Albaicín y Santa Cruz, dos barrios que se desvanecen entre miles de turistas
Estos dos lugares emblemáticos de Granada y Sevilla pierden vida real mientras miles de personas los visitan en busca de una autenticidad que apenas existe ya
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Siete generaciones de la familia de Margarita Marín han vivido en el granadino barrio del Albaicín. Eso le otorga la categoría de gran conocedora, en primera y en tercera persona, de un lugar que fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 1994. Y a Marín no le gusta lo que ve en los últimos años. Lo que en tiempos fue un lugar “lleno de vida, de casa abiertas, de niños corriendo por las placetas, un barrio colaborador, una comunidad”, se ha convertido en un entorno “con hordas de grupos que se saltan la normativa [de máximo de 30 personas por grupo], de megáfonos por los que sale ruido todo el día y en un espacio cada vez más inseguro y sin servicios para quienes aún quedamos aquí”. De espacio habitado a lugar intransitable. Y lo mismo ocurre en el sevillano barrio de Santa Cruz.
María José del Rey, que llegó a vivir a este conglomerado sevillano de calles estrechas y preciosas en 1978, recuerda que no tienen “ni tiendas para el ‘desavío’, para lo urgente”. “Para casi todo tenemos que ir a comprar fuera… excepto regalos y souvenirs, de eso sí hay muchísimas tiendas”, se lamenta Del Rey, que se queja también del ruido: “Los muchos bares, la carga y descarga de lo que necesitan, los camiones de vidrio que hacen un ruido insoportable...”.
Problemas similares en el día a día de ambos barrios, al que se une la pérdida de población autóctona, sustituida por turistas que se alojan en miles de viviendas de uso turístico (VUT) que sustituyen a la vivienda residencial. En apenas una década, barrios con siglos de existencia han cambiado su fisonomía cuando mejor cara tenían y más habitables eran. Es difícil imaginar que pueda haber vuelta atrás.
El origen de ambos barrios, tan diferentes y, a la vez, con tantas cosas en común, se remonta a muchos siglos atrás. El Albaicín, que ya estaba ahí cuando se puso en pie la Alhambra surgió en el siglo XI. Santa Cruz tiene apenas un siglo menos y está datado en el XII. Y así, con mayor o menor fortuna, llegaron ambos al siglo XX, cuando, tras siglos de degradación y olvido, a ambos les llegó el momento de su lavado de cara. El sevillano se dignificó en la década de los años 20, antes de la Expo Universal de Sevilla de 1929. El de Granada fue un espacio estigmatizado hasta la mitad del siglo pasado. A partir de los 50, se pobló de trabajadores de clase baja que comenzaron a darle vida a un entorno de cuestas y callejones que acabó enamorando a bohemios y artistas, profesionales y profesores de universidad que sustituyeron a esas clases más bajas en los años 70. Lo cuenta Ricardo Duque, investigador y sociólogo de la Universidad de Granada que ha estudiado el barrio en profundidad. Esa fue la gentrificación del Albaicín, la sustitución de una clase social por otra. Eso provocó, también, una pérdida de población. Si en la década de los 70 superó los 23.000 habitantes, el barrio llegó al año 2000 con 9.000, aproximadamente.
Pero esta primera sustitución social, la de la gentrificación, no fue necesariamente mala para unos barrios que, al fin y al cabo, seguían manteniendo una vida, por llamarla de alguna manera, local, familiar. Vida real en definitiva. Un primer golpe a la vida del Albaicín llega con la burbuja inmobiliaria de finales del siglo pasado e inicios de este, explica Duque. “Y dos hechos evitaron el desastre: la protección de la Unesco y el relieve del barrio”, añade. Por relieve se refiere a un conglomerado de calles estrechas, de cuestas empinadas y con una trama endiablada, solo apta para quienes caminan una y otra vez por el barrio.
El golpe definitivo a esa vida real llega con la recuperación tras la crisis de 2007 y la llegada, en la última década, de la turistificación. Olalla Luque, portavoz de la plataforma Albayzín Habitable, estima que el barrio tiene ahora “7.000 personas censadas y 7.400 plazas de alojamientos turísticos legales y otros tantos ilegales”. Eso significa, comenta Luque, “que ya no hay redes, no hay vecindad, no hay forma de vida común. Y tampoco hay infraestructuras para la vida diaria, pero sí para los turistas”.
La mala educación
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Luque menciona los grupos masivos, los muchos autobuses que a diario llegan al barrio “y aparcan en sitios prohibidos”. Y el colmo, añade, “es el uso de los minibuses [único tipo de autobuses que puede transitar por ciertas calles del barrio] urbanos como privados. Hay grupos de 20 personas que se montan, el guía les pica el bonobús a los 20. Con eso apenas cabe nadie más y el resto nos tenemos que quedar fuera”. Luque cree que el Ayuntamiento no acaba de entender el problema. Se anunció un límite a la concesión de licencias y paralizarlas, pero, razona, “ha resultado en un efecto llamada y ahora mismo hay edificios enteros en plena conversión a turísticos”.
Y a la masa se une la mala educación, vivida con frecuencia por Marín, que pertenece a la Asociación de Vecinos Albaicín. Un día, mientras hacía una barbacoa en su patio, los turistas entraron hasta donde estaba ella. Se quedó pasmada y tuvo que tomar medidas. Ahora, explica, “tengo todo cerrado y la ventana del bajo no la abro porque los turistas meten la cámara para hacer fotos, a veces conmigo en el sofá”.
En el Albaicín, como en el sevillano Santa Cruz, “vivienda que se vende, vivienda que se pasa a uso turístico”, comenta Del Rey, de la Asociación de Vecinos Santa Cruz. Las plantas bajas se han convertido mayoritariamente en VUT o tiendas de souvenirs, añade del Rey, que se reúne una vez al mes con el Ayuntamiento. “Y me escucha, pero no sé si es suficiente”, dice y asegura que está convencida de que “no queda otra que aceptar este nuevo modelo de ciudad. “Sevila tiene esas características y ya lo que nos toca es luchar por vivir con cierta tranquilidad”. Para ella, que sitúa el ruido como principal problema, son necesarias “unas normas de urbanidad para los guías turísticos y la hostelería, un manual de buenas prácticas que proporcione orden y tranquilidad”.
A juzgar por los datos y por la vivencia del día a día, el turismo masivo y el desplazamiento de la vida real de los barrios históricos parece no tener marcha atrás. A estas alturas da la sensación de que solo queda conformarse con el mal menor, que las hordas de turistas y quienes los guían se comporten con educación.
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