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Viaje a Mbour, la costa senegalesa de los naufragios olvidados: “Este lugar está muerto”

La falta de empleo empuja a los jóvenes africanos a jugarse la vida en la ruta a Canarias. El accidente de un cayuco cerca de Cabo Verde con un centenar de desaparecidos eleva a más de 600 la cifra de muertos de camino a las islas en los últimos dos meses

Vista del puerto pesquero de Tefess, distrito de Mbour, desde donde salen la mayoría de los cayucos hacia Canarias. / SYLVAIN CHERKAOUI
Vista del puerto pesquero de Tefess, distrito de Mbour, desde donde salen la mayoría de los cayucos hacia Canarias. / SYLVAIN CHERKAOUI
José Naranjo
Mbour (Senegal) -

Ami Faye está sentada delante de un cubo vacío a la sombra de un pequeño tinglado en la playa de Mbour, uno de los centros neurálgicos de la pesca en Senegal y hoy epicentro de las salidas de embarcaciones con emigrantes hacia Canarias. Mano sobre mano, observa el lánguido ir y venir de jóvenes por la playa. “¿Ves? No hacen nada, no hay pescado. Este lugar está muerto”, cuenta. “Nos pasamos todo el día mirando al horizonte, charlando, con nuestros pensamientos. Luego volvemos a casa con las manos vacías”. La falta de trabajo ha empujado a miles de jóvenes a buscar un futuro en Europa, embarcándose en cayucos rumbo a Canarias.

La muerte de un centenar de jóvenes que intentaban llegar a Canarias en un nuevo naufragio de un cayuco esta semana ha vuelto a estremecer a Senegal. La patera zarpó de Mbour, al sur de Dakar, en torno al 6 de noviembre, con unas 170 personas a bordo. Tras adentrarse en el mar para burlar la vigilancia costera tuvieron un problema con el motor y se quedaron a la deriva. Unos 10 días después las corrientes los acercaron al archipiélago de Cabo Verde, pero la deshidratación ya hacía estragos. En un último intento por arrancar, el motor explotó. Seis chicos lograron llegar a nado hasta la isla de Sal para pedir ayuda, uno falleció por el esfuerzo. En total, 66 supervivientes.

Los primeros 10 cuerpos de este cayuco aparecieron este jueves en la costa o flotando en el mar cerca de Pedra da Lume, en la citada isla de Sal. El mismo día, barcos chinos que pescan en aguas senegalesas encontraron ocho cadáveres atrapados en sus redes, aunque la intensidad de salidas de embarcaciones cargadas de emigrantes desde la costa es tan alta estos días que es imposible saber si pertenecían a este cayuco o a otro. La cifra de desaparecidos en los últimos dos meses ronda los 600, según cálculos de este periódico y de la ONG Alarm Phone. Cheikh Amadou Bamba Fall, de la asociación Village du Migrant, intenta elaborar un censo visitando los pueblos. Solo ha estado en tres y ya tiene una lista de 94 desaparecidos. Tiene trabajo por delante.

Ami es transformadora de pescado en Mbour, una parte fundamental de la cadena del sector pesquero artesanal que en Senegal da trabajo a unas 600.000 personas. Estos días, en Mbour no hay nada que celebrar. Una carreta atraviesa la arena mojada bajo un sol impenitente. Cinco jóvenes fornidos van sentados detrás. El viejo pescador Mbaye Ndoye observa la escena. “Yo mismo le digo a mi hijo que se vaya a España, que salve el honor de la familia. Llevo 37 años pescando y lo de ahora no lo vi nunca, no entra dinero en casa desde hace meses”. “La gente que se fue en 2006”, prosigue, en alusión a la ola migratoria de la década pasada, “regresó y se construyeron casas y abrieron negocios”. Abdoulaye Gueye señala su barca: “No me sale rentable salir al mar, pago más en combustible que lo que consigo traer de vuelta”, asegura. El riesgo es enorme. En los pueblitos cercanos los muertos se cuentan por decenas. Lo saben. Lo intentan.

