Jerónimo Saavedra: una vida de servicio público
El exministro socialista abrió camino en muchas direcciones y fue un demócrata ejemplar, incansable luchador por las libertades y hombre de firme compromiso progresista
Veintidós hombres y mujeres prometieron este martes sus cargos de ministros y ministras, formando el Gobierno de la XV legislatura de nuestra democracia. Y, de forma inevitable, regresó una vez más a todos y a todas el recuerdo y reconocimiento de aquellos que nos precedieron, cientos de nombres, de cargos públicos de diferentes ideologías que pusieron sus mejores años y su trabajo al servicio de España.
Y, precisamente, desde este martes nos falta uno de esos servidores de los que tanto aprendimos. Alguien que abrió camino en muchas direcciones, un demócrata ejemplar, incansable luchador por las libertades y un hombre de firme compromiso progresista: nuestro querido Jerónimo Saavedra.
En estos días escucharemos glosar los hitos de una carrera política ejemplar como la suya en puestos de gran responsabilidad. Todos los elogios y los méritos justamente asociados al nombre de Jerónimo tienen en su caso un fundamento propio y profundo: su compromiso ético con la mejora, el progreso y la prosperidad de toda la sociedad.
Jerónimo Saavedra nació en aquel año terrible que fue 1936. Recordarle hoy es trazar una biografía solapada a la historia de España desde entonces hasta este año 2023. Fue un hombre de diálogo y acuerdo. Un militante de la democracia cuándo más falta hacía serlo. Y un servidor público ejemplar que transitó por los tres niveles de gobierno que configura nuestro marco constitucional: estatal, autonómico y local.
Quiero destacar su contribución al desarrollo del Estado de las autonomías. Pero sería injusto por mi parte limitar su contribución como servidor público a ese solo ámbito. Porque en todas sus responsabilidades dejó testimonio de su integridad, sabiduría y compromiso con el interés general.
Fue su coherencia y el respeto por el amor hacia quien había sido su pareja lo que le llevó a vivir en libertad y a ser un pionero en la lucha por la dignidad de la diversidad. Algo que reconoció como natural, como una victoria más de la tolerancia. Explicaba Jerónimo que quien es intolerante en este terreno lo es también en todos los aspectos de la vida, porque eso refleja su incapacidad para el diálogo y para aceptar el derecho a la diferencia.
Tal vez, su naturaleza isleña fue la que alimentó su pasión por la cultura y, sobre todo, por la música clásica y la escena, como una vía de apertura más allá de sus límites marítimos, de perfeccionamiento personal y colectivo, siendo para muchos jóvenes creadores un referente de generosidad y de bondad.
Aunque decía que no le gustaba entrar en vanidades, Jerónimo se conformaba con dejar el recuerdo de haber sido un ciudadano comprometido, un hombre con conciencia colectiva y solidario con los demás. En esa humildad residía parte de su grandeza y altura humana.
Fue un honor para mí haberle conocido de cerca. Agradezco todas las horas de conversación que pude compartir con él. Horas en las que desplegaba inteligencia y sentido del humor y que me hacen reivindicar, con conocimiento de causa, la talla moral e intelectual de un hombre extraordinario.
Nos corresponde el deber de rendir tributo a su memoria de la mejor forma posible: dando continuidad en nuestro día a día a una trayectoria marcada por la lealtad, la integridad, el servicio público, y la aspiración constante a una vida noble y luminosa como la que él disfrutó. Despedimos a un gran servidor público; un humanista amante de la libertad y la razón. Se va el hombre, pero su memoria permanecerá viva en el legado de su obra y su coherencia vital.
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