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Superministro por accidente

El titular de Sanidad, sin experiencia previa de gestión en el sector de la salud, tiene el reto de combatir la epidemia con poderes reforzados por el estado de alarma

Miquel Noguer
Salvador Illa. Ilustración de Sciammarella
Salvador Illa. Ilustración de SciammarellaEL PAÍS

“Espero que no tenga que lidiar con ninguna gran epidemia o algún bicho raro”. Fueron las palabras de uno de los dirigentes de los socialistas catalanes en una reunión en la sede del partido a comienzos de enero nada más trascender que Salvador Illa, secretario de organización del PSC, se disponía a aceptar la cartera de ministro de Sanidad. No es que el autor de la frase tuviera dudas sobre la idoneidad del candidato para dirigir el ministerio. Lo que ocurría es que en el abultado organigrama de vicepresidencias y ministerios que obligó a dibujar el pacto de Gobierno entre PSOE y Podemos, el puesto de Illa estaba pensado para garantizar la presencia del PSC en el Ejecutivo en plena tormenta catalana más que para dar consistencia política y técnica a un ministerio que la descentralización de España ha ido vaciando de competencias en favor de las comunidades autónomas.

Solo han pasado tres meses desde la reunión en la sede del PSC de la calle Pallars de Barcelona, pero Illa, más por las circunstancias que por otra razón, no ha sido el “ministro florero” o la simple “cuota catalana” que algunos esperaban. Este licenciado en Filosofía y máster en dirección de empresas se ha convertido no solo en el ministro de Sanidad más visible de los últimos años sino también en el que más poder acumula después de haberse decretado el estado de alarma por la pandemia de coronavirus. Illa es desde el pasado fin de semana el encargado de que se cumpla el artículo 14 del Real Decreto, que garantiza el suministro de bienes y servicios necesarios para la protección de la salud pública. Y tiene poderes tan sensibles como el de “intervenir y ocupar transitoriamente” hospitales privados, fábricas o la industria farmacéutica si fuera necesario.

Para acometer esta labor tendrá que echar mano de la determinación que ha tenido que lucir en otros momentos de su carrera política, que nada tienen que ver con la actual emergencia, pero que le han fraguado un carácter de hombre “negociador prudente pero firme y, sobre todo, muy tozudo” en palabras de un compañero de filas en el partido socialista. En esas cualidades confían sus compañeros de formación y de Gobierno habida cuenta que el ministro no tiene formación específica en el ámbito sanitario.

El primer gran reto político al ahora ministro le llegó con 29 años. Como concejal socialista de su pueblo, La Roca del Vallès (Barcelona), de apenas 10.000 habitantes, Illa tuvo que sustituir de manera totalmente imprevista al alcalde, que falleció por un aneurisma a los pocos meses de acceder al cargo. No era empresa fácil en un pueblo dividido por peleas entre los cuatro núcleos de población que conforman el municipio. Era complicado por las pugnas de campanario y porque tenía que sustituir a un alcalde especialmente carismático, Romà Planas, quien había sido secretario personal de Josep Tarradellas, el primer presidente de la Generalitat recuperada tras la dictadura. Illa se hizo fuerte en el Ayuntamiento en un momento en el que el pujolismo era hegemónico en los municipios pequeños y medianos de Cataluña. Y lo hizo hasta el punto de ganar por mayoría absoluta en 1999 tras un breve paréntesis en la oposición fruto de una moción de censura de sus rivales de CiU. Como parte de la herencia de su gestión municipal en La Roca, Illa dejó la construcción de La Roca Village, un centro comercial de descuentos que cada año se cuela en el ranking de las de las atracciones turísticas más visitadas de Cataluña, rivalizando con la Sagrada Familia y el Camp Nou, y que también le ha llevado muchas críticas de sus rivales por haber transformado la economía del municipio.

