Igualada: ¿La gente sale a pasear?
La Generalitat levantó el cerco perimetral de Igualada y demás comarcas de la Anoia y la confusión se instala en Igualada, donde vecinos creen que ha concluido el confinamiento.
Marc Castells, el alcalde de Igualada, lo suele decir de este modo: “Nosotros somos el espóiler de España”. La frase indica un sino complicado: Igualada fue la primera ciudad —en su caso, con toda la comarca de la Anoia— en pasar a confinamiento obligatorio. Luego siguió España. Aquí las muertes y los enfermos brotaron pronto y velozmente y, otra vez, detrás vino España. Ahora Igualada y su cuenca son los primeros en ser liberados de una orden de confinamiento, y el primer día de la decisión, el resultado no ha sido promisorio: suficientes habitantes como para ser bien visibles se lanzaron a las calles en auto o fingiendo ir a algún supermercado. ¿Es este el destino de España: que apenas se relaje la alarma del gobierno central, los españoles vuelvan a vivir bajo el espíritu de aquí no ha pasado (casi) nada?
La salida del confinamiento de Igualada no es tal y, por lo tanto es problemática. La Generalitat decidió que, ante una supuesta equiparación de los niveles de contagio en Cataluña, no tenía sentido mantener a Igualada y otras comunidades de la cuenca de la Anoia con un cerco perimetral que no existe en otras ciudades. Así que por la mañana los Mossos de Esquadra desaparecieron de los accesos y los habitantes accedieron a la posibilidad de dejar sus localidades en caso de emergencia o con una justificación.
Pero esa decisión fue un problema. Suficiente gente —varias centenas de habitantes— no entendió que concluía el “confinamiento perimetral” pero continuaba el “confinamiento domiciliario” y salió a las calles bajo la aparente y errónea idea de que concluyó todo confinamiento. En la mañana del lunes vecinos se paseaban en buen número por los barrios de la periferia y el tráfico por la carretera de salida a Barcelona era significativo. Por la tarde, decenas de automóviles recorrían las calles del centro.
Las autoridades de Igualada constataron que el asunto era complicado cuando empezaron a llegar reportes de que vecinos de pueblos cercanos como Jorba o la Pobla del Claramunt tomaban sus coches y bajaban a la ciudad. Algunos iban a visitar a sus familiares ancianos a los que no veían hacía tres semanas; otros iban al supermercado. Los teléfonos del ayuntamiento empezaron a recibir las preguntas de igualadinos que querían entender si podían dejar sus casas. Los alcaldes italianos ya han advertido a sus pares españoles que el relajamiento del confinamiento puede provocar un rebrote, pero los municipios tienen las manos atadas: la imposición y levantamiento del cerco perimetral fue decisión de la Generalitat como el estado de alarma del gobierno central. A los alcaldes les queda lidiar a pie de calle con las consecuencias de una crisis para la que nadie está preparado. “Una cosa es salir con permiso y otra salir a fumar por la calle, quedar con los amigos o ir a ver a tu madre”, dice un policía. “Y eso está pasando hoy”.
En las calles de Igualada esa confusión era palpable. El sol invitaba: el lunes fue un día plácido, perfecto. A media mañana, frente a un edificio de la Avenida Barcelona, una de las arterias centrales, tres ancianos fumaban y conversaban a poca distancia. Algo más allá, en la Rambla, una decena de hombres y mujeres iban y venían por el centro. Y una veintena de vecinos paseaba —con tapabocas y guantes, como casi todos— por la Avenida Balmes y el Carrer de la Comarca, donde se distribuyen tanto supermercados como pequeños parques urbanos. En el Passeig Verdaguer, el más reconocido de la ciudad, un matrimonio caminaba de la mano como si se hubieran enamorado ayer. En el supermercado Esclat la gente circulaba distante una de otra, todos cubiertos con máscaras. ¿Algo ha cambiado? “Los clientes vienen con todo tipo de humor”, dice una empleada. “Cuando le dije a un cliente que esperase su turno detrás de la línea de seguridad del pan, me respondió ‘basta ya’”.
Por la tarde del lunes, en el acceso al supermercado Mercadona, uno de los mayores de la ciudad, un empleado repartía guantes a los clientes. Fue un día de muchas ventas, como si el público hubiera emergido de una cueva tras superar un cataclismo. Cuando mediaba el día, apenas quedaban 20 de los 350 kilos de pescado puestos a la venta. ¿La razón? “Se acabó el confinamiento”, dice el chico, para quien no parece haber matices entre perímetro urbano y encierro domiciliario.
La policía reforzó los controles y labró muchas más actas de infracción por circular sin permiso. “Es evidente que la gente salió a la calle”, dice un funcionario del ayuntamiento. “Es el efecto psicológico de tres semanas de encierro: cuando levantas un poco la presión, la gente sale a tomar aire”.
La policía reforzó los controles y labró muchas más actas de infracción por circular sin permiso. “La policía reforzó los controles y labró muchas más actas de infracción por circular sin permiso. “
Las autoridades ahora tienen que resolver cómo volver a convencer a los vecinos de mantenerse en sus hogares. Las fugas operan por efecto de imitación: sin control evidente, otros seguirán a los primeros autodesconfinados. Y en la Anoia no hay fuerzas de seguridad suficientes para controlar las escapadas en un área donde viven 70.000 personas y hay múltiples puntos de salida. En el ayuntamiento suspiran: a ellos les toca lidiar con decisiones ajenas. Los funcionarios insistirán con su mensaje de que el confinamiento domiciliario se mantiene usando los medios, las redes sociales, Whatsapp y una furgoneta que recorre la ciudad con altavoces. “Esto tomará dos o tres días”, dice el funcionario del ayuntamiento. “Acabará cuando ya hayan respirado y sepan que hay que volver a casa”.
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