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Día de Andalucía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

“La Era de los Descubrimientos”, 30 años después

La Expo 92 creó en la sociedad nuevas expectativas y demandas culturales, un patrimonio inmaterial que merece contabilizarse entre sus resultados

Exposicion Universal Sevilla 92
Inauguración de la Exposición Universal de Sevilla 92.

Sostenía García Márquez que pueblos como los nuestros, tan dados a dejar caer el pasado de la memoria, tienen la tarea imprescindible de acudir periódicamente al rescate de los recuerdos. Y pareciera ser un hábito generalizado escalonar los aniversarios por tramos de cinco o 10 años. Este año 2022, habrán pasado 65 del Tratado de Roma, 45 de las primeras elecciones democráticas en España y 30 años —ya― de los JJ OO de Barcelona y de la Exposición Universal de Sevilla 1992. En la relación de memorias, la Expo de Sevilla sale bien parada y no hay por qué recurrir a lo que el poeta mexicano Carlos Pellicer llamaba “vender recuerdos y comprar olvidos”. El BIE (Oficina Internacional de Exposiciones) la declaró la Expo del Siglo y el patrón por el que se medirían sus sucesoras.

No viene mal recordar hoy —cuando se asegura que somos un pueblo de olvidadizos― la aventura de un acontecimiento de complejidades inimaginables. Regis Debray definía una exposición como el improbable híbrido de la ambición intelectual de la Enciclopedia y las técnicas de comunicación y entretenimiento de EPCOT.

Contraviniendo escepticismos y tópicos, el 20 de abril de 1992 inauguramos con puntualidad nórdica 98 pabellones —de ellos 10 temáticos— con un total de 653.135 metros cuadrados construidos. Llegamos a los 15,5 millones de visitantes y 41,8 millones de visitas, para una media diaria de 237.000 visitas (la población de una ciudad como Granada, Valladolid, Oporto o Estrasburgo).

Eran tiempos previos a la revolución digital —la web acababa de nacer, no existían teléfonos inteligentes, no habíamos oído hablar de Big data ni de Inteligencia Artificial―, pero el mundo estuvo atento y la siguió: pasaron por la Expo 24.000 periodistas de 86 países y 700 televisiones. Tuvimos un récord de participantes oficiales de los que 110 eran Estados y 23 organizaciones internacionales. La Comisión Europea (con Delors) y el Comité Olímpico Internacional —en año olímpico— se reunió en la Cartuja, como lo hizo la Cumbre de Jefes de Estado Iberoamericanos. Y la visitaron 77 jefes de Estado o Gobierno, 44 miembros de casas reales, y 227 ministros.

Algunos aventuraron que el calor del verano sevillano retraería al visitante, pero el recinto tenía 44 hectáreas de parques y jardines con 630.000 árboles y nueve kilómetros de pasillos con pérgolas refrigeradas. Un recinto libre de obstáculos permitió que 80.000 minusválidos pudieran visitarla.

El recinto se convirtió en un espectacular museo de la cultura de la diversidad global, sin pretensiones hegemónicas, recurriendo a la tecnología más futurística del momento, incluyendo la realidad virtual. Durante esos seis meses, se realizaron 31.000 actividades culturales, con la diaria cabalgata de La Fura del Baus. Dieron conferencias una docena de premios Nobel, incluyendo a Stephen Hawkins. La Expo del 92 actualizó la historia de la inventiva y la creatividad —la “Era de los Descubrimientos”― que es también la de la fantasía, la duda y la crítica. Y creó en la sociedad nuevas expectativas y demandas culturales, un patrimonio inmaterial que merece contabilizarse entre sus resultados.

La ciudad sede jugó un papel determinante para que la Expo se convirtiera en un acontecimiento inigualable. Las mágicas capacidades de los sevillanos para gestionar el espacio público aportaron un inconfundible “ardor humano”, en expresión de Max Aub. En cuanto a obras de infraestructura, se añadieron siete nuevos puentes y se rehabilitaron los márgenes del Guadalquivir. El primer tren de Alta Velocidad Española llegó hasta el mismo recinto. Se forzó el calendario de la obra pública para integrar el territorio, tanto entre sur y norte como con la transversal andaluza. Añádase un vasto programa de rehabilitación monumental, desde el mismo Monasterio de la Cartuja al Palacio de San Telmo, por un total de 63 grandes proyectos que incluían iglesias, conventos, casas palacio, hospitales, murallas almohades y un teatro romano.

El aprovechamiento de este ingente esfuerzo constructor ha sido ejemplar. Ni las previas ni las posteriores exposiciones universales han tenido la misma tasa de aprovechamiento que las 215 hectáreas del recinto de La Cartuja, donde se consolidó la sede de un parque científico y tienen hoy oficinas un núcleo importante de empresas.

Fue la primera Expo de la post Guerra Fría. Hoy pareciera que la historia se recicla en sentido inverso —no se repite, pero rima, que asegura Josep Piqué―. La Expo sevillana sucedió en años en los que el panorama internacional transitó por sacudidas cuasi bíblicas: cayó el Muro de Berlín e implosionó la URSS; se escindió Checoslovaquia; se congelaron los fondos de Yugoslavia; se inició la primera Guerra del Golfo; se dieron de baja Irán, Iraq, Libia y Yemen, pero se incorporaron las Repúblicas Bálticas; se liberó a Mandela y participó Sudáfrica; se produjo el cambio de régimen en Chile. Y seis meses antes se inauguró en Madrid —con mínimo preaviso— la Conferencia de Paz sobre Oriente Próximo. A la vez que se incubaba la crisis financiera y cambiaria del 92-93…

Decía Nebrija —cuyo 500 aniversario se celebra estos días― que una misma consonante podía ser apretada o floja. Sevilla 92 ha sido universalmente reconocida como una exposición notablemente apretada, un tributo a la inteligencia disidente y la imaginación creadora de la humanidad. Las ciudades sede de una Exposición Universal actúan como portavoces de la modernidad de sus pueblos: hay que agradecerle a Sevilla que lo haya hecho en nombre de una España abierta e inclusiva ―la España “oreada” que proponía León Felipe― en armonía con los tiempos europeos.

Treinta años después, en el Día de Andalucía, la Expo Sevilla 92 merece que la recordemos y la celebremos. Salió bien. Muy bien. Y fue obra de todos.

Emilio Casinello es director general del Centro de Toledo para la Paz y fue el comusario general de la Exposición Universal de Sevilla 92.

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