No, el Congreso no es un lupanar
Decenas de diputados han participado en comisiones que han aprobado ya 27 leyes y tienen en preparación otras 25


El Congreso de los Diputados debería ser una representación de la soberanía nacional y sus ciudadanos y las funciones que se desarrollan últimamente en su hemiciclo, especialmente en las mediáticas sesiones de control al Gobierno de los miércoles, ponen más que en duda ese mandato. El caso Ábalos & Koldo es lo suficientemente grave y penoso para el PSOE como para evitar cualquier tentación de minimizarlo o blanquearlo. La Justicia está haciendo su implacable función y el PP, desde la oposición, también está en su papel de vigilar y cuestionar con dureza la gestión del poderoso exministro y de apuntar contra el que fue su jefe, el presidente, que le protegió tras cesarle dotándole de un escaño que le ha permitido disfrutar durante meses de la privilegiada condición de aforado. Ahí sigue Ábalos, ahora en el grupo mixto tras ser expulsado del PSOE, aunque ya no acuda apenas a las Cortes. Pero la manera de hacer oposición también te define. El político gallego que prometió emigrar a Madrid para exportar otros modales, menos insultos y una relación con los electores propia de adultos ha sucumbido al estilo de los que se manejan mejor en las pocilgas del bulo, el exceso y la desproporción más maleducada y chusca. Aquel Feijóo que se vendía desde Galicia como adalid de la moderación, si es que alguna vez existió, no llegó nunca a atravesar el telón de Grelos.
El PP de Feijóo sabe, porque ya lo practicó cuando fue jefe de la oposición en Galicia al socialista Emilio Pérez Touriño o el PP de Andalucía de Juan Manuel Moreno y Elías Bendodo en el caso de los ERE, que esos mensajes directos sobre escándalos, corrupción y meretrices calan mejor cuanto más morbosos, que se entiende más fácil que se hayan pagado unos servicios de prostitución con dinero público o se haya colocado a una querida en un despacho perdido o no encontrado que un debate de fondo sobre Ucrania, Rusia, Trump, el futuro de la UE y de la OTAN o sobre cómo se conjuga la cacareada bajada masiva de impuestos liberal con prestar todos los servicios públicos necesarios del maltrecho estado del bienestar en un contexto internacional tan aciago y de tanto desasosiego. Ese debate especial y específico está tardando en llegar al Parlamento.
Pero en el Congreso, este miércoles, se habló mucho de putas, prostitutas, prostitución, amigas íntimas y demás metáforas empleadas por el PP para asociar al Gobierno entero de Pedro Sánchez y sus ministros con un gran lupanar financiado desde los Presupuestos del Estado. Toda exageración comporta un fracaso. La estrategia del perdigón diluye el mensaje y el estilo que se emplea refleja también la clase y sustancia del emisor. Ni todo el Ejecutivo de Sánchez se iba de prostíbulos ni todo el PP es tan burdo. Ni el Congreso es ningún burdel. En el Congreso perviven decenas de diputados que acuden a su trabajo, saben lo que hacen y cumplen, en sus despachos, en todo tipo de comisiones y en sus circunscripciones. El martes por la tarde el pleno con distintas proposiciones duró 5,37 horas. La semana pasada se completó una comisión de investigación de más de siete horas. Es mentira que el Parlamento esté parado, aunque lo repita el PP y algunos medios afines con la consigna de demonizar la institución más fundamental de la democracia. Las Cortes tendrán sus defectos, sus pesadas adherencias y burocracias, y el Gobierno y el presidente deberían cuidar mucho más sus comparecencias, pero en la Cámara baja hay ahora muchos parlamentarios que han empleado horas y horas en sacar adelante en esta demonizada XV legislatura un total ya de 27 leyes y están en preparación en comisiones y ponencias otras 25 que regulan actividades diarias de los españoles.
El escaparate de las sesiones de control, tan viral ahora con la obsesión por colocar 20 segundos en un vídeo que sepultará a otro menos vivaz o tosco, también hace mucho daño a las virtudes del parlamentarismo. Pedir un poco más de educación, de nivel y de buena oratoria sin argumentarios o clics pergeñados por una supuesta Inteligencia Artificial, se presume una reivindicación demasiado vintage. La presidenta de las Cortes, Francina Armengol, intenta arbitrar como puede, pero rara vez lo consigue. En este mandato ha llamado decenas de veces al orden a las señorías que han perdido las formas y la vergüenza, como exige el artículo 103 del Reglamento de la Cámara que nadie se atreve a revisar y que ordena en teoría reconvenir a los oradores “cuando profirieren palabras o vertieren conceptos ofensivos al decoro de la Cámara o a sus miembros, de las Instituciones del Estado o de cualquiera otra persona o entidad”. Nunca ha expulsado aún a nadie y no es porque algunos no hayan hecho más que méritos.
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