_
_
_
_
_

Los migrantes devueltos a Senegal: “Nos sentimos traicionados, dijeron que iban a llevarnos a España”

Cuatro de las 184 personas interceptadas por la Guardia Civil en un cayuco cerca de Mauritania a finales de agosto relatan su odisea de ida y vuelta en tres embarcaciones diferentes

Youssouf Ndong, Aliou Ndour, Abdou Khadre Diaw y Mbaye Ndiaye, cuatro de los 184 migrantes interceptados por la Guardia Civil en Mauritania y devueltos a Senegal, en la localidad senegalesa de Joal el 6 de septiembre.
Youssouf Ndong, Aliou Ndour, Abdou Khadre Diaw y Mbaye Ndiaye, cuatro de los 184 migrantes interceptados por la Guardia Civil en Mauritania y devueltos a Senegal, en la localidad senegalesa de Joal el 6 de septiembre.José Naranjo
José Naranjo

“Nos sentimos engañados, traicionados. Dijeron que iban a llevarnos a España, pero destrozaron nuestros sueños”, comienza su relato Aliou Ndour, uno de los 184 migrantes que viajaban en el cayuco interceptado el pasado 24 de agosto por la patrullera Río Tajo de la Guardia Civil en aguas de Mauritania. Después de seis días de incertidumbre y tensión a bordo, todos ellos fueron trasladados a Senegal, el país del que habían huido. Una devolución que ha generado críticas entre las asociaciones de derechos humanos de ambas orillas. Aliou Ndour, Mbaye Ndiaye, Abdou Khadre Diaw y Youssouf Ndong, cuatro jóvenes de la ciudad senegalesa de Joal, estaban a bordo de aquel cayuco y cuentan ahora, casi tres semanas después, los detalles de una odisea de ida y vuelta en tres embarcaciones diferentes.

Mediados de agosto. Decenas de cayucos salen de las costas de Senegal cargados de jóvenes que ansían llegar a Canarias. Mbaye Ndiaye, vendedor ambulante de 25 años, siente la presión familiar. “Todos se van y en España les va mucho mejor que aquí”, asegura. Su amigo, el pescador Aliou Ndour, de 29 años, es un ferviente seguidor del líder opositor senegalés Ousmane Sonko, en prisión desde finales de julio: “Teníamos esperanza en que con él podía haber un cambio en este país, pero ahora estamos desmotivados. Yo diría que desesperados”. Para el estudiante Abdou Khadre Diaw, de 19 años, la decisión fue fácil. “A veces mi madre me pide 1.000 francos CFA (un euro y medio) y no tengo ni eso para darle”, dice. El también pescador Youssouf Ndong, de 25, llevaba meses reuniendo el dinero para el viaje. “Pagué 400.000 (unos 600 euros). Ahora no tengo nada”, lamenta.

El lunes 21 de agosto partieron de Joal, una pequeña ciudad de pescadores. “Había grupos llegados de diferentes puntos del país, de Touba, Saint Louis, Palmarin, Gandiol, Kaolack o de la propia Joal”, comentan los chicos con gesto apesadumbrado. Tras zarpar sobre las seis de la mañana, el primer objetivo era alejarse de la costa para burlar la vigilancia. Sin embargo, pasadas unas horas, “un pequeño avión blanco con algo de color verde y la bandera española en la cola comenzó a sobrevolarnos”, explica Ndour. La descripción coincide con la aeronave CN-235 que suele utilizar la Guardia Civil en Senegal para la vigilancia y monitorización de los cayucos.

Según los cuatro jóvenes, el avión sobrevoló la barcaza durante los tres primeros días de navegación, hasta que el jueves 24 de agosto, en aguas de Mauritania, fueron interceptados por la patrullera Río Tajo de la Guardia Civil, cuya base es el puerto de Nuadibú. “El cayuco no tenía ningún problema de navegación”, afirman. “Se nos acercaron y nos pidieron que parásemos el motor. Luego nos dijeron que iban a preguntar a sus superiores en Madrid y finalmente nos informaron de que nos llevaban a Canarias. Nos pusimos muy contentos. Con una especie de zódiac nos trasladaron a la patrullera en grupos de diez y nos pidieron que dejáramos las mochilas donde llevábamos las cosas, porque íbamos para España”.

Sin embargo, la Río Tajo no puso rumbo a Canarias, sino al puerto mauritano de Nuadibú y, vista la dirección que tomaba la embarcación, los migrantes comenzaron a dudar. Ya en los primeros momentos hubo tensión. “Golpearon a dos que eran como nuestros líderes y les ataron las manos, otro que estaba organizando una oración colectiva también fue maniatado y llevado aparte. Luego comimos galletas y agua y llegamos a la bahía de Nuadibú al día siguiente”, cuenta Ndiaye.