“Lo que Salvador no soporta es que la gente no vaya de cara o que hagas A cuando habías dicho que harías B”, cuenta un vecino de Illa que le ha acompañado en alguna de sus aventuras políticas. El actual ministro de Sanidad escaló posiciones en la política autonómica cuando en 1999 el PSC consiguió la presidencia de la Generalitat con Pasqual Maragall. Fue nombrado director general en el departamento de Justicia, donde se encargó de planificar la construcción de juzgados y centros penitenciarios, entre ellos el de Lledoners, donde hoy cumplen condena buena parte de los condenados por el procés catalán.

Tras un corto paréntesis en la empresa privada, Illa volvió al ámbito público al mando de las finanzas del Ayuntamiento de Barcelona en 2010. Seis años después, el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, le ofreció ser secretario de organización de la formación en un momento de grave crisis interna y en el que el procés había hecho estragos en el que durante años había sido el primer partido de Cataluña. Fue en esta posición cuando entró en contacto con Pedro Sánchez, a quien la cúpula del PSC siempre apoyó en su lucha para hacerse con el control del PSOE primero y con la presidencia del Gobierno después. La confianza de Sánchez en Illa quedó demostrada cuando accedió a situarlo en la mesa de negociación con Esquerra Republicana que permitió la investidura del presidente del Gobierno el pasado enero. De allí al ministerio solo había un paso.

Delegación de funciones

El aterrizaje de Illa en Sanidad no ha sido plácido. El coronavirus llego a Europa cuando el ministro no llevaba ni 10 días en el cargo, algo que le obligó no solo a hacer un curso acelerado de toma de mandos del ministerio de Sanidad sino también a multiplicar sus apariciones públicas. Su papel como “hombre del PSC” y enlace con sus socios de ERC ha quedado eclipsado por las circunstancias. Lo que sí ha hecho Illa ha sido delegar amplias funciones en los técnicos y escudarse en ellos a la hora de tomar las principales decisiones de la crisis, que solo el tiempo y los resultados dirán si han sido acertadas. Fruto de esta amplia delegación de funciones Illa ha compartido buena parte de su protagonismo con Fernando Simón, muy bregado en la gestión de crisis como director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias.

El presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, Jaume Padrós, ha vivido la transformación de Illa de político de partido a ministro de Sanidad. “Teniendo en cuenta las pocas competencias que tiene el ministerio valoro bien su actuación en esta crisis”, explica el veterano médico barcelonés. “Illa tiene habilidades buenas, escucha mucho y no mira el color político de quien tiene delante antes de tomar una decisión”, dice Padrós. Entre las ventajas de Illa a la hora de enfrentarse al sistema está su amplio conocimiento del funcionamiento de la Administración autonómica. En un marco en el que la Sanidad está transferida a las comunidades y en el que la coordinación de políticas es esencial su sensibilidad en este sentido será clave para coordinarse con Administraciones de diferentes colores políticos. En el caso de Cataluña, donde su controvertido presidente Quim Torra ha liderado las cargas contra la actuación del Gobierno en la actual crisis sanitaria, Illa mantiene buena relación con la consejera del ramo, Alba Vergés, de Esquerra Republicana. “Confío en que el carácter apaciguador de Illa permitirá que el bien común se imponga por encima del conflicto”, afirma el presidente del Colegio de Médicos de Barcelona.

Cuando está en su pueblo, La Roca del Vallès, Illa dedica el tiempo libre a cuidar el huerto de su padre y a pasear un par de perros. Y a correr. Mucho. Con todo es poco de desconectar. “No es el típico runner de ponerse unos cascos con música; lleva auriculares, sí, pero muchas veces aprovecha para escuchar podcasts de The Economist para perfeccionar su inglés”.

Pocos reconocen haberle visto superado por alguna situación en el ámbito político. Sí es recordada en su entorno la reacción que tuvo cuando el año pasado grupos radicales independentistas agrupados en torno a los CDR pintaron insultos en las paredes de su domicilio familiar. “Conocen poco a los socialistas si creen que conseguirán algo con ese burdo intento de intimidación”, dijo. Illa tiene ahora un reto colosal: demostrar que puede coordinar la maquinaria para combatir el coronavirus, la epidemia que nunca imaginó, desde el cargo por el que nunca peleó.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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