrente a alguien con un esquema predecible.

El nuevo partido será, directa o indirectamente, muy promocionado y tratado con guante de seda por los sectores no independentistas. La esperanza no es que obtenga un gran resultado, sino que vacíe voto independentista agotado e incluso avergonzado por la concatenación de errores y prisas. Situar en el horizonte la vía escocesa es, en este sentido, un reclamo. Al fin y al cabo, el PNV también defiende la autodeterminación, aunque con un movimiento pendular la pueda olvidar cuando molesta a la hora de negociar.

Pero no es a las élites a quien tiene que convencer el nuevo partido, sino a un elector raso, mayoritariamente exconvergente, que se verá en la tesitura de decidir si votar al PNC, seguir en el espacio de Junts per Catalunya o quedarse en casa. Un partido con independentistas favorables a un referéndum de autodeterminación, ¿puede pactar antes de las elecciones con Units per Avançar, en contra de la independencia y del referéndum? Pero ¿y después?

¿Un votante de JxCat elegirá al PNC sin tener la seguridad de que, si entra en el Parlament en vez de moderar a un gobierno independentista, no apoyará una gran coalición liderada por el PSC para hacerse con la Generalitat? ¿Un votante de los supuestamente huérfanos de partido lo votará sin saber que no será apoyo, activo o pasivo, de un nuevo gobierno independentista?

La ambigüedad jeltzale y el antiguo juego convergente requieren un clima social y político determinados. Pese a la crisis de la covid-19, es probable que las próximas elecciones se sigan jugando a dos bandos, rupturista y reformista/inmovilista. Cambiada la retorica del 15-M por el pragmatismo en los Comunes, los tres únicos partidos rupturistas catalanes con el régimen del 78 serán el movimiento afín a Puigdemont tras la reestructuración del espacio de JxCat, la CUP y ERC (a pesar de lo que diga la propaganda contraria puigdemontista).

Como cantaba Doris Day, el elector exconvergente ante la urna se preguntará del PNC “qué será, será, whatever will be, will be…”. Y lo único seguro es que mientras en Cataluña subsista un modelo de financiación que no permita otra dinámica de pacto con Madrid, un nuevo PNV no será.


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