El viernes 25 de agosto, la Guardia Civil se topa con el rechazo de las autoridades mauritanas a desembarcar a los jóvenes. “Entendimos que nos querían dejar allí. Esa noche decidimos que si no nos daban información clara nos pondríamos en huelga de hambre. El sábado rechazamos el desayuno, los guardias quisieron detener a algunos de nosotros y se formó un tumulto. Entonces fue cuando dispararon al aire. No comimos en todo el día”, remachan.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Según el relato de los jóvenes, el sábado 26 por la noche subió a bordo un guardia civil que entendía un poco de wolof, la lengua nacional senegalesa. “Uno de los chicos había sufrido una especie de crisis y estaban preocupados”, recuerda Ndour. “Nos enseñaron las previsiones de meteorología y nos dijeron que el tiempo no iba a ser bueno hasta el martes, pero que entonces nos llevarían a Madrid y nos darían trabajo a todos. Eso dijo el que hablaba wolof”, asegura. Los guardias, que les habían retirado los móviles, les ofrecen entonces la posibilidad de comunicarse con sus familias a través de un teléfono. “Llamé a mi madre, le expliqué dónde estaba y le dije que me iban a llevar a Madrid”, insiste Ndiaye. “Se puso contentísima”. El ambiente se relaja y los jóvenes dejan la huelga de hambre.

El Ministerio del Interior, sin embargo, mantiene que llevar a los migrantes a España no estuvo nunca sobre la mesa, y afirma que el trato a los casi dos centenares de personas rescatadas, a pesar de la tensión que reinaba en la patrullera, fue “impecable” en todo momento. “Fue una operación humanitaria”, ha llegado a decir el ministro, Fernando Grande-Marlaska. Fuentes de la Guardia Civil niegan expresamente que se maniatara o golpeara a ninguno de los inmigrantes rescatados, aunque reconocen que se usaron “de manera reglamentaria” armas de fogueo para mantener el orden a bordo y poner fin a una pelea, informa Óscar López-Fonseca.

Los 184 migrantes, todos varones, (la Guardia Civil informó en un principio de que eran 168, pero, según los jóvenes, algunos se escondieron durante el primer recuento) permanecieron apiñados en la cubierta de la patrullera policial, que, situada en la bahía de Nuadibú a la espera de la respuesta de las autoridades mauritanas, se movía lentamente para mitigar el calor, según les explicaron. Dormían a la intemperie y mantenían la esperanza de que los llevarían a España. Sin embargo, en ese momento, el Gobierno español ya había descartado el traslado a Canarias y, desde el lunes 28, fuentes del Ministerio de Interior informaron a los medios de comunicación españoles de que la Río Tajo zarparía rumbo a Senegal. Así ocurrió. “En cuanto pasamos Cabo Blanco nos dimos cuenta de que volvíamos al lugar del que habíamos salido. Todo el mundo enmudeció, nos quedamos en shock”, rememora Ndong.

El trayecto fue, de nuevo, tenso. En un reparto de comida, varios jóvenes la arrojaron al suelo y otra vez hubo disparos al aire. Entre los propios migrantes se produjo también alguna pelea. Los nervios y la desesperación por saber que estaban siendo devueltos cundían entre los jóvenes. Tras un día y medio, el miércoles 30 por la mañana llegaron a las cercanías de la ciudad senegalesa de Saint Louis. “Estábamos en alta mar, cerca de la plataforma petrolera que han construido allí y alejados de la costa. Se acercó un barco de la Marina senegalesa y nos traspasaron a ella mediante zódiacs en pequeños grupos”. La patrullera Fouladou puso directamente rumbo a Dakar, a donde llegaron esa misma tarde sobre las 19.00.

“Ese último trayecto lo hicimos sentados, nos prohibían siquiera estirar las piernas, y nada más llegar nos llevaron a la comisaría de Cité Police, donde nos identificaron e interrogaron para saber quién había organizado el viaje, cuánto pagamos, etcétera”, dicen. Finalmente, el jueves 31 de agosto, sobre las diez de la mañana, todos fueron liberados menos ocho, a quienes se acusó de haber conducido el cayuco.

“No nos dieron nada, ni dinero ni ropa. Tuve que caminar descalzo hasta la estación de transportes, que está en las afueras de Dakar”, explica Ndiaye. El joven gambiano también fue liberado en Senegal. En el grupo había al menos 15 menores de edad, según los jóvenes, y 26 según el Gobierno, que también quedaron en la calle. “Fue una decepción enorme. Nos sentimos engañados y traicionados, rompieron nuestros sueños”, añade Ndour. “Ahora, ¿qué? A la mínima oportunidad voy a intentarlo de nuevo”, tercia Diaw. Tras la conversación, en un restaurante de Joal, los chicos se pierden entre las calles de arena de esta ciudad senegalesa donde seguirán mascando la frustración de su viaje. En el perfil de WhatsApp de Aliou Ndour se puede leer la frase “Fui creado para triunfar, nací para prosperar”. Dicen que no dejarán de probar suerte.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_