El microclima de la Expo regresa para quedarse
La tecnología que se desarrolló en el 92 se está aplicando a espacios urbanos de La Cartuja y en las marquesinas, un colegio y una plaza de una calle de Sevilla
Hace 30 años, cuando el calentamiento global apenas existía como concepto, un grupo de ingenieros, arquitectos y físicos lograron transformar el espacio urbano de la Expo 92, en medio de una isla de calor, en un oasis térmico en el que los miles de visitantes que no cabían en los pabellones pudieron disfrutar casi sin percatarse de las altas temperaturas propias de la canícula sevillana —se celebró entre los meses de abril y octubre―. El famoso microclima de la muestra sorprende, no solo porque ya entonces se hubiera ideado una tecnología aplicada a los espacios exteriores que mejorara la habitabilidad a través de energías naturales y limpias, sino porque en estas tres décadas nadie, ni siquiera la propia ciudad de Sevilla, ha utilizado esos mecanismos para adaptar los entornos urbanos al cambio climático.
Hasta ahora. El Grupo de Termotecnia de la Universidad de Sevilla que ideó las torres de la avenida Europa o la icónica esfera bioclimática, que lanzaban agua micronizada, y que acondicionó el Palenque —un punto de encuentro de los visitantes de la muestra— uniendo el agua, la brisa y el sol con los cálculos matemáticos, impulsa desde hace unos años el proyecto CartujaQanat, en colaboración con el Ayuntamiento de Sevilla, el CSIC, el Parque Tecnológico de La Cartuja y la Fundación Innovarcilla. Una iniciativa de casi cinco millones de euros, de los que el 80% está financiado con fondos europeos, que pretende crear un ecosistema sostenible en una zona infrautilizada de La Caruja. “Han pasado 30 años desde entonces, pero los conceptos son los mismos, lo que ha cambiado brutalmente es la tecnología y ahora todo eso se puede aprovechar y adaptar”, remarca Servando Álvarez, director del grupo de Termotecnia y coordinador del proyecto.
CartujaQanat proporcionar sombra y reducir la temperatura en unos 10 grados a través de los qanats, las galerías subterráneas que se utilizaban antiguamente en Oriente Próximo para guardar el agua bajo tierra. Con tecnologías de enfriamiento asociadas a sumideros medioambientales se refresca el agua durante la noche y por el día se produce aire frío para rebajar la temperatura de las superficies. “Se trata de rehabilitar el anfiteatro, que estaba abandonado, y aclimatar un entorno de 800 metros cuadrados para destinarlo a múltiples actividades. Es un espacio cero carbón, cero energía y económicamente neutro, es decir, ni va a costar dinero, ni va a consumir energía, ni va a emitir gases de efecto invernadero”, explica Álvarez.
La práctica de readaptar técnicas ancestrales como el qanat no se ha aplicado a proyectos urbanísticos modernos, pero Ramón Velázquez —el catedrático emérito que dirigió al equipo que desarrolló el microclima de la Expo— hace hincapié en que nada está inventado. Incluso aunque trabajaron durante seis años en la tecnología que llevó la bioclimatización a la muestra del 92, niega, con mucha ironía eso sí, que idearan nada. “Estaba todo hecho y lo teníamos cerquísima. Cualquier judería de Andalucía tiene lo que ahora se denomina con un nombre muy brillante, muy pomposo, muy semántico, bioclimatismo, pero ya estaba todo inventado”. Aunque reconoce que durante los trabajos de la Expo no sabían “la cuantía del efecto que podría provocar aplicar esas técnicas en un espacio tan amplio y extenso” como el de La Cartuja.
Más allá de la aparente sencillez de la idea primigenia que defiende Velázquez, su enorme complejidad se demuestra cuando se pone el pie en la nueva obra que se está haciendo en La Cartuja. El entramado de tubos subterráneos que parten de los qanats que ya están semisoterrados y por los que bombeará aire frío en el zoco, una estructura arquitectónica nueva, o el acueducto que esparcirá agua con difusores hasta llegar al anfiteatro donde se están instalando otros elementos que también enfriarán el aire de manera natural, demuestran la dificultad técnica del proyecto.
“Ese espacio recupera el espíritu de lo que fue la Expo incluso a nivel de escala porque las intervenciones en esos eventos son grandes. CartujaQanat tiene sentido, es un avance tremendo y participa de lo mejor del control climático de la muestra y se le mete dentro todo lo que ha avanzado la tecnología en estos 30 años”, abunda Álvarez. Entonces, si las necesidades de adaptación al cambio climático y de sostenibilidad llevan años siendo acuciantes, ¿por qué se ha tardado tanto en rescatar los conocimientos que se desarrollaron hace 30 años? Velázquez considera que “no se hizo una divulgación suficiente para mostrar cómo ese conocimiento podía aplicarse en los entornos urbanísticos de Andalucía”, explica. “Salvo los chorros que salen de los toldos de los veladores de los bares”, se ríe resignado. “En la arquitectura del día a día, en Sevilla se ha abusado de la fachada plana que no ofrece ninguna protección a las condiciones climáticas y va contra la cultura floral que tenemos los sevillanos”.
Actuar en “entornos reales”
Álvarez es consciente de que el proyecto Qanat, como la Expo hace 30 años, son lugares excepcionales y que lo importante es poder integrar toda esa tecnología en los espacios urbanos existentes. “¿Cuántos espacios como La Cartuja hay en Sevilla o en el resto de ciudades de Andalucía? Ninguno. ¿Pero cuántos colegios, mercados o zonas de juego donde no se puede estar en el exterior por el cambio climático? Allí es donde hay que actuar”, recalca.
Por suerte, su equipo no va a tener que esperar otras tres décadas para aplicar su tecnología a “entornos reales”, como dice Álvarez. En la avenida Cruz Roja de Sevilla se replicará a escala municipal el ecosistema en el que se está trabajando en CartujaQanat. El sistema se instalará en las marquesinas de las paradas de autobús, en el colegio Arias Montano y en una plaza. La Empresa Metropolitana de Abastecimiento y Saneamiento de Aguas de Sevilla (EMASESA), dependiente del Ayuntamiento de Sevilla, ha apostado por ir construyendo sistemas de innovación sostenibles en la ciudad. La incomprensible falta de interés por un proyecto que además de ahorrar energía puede distribuirla a otros espacios parece haberse diluido con la aparición de otro concepto clave: las smartcities. “Ayuntamientos de las provincias de Granada, Jaén o Córdoba, y de otras zonas de Andalucía se han interesado por la tecnología”, corrobora Álvarez.
Calcular el confort
En el origen de esa técnica que el investigador espera aplicar ya a escala urbana se encuentra una idea que en medio de tantos cálculos físicos y termodinámicos sorprende por su simplicidad y lógica abrumadora: Lograr el confort del ciudadano en los meses de varano, los más asfixiantes de Sevilla. “¿Bajo qué condiciones está una persona confortable en un patio exterior en Sevilla en el mes de julio? Esa pregunta ni siquiera se había planteado cuando se iniciaron los trabajos de la Expo, recuerda Velázquez.
Fue el estudio de todas las variables significativas: temperaturas, velocidad del aire, humedades relativas… “Esto fue un sistema de recogida e interpretación de datos que es de lo que más me alegro de haber desarrollado entonces”, señala con emoción el profesor. “Y todo funcionó”, apostilla con orgullo. Todo eso tenía cuantificada con precisión matemática hasta el límite de sudoración que debía experimentar una persona en el recinto de La Cartuja. “Nuestra condición es que no se superaran los 30 grados y todas esas cosas se midieron y todas esas cosas salieron. Se consiguió un diseño racional para protegernos y alcanzar las condiciones de confort con el menor gasto energético posible”, explica rememorando la técnica de bajada de agua en el palenque que consiguió esa sensación de confort interior en medio del bochorno estival sevillano.
Elementos sencillos —suelos permeables, plantas, agua, brisa……― que tampoco supusieron un gran coste económico en comparación con el resto de la Expo y que tampoco lo representan ahora en relación con el presupuesto total de CartujaQanat. El fasto del 92 permitió impulsar el proyecto, pero Velázquez se resiste a vincular su aparición con un acontecimiento de esa envergadura. “Éramos muchos trabajando en mejorar la habitabilidad entonces”. Lo que sí se ha conseguido ahora es dimensionar lo que se hizo entonces a un entorno urbano más acotado asegurando su eficacia.
Treinta años después, en Sevilla —y en otras zonas de Andalucía― más allá de los chorros en los veladores, vuelve a recuperarse el microclima de la Expo. “Entonces fueron cosas puntuales, pero ahora parece que ya hay una línea continua”, señala Álvarez. “Hay mucha gente interesada y nosotros vamos a continuar montando cosas cada vez distintas, cada vez más adaptadas a una realidad urbana que, afortunadamente, es muy repetitiva”
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