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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las apariencias engañan

ERC y Junts per Catalunya han coincidido en múltiples ocasiones, saben que no pueden ir divididos porque el independentismo en su conjunto perdería fuerza

Francesc de Carreras
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en el pleno sobre la aplicación del articulo 155 en el Parlament de Cataluña.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras en el pleno sobre la aplicación del articulo 155 en el Parlament de Cataluña.Massimiliano Minocri

Desde la formación del actual Gobierno Sánchez la política de los nacionalistas catalanes ha empezado a salir del inmovilismo que la secuestraba. En apariencia puede creerse que hay dos vías, la de Puigdemont (entendiendo por tal el mundo independentista proveniente de la antigua CDC, aunque ya sabemos que dentro de este mundo hay diversas corrientes) y la de ERC, dirigida a distancia relativa por Junqueras y ejecutada con habilidad por Aragonés.

La primera vía sigue la sinuosa senda del ya tradicional “procesismo” y la segunda parece encaminarse hacia lo que podríamos llamar “dialoguismo”: una, la confrontación directa hasta la victoria final, otra el pacto y el diálogo alrededor de una mesa. Estas dos vías, aparentemente diferentes, tienen el mismo fin: separarse de España y constituir un Estado propio aunque mediante estrategias, tácticas y ritmos distintos. Sin embargo, no estoy tan seguro de que ello sea así, la identidad de fines provocará, a la corta o a la larga, que ambas vías confluyan, tal como ha sucedido otras veces en los últimos veinte años. Recordemos la primera, muy significativa.

En el año 2000, tras perder por la mínima Pasqual Maragall las elecciones autonómicas del año anterior frente a Jordi Pujol (ganó en votos pero no en escaños, como ahora), el PSC constató que no bastaba con el apoyo de Iniciativa per Catalunya (IC) sino que necesitaba obtener la ayuda de ERC. El argumento era que el partido de Pujol era de derechas y ERC de izquierdas. Por tanto, lo natural era que en Catalunya se formaran los dos bloques clásicos, derecha e izquierda. Aún sigue el PSC en ese empeño tan demostradamente equivocado, no se ha enterado que, a pesar de todo lo que ha sucedido en Cataluña los últimos años, los dos bloques políticos son, realmente, nacionalistas y constitucionalistas (o unionistas, o federalistas, como se les quiera llamar). Esta es la división real y primera, solo despejándola podremos abordar la otra.

Pues bien, en todo caso, los socialistas catalanes buscaron durante tres años un acuerdo con ERC para derrotar a CiU, su asignatura pendiente. Para ello les propusieron dos golosinas: formar juntos grupo parlamentario propio en el Senado y aprobar una reforma del Estatuto. Lo primero no era poco, y no era fácil, porque suponía que los socialistas catalanes se separaban del grupo parlamentario del PSOE. Pero así se hizo: Zapatero, que entonces acababa de asumir la secretaría general, accedió con ingenua confianza en el PSC. Allí se fraguó un primer entendimiento entre ERC, entonces dirigido por Carod Rovira, y el socialismo catalán.

Pero lo que tuvo más trascendencia posterior fue el acuerdo para empezar a elaborar una reforma del Estatuto de 1979, entonces vigente. Ahí empezó el primer acto del actual drama, el preludio habían sido los 20 años de la construcción nacional de Pujol. ERC, de forma muy inteligente, aceptó el reto y en 2003, tras nuevas elecciones en las que el PSC dejó en la cuneta doscientos mil votos – en las autonómicas de los años siguientes hasta hoy perdería muchos más – aceptó formar gobierno con los socialistas e IC, el famoso Gobierno tripartito que abrió paso al actual procés: fue entonces cuando, tras múltiples avatares, se aprobó el estatuto de 2006.

Pero téngase en cuenta que la reforma del estatuto fue total, es decir, fue un nuevo estatuto, no por voluntad de ERC, ni del PSC, sino de CiU, ya encabezada entonces por Artur Mas, cuyo objetivo consistió en rebasar en nacionalismo a ERC que hasta entonces se conformaba con una mera reforma. Además, como colofón, Esquerra votó en contra en el referéndum para ratificar el estatuto, alegando como excusa que no se incluía la competencia en aeropuertos, algo menor y que obviamente requería reforma constitucional. La disputa por demostrar quien es más nacionalista comenzó en esos años, en torno a la revisión del Estatuto, con el PSC de testigo.

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Ahora bien, tras estas diferencias de criterio, los dos partidos nacionalistas han coincidido en múltiples ocasiones, saben que no pueden ir divididos porque el independentismo en su conjunto perdería fuerza y, en los momentos decisivos, como en otoño de 2017, ambos perderían la fuerza que necesitan para su objetivo último.

Así creo que sucederá también ahora. ¿Es ERC más moderado que el grupo de Puigdemont? Lo parece, ciertamente: diálogo suena mejor que proceso pero, en el fondo, son dos formas de lo mismo. Como sabemos, las apariencias engañan.


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