Para Boubacar Ndoye, otro pescador, no hay ninguna duda. “Somos gente de mar, más duro es ir dos semanas a Guinea-Bisáu y no pescar nada. Son los grandes barcos industriales, los vemos todos los días. Se llevan nuestro único medio de vida. Solo tenemos el mar y si no hay pescado eso impacta a todo el mundo: los vendedores ambulantes, los comerciantes... todos lo sufren. La única solución para los jóvenes es coger el cayuco e irse a España. Sabemos que hay chicos que mueren, lo sufrimos a diario, pero nadie puede impedirlo”, dice. Eleva la voz y se forma un corrillo a su alrededor. El enfado flota en el ambiente. Y el hartazgo. “¿Qué padre de familia puede soportar ver a sus hijos sin nada que comer, sin nada que hacer?”, añade Gueye.

Unos 20.000 cayucos pescan en aguas senegalesas. Además de los atuneros que faenan como resultado de los acuerdos con la Unión Europea, que se acaba de ampliar, las embarcaciones artesanales compiten con los barcos de pesca industrial de bandera senegalesa. Hace una década había un centenar y en la actualidad son más de 200, según ha denunciado Greenpeace África. “Tienen pabellón nacional, pero en realidad son chinos, turcos o europeos que se han senegalizado. El stock ya estaba al límite por la sobrepesca; si, además, permites la presencia del doble de barcos que usan el arrastre y otras malas prácticas y apenas hay vigilancia sobre ellos, esta es una gran parte del problema”, asegura Ibrahima Cissé, doctor en Ciencias de Alimentación y experto en Pesca.

Muchachos merodeando por las embarcaciones que los migrantes utilizan para salir hacia Canarias desde Mbour, en Senegal. / SYLVAIN CHERKAOUI
Muchachos merodeando por las embarcaciones que los migrantes utilizan para salir hacia Canarias desde Mbour, en Senegal. / SYLVAIN CHERKAOUI

A unos 500 metros de la playa de Mbour se encuentra el llamado Pueblo Artesanal, un mercado donde los productores locales venden figuritas, telas y todo tipo de recuerdos a los turistas... hasta que llegó el coronavirus. Hoy, todos los puestos están cerrados. “Desde hace meses no ves ni un turista”, lamenta Abdoulaye Ndiaye, vecino del lugar. Los hoteles de Sally y La Somone, dos de los balnearios más conocidos de Senegal, están cerrados. La inactividad es total. Es difícil cuantificar el impacto económico de la covid-19, pero se calcula que cuatro de cada 10 senegaleses han visto reducidos sus ingresos por la ralentización de la actividad comercial, según asegura el economista Mor Diop. “Es una tragedia silenciosa, pero muy presente. Quienes ya estaban en el límite han caído al precipicio”, explica.

González Laya, en Dakar

La ministra española de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, tiene prevista una fugaz visita a Senegal este domingo para mantener reuniones, entre otros, con el presidente senegalés, Macky Sall, y su homóloga, Aissata Tall. Oficialmente se trata de “consultas políticas” para revisar los mecanismos de cooperación en materia de flujos migratorios y estudiar la posibilidad de introducir nuevos elementos. Fuentes senegalesas próximas a Exteriores aseguran que España pretende reactivar los vuelos de repatriación, una cuestión tan complicada como sensible, después de que se produjera el primer vuelo a Mauritania el pasado 10 de noviembre. Senegal y España tienen un acuerdo bilateral de repatriación desde 2006, avalado por el entonces presidente Abdoulaye Wade. Sin embargo, este mecanismo que se usó extensamente en aquellos años y posteriores se ha visto interrumpido por la crisis de la covid-19, que provocó un inmediato cierre de fronteras.

Mbour es el epicentro de la actual crisis, pero los cayucos también salen de Saint Louis, Lompoul, Kayar o desde la céntrica playa de Soumbedioune, en plena capital. El joven guineano Abderramán Diallo regenta una peluquería cercana. “Todas las semanas lo comentamos. Funciona el boca a boca, se organizan viajes constantemente. Yo me iría, pero es peligroso”, dice mientras afeita a un parroquiano. “Circulan muchos rumores: que Europa necesita mano de obra por los muertos del coronavirus, que ya no hay tanta vigilancia...”, comenta Bamba Fall, de Village du Migrant. Para él, la única solución pasa por crear empleo. “Menos palabrería y más fábricas, más puestos de trabajo. Hasta que eso ocurra la gente seguirá intentándolo”.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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