La ola del surf inunda Cantabria
La región atrae a miles de surferos y se beneficia de su impacto mientras los expertos alertan de la masificación
El Cantábrico lo iguala todo. El mar envuelve, arrasa y escupe tanto a curtidos surfistas dignos de anuncios de bañadores como a aficionados embutidos en neopreno que bastante tienen con sobrevivir entre olas. Playas cántabras como las de Somo, génesis del surf español, se llenan cada verano de procesiones de siluetas negras con tablas, oraciones para que la marea venga fuerte pero no revuelta y aprendizajes a pie de arena antes del bautizo salado. Este deporte ha impulsado a Cantabria como capital del surf y conlleva una gruesa resaca económica: el apellido “surf” inunda los hoteles, campings o escuelas. Mientras, los veteranos recelan ante la masificación y las malas prácticas de quienes ven en ello un negocio más que una cultura.
El abarrotado aparcamiento playero de Somo acoge la furgoneta de Andrea Gandarillas, santanderina de 32 años. La joven aprendió allí y ve “un poco coñazo que las escuelas hagan negocio, todos son bienvenidos, pero es un bajón tener la playa llena”. La cántabra lamenta que “mucha gente surfea para la foto de Tinder o Instagram” y desplaza a quienes, como ella, eligen horas tempranas o tardías para evitar gentíos. La expansión de esta disciplina olímpica tiene como referencia a la Escuela Cántabra de Surf (ECS), fundada en 1991 y pionera en España.
Un trasiego de instructores y alumnado diverso prepara o limpia los equipos en la amplia sede, heredera de cuando su fundador, David García Capi, de 49 años, soñaba en una caseta de playa. “Somos gente de mar, esto no es turismo activo, el surf es de los surfistas en un medio hostil y algunos vieron negocio en la formación sin estar preparados”, lamenta este campeón de Cantabria y de España. Está molesto con la proliferación de escuelas y del apoyo institucional que considera “interesado” al percatarse del fenómeno tras el ninguneo inicial. “Los requisitos son irrisorios y las federaciones han visto negocio, hay mucho intrusismo con pirateo y oportunistas ante la demanda”, sostiene el director de la ECS, conocedor junto a su hermano Nacho, de 47 y responsable de la icónica tienda Xpeedin, de la masificación de este deporte.
España acumulaba 6.500 licencias en 2009 frente a las 75.000 en 2022, según el Ministerio de Cultura y Deportes, 8.600 en Cantabria, a unos 60 euros por cada una. Sobre las críticas, recuerdan que el surf dinamiza el pueblo más allá del verano y que nadie habla cuando salvan a “imprudentes” de ahogarse cuando no hay socorristas. Un estudio de la Universidad de Cantabria sobre el impacto del surf en la región refleja que pasó de facturar 8,2 millones de euros en 2009 a 14,2 en 2021 y de 238 a 452 empleos.
En Ribamontán al Mar han saltado de 1,4 a 4,5 millones en ese periodo y de 48 a 181 puestos, hasta 70 en verano en la ECS. La comunidad cántabra cuenta con 48.000 visitantes anuales por el surf, 17.000 solo en Ribamontán. Este término dispone de 20 escuelas tras limitarse su creación en 2017, nueve casas de surf, ocho tiendas especializadas y dos talleres de tablas. La temporada turística ha crecido de dos a seis meses y el 18% de los viajeros son extranjeros, perceptible al escuchar los diferentes acentos sobre las toallas.
El Ministerio de Turismo concedió, en 2009, el primer plan nacional enfocado al surf mientras Somo reúne unos 20 concursos o competiciones españoles o internacionales. El alcalde de Ribamontán al Mar, del que dependen estos municipios, Paco Asón (Partido Regionalista de Cantabria), alerta de sobrecrecer con sentido. “No queremos morir de éxito”, asegura. El regidor lleva 44 años al mando y conoce el auge y las protestas por el exceso de surfistas, de ahí el limitar las escuelas y el máximo de tablas en cada momento. “No solo nos visitan surferos, hay que compaginar”, afirma Asón, encantado con el empleo e ingresos pese a algunas teorías iniciales sobre turismo de baja calidad. “Quién diga algo contra el surf, miente, a alguno molestará, pero en general todos contentos”, detalla, pues hasta los viajeros de caravana y supermercado dejan gasto.
Los hermanos García reprochan la unificación de criterios que iguala a oportunistas con quienes suman décadas de experiencia. “En lugar de como deporte con calidad y especialización se trata como producto, han sido muy permisivos y esto no es dar licencias como a los bares. Hemos visto aterrizar a todo el mundo y algunos se la han pegado”, advierte Capi.
El debate se diluye en la arena, más preocupados de mejorar sin magulladuras. La madrileña Marta Fe, de 30 años, sale del Cantábrico tras algún revolcón y admite que eligió Somo “porque aquí viene a surfear todo el mundo” y que en la Escuela aprendió mejor que en Tenerife o Colombia. La mañana regala sensaciones dispares a la castellonense novata Sonia Martínez, de 29 años, quien reconoce haberse “acobardado por el mar” mientras su amiga Eva Vida, de 31, exclama “¡Era mi primera vez y ahora lo quiero todo, llevaba años queriendo probar y me ha encantado!”. Nicolás Infer, madrileño de 18, pero veraneante desde niño, se escapa todo el año para coger olas. “Se ha multiplicado, es como una atracción, pero en invierno nadie se queja”, observa.
Por otro lado, el santanderino Félix Cano, de 47 y 30 entre tubos, reclama “condiciones” para practicarlo y para enseñar: “Se ha masificado y es un negocio que puede ser peligroso, la gente cree que puede hacer cualquier cosa sin preparación”. Los turistas, entretanto, caminan sobre el conocido Paseo de la fama, que homenajea a los ilustres del surf, mientras miran las mañas de estrellas y estrellados entre espuma y salitre.
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