El peculiar caso del gallego ante la urna
Galicia vota muy diferente según el tipo de elección, pero las autonómicas son siempre el escenario favorito del PP
Las elecciones generales de abril de 2019 marcaron en Galicia un hito sin precedentes: por primera vez, el PSOE ganaba los comicios en la comunidad que desde los albores de la Transición pasaba por ser una reserva espiritual de la derecha. La repetición de los comicios en noviembre acabó con tan insólito fenómeno, aunque el PP siguió sin muchos motivos para festejar: se impuso por un ínfimo medio punto —apenas 10.000 votos— y el conjunto de la izquierda superó holgadamente al bloque de la derecha.
Siete meses después, los gallegos regresaron a las urnas y fue como si hubiesen pasado siete años. El PP subió de golpe 16 puntos y 150.000 votos. El PSOE cayó del 32% al 19% y cedió la segunda plaza al BNG, que en ese lapso triplicó sus resultados, del 8% a casi el 24%. Al espacio de Unidas Podemos le ocurrió a la inversa, se desplomó del 12% al 4% y desapareció del Parlamento. El entonces presidente, Alberto Núñez Feijóo, lograba su cuarta mayoría absoluta desde 2009 y la más aplastante de todas.
Galicia es como un paraíso de eso que los politólogos llaman voto dual: un electorado que se comporta de manera bien diferente según el tipo de comicios. Se ha vuelto a demostrar este año. Las municipales de mayo resultaron poco propicias para el PP, que solo logró reconquistar una de las siete principales ciudades. Cinco de ellas siguieron en manos de la izquierda y otra de un partido local. El PSOE se situó cerca de un 30% y el BNG sumó un notable 17%. En las generales de julio, los socialistas se mantuvieron más o menos igual, pero la celebración regresó a la sede de los populares, que en dos meses agregaron cinco puntos más. Los porcentajes del BNG se redujeron a la mitad y frustraron sus expectativas de aumentar su representación de un solo diputado en el Congreso, mientras que Sumar, cuyo espacio prácticamente había desaparecido en las municipales, conservó sus dos escaños.
En ese sube y baja elección tras elección, hay una constante: las autonómicas. Desde 1989 se han celebrado nueve y en ocho de ellas los populares han conquistado mayoría absoluta. Es la única forma que tiene el PP de gobernar, porque, de lo contrario, toda la izquierda y el nacionalismo se unen para desalojarlo del poder, como ocurre en diputaciones o ayuntamientos y ocurrió en la Xunta entre 2005 y 2009. Esta vez la disyuntiva vuelve a ser la misma para el PP: o el poder absoluto o nada.
En la comparación territorial, Galicia no aparece hoy como una comunidad particularmente volcada a la derecha. Desde luego, mucho menos que Madrid, Murcia o Castilla y León. La ventaja para el PP reside en que allí monopoliza el espacio político conservador, porque Vox apenas existe. Y esa vuelve a ser su gran baza para el 18 de febrero. Las siglas del PP pesan tanto que podrían resistir al vacío dejado por Feijóo y a la grisura de su sucesor en la Xunta, Alfonso Rueda.
El relevo en el liderazgo popular es lo que alimenta las esperanzas de la izquierda. El BNG con la líder más consolidada de todos, Ana Pontón, y el PSdeG-PSOE con un candidato de largo recorrido político, José Ramón Gómez Besteiro. La tercera pata está aún en el aire y en manos de la gallega que ocupa el escalafón más alto en la política nacional: Yolanda Díaz. Las mejores opciones le han fallado a la vicepresidenta y en unos días deberá improvisar un candidato. Sin un Sumar competitivo, dice ella misma, la fortaleza del PP resultará inamovible.